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Autor: Ángel Madriz
Título: No solo es adiós la ausencia
Género: Poesía
Diseño de la Portada: David Madriz
Dibujo de la portada: Énder Cepeda
Fecha de publicación: Sepriembre de 2022
ISBN: 97983775119038
Editor responsable: EDUSER
PRÓLOGO
Lecturas de la ciudad y el amor en tercios
Ivork
Cordido Demartini
La difícil tarea de vivir una ciudad, con un lago que se
ama y una sequía impuesta e implacable, comienzan a ser considerados como temas
que les son propios a la poesía, y por tanto inalienables. Así nos sentimos
cuando leemos Panorama en un lugar del lago, el primer poema de No
sólo es adiós la ausencia, último libro de Ángel Madriz, en donde
fusiona en la poesía la esencia narrativa que, seguramente, es el origen a la
misma. Con ello puedes saltar de un poemario a otro para situarte en una
historia que se manifiesta épica, no contemplativa, íntimamente imbricada en
cada gesto y vivencia. Y es que son los Bártulos de oficio
-título de su libro anterior- de cada bardo, que a los ojos no atentos a la
lectura parecen distintos por sus envoltorios, con los que se empeña el poeta
en contarnos sus vivencias en frases concretas, hechas de interioridades e
identificaciones con la marina: los espacios constantes, los que lo acompañan
sin pedirle aprobación. Lago, mujer, ciudad, rutina y vivencias de existir.
Todo, de un libro a otro, de un contar a otro, de un expresar a otro, en una
especie de diálogo permanente entre lo vivido y lo sentido, haciéndose vívido,
erótico, sensual que es el gran reto de la poesía, el estar dentro y estar
fuera simultáneamente, para extenuarse y levantarse en “la caída en libertad
de fallecer, /su desamparo de estrellas y presagios, /aquellos que de siempre
hayan sido aliados nuestros”
Así
la ciudad Maracaibo, es una mujer que no puede ser abandonada, ni sentenciada,
aunque pueda parecernos que “ya es tarde para almacenar
proposiciones…derribadas…ejecutadas/ Infectadas en desahucios/Segada a la
desidia.” Pero la ciudad, como nuestros iguales no se rinde, cada día se
despierta adormilada y se transforma al calor en un grito de alegría, de
algarabía “porque una mujer en la mañana, después de amar y ser feliz, /-no
puede ser de otra manera mientras amanece y se decide el porvenir-/suele ser retórica
de la felicidad, anhelada pero amurallada por la indolencia en todos sus
puntos cardinales.”
Sentimientos
que deslumbran desde el primer contacto con ella con su sol y sus calles que
enamoran, que son caras de una misma moneda para todos los que recalamos a su
existir de puerto, para quedar atrapados en un sentir estupendamente descrito
por Ángel Madriz:
los terribles dolores de un ocaso prematuro en primavera.
lacerada en cada porción de sus minuciosos perfiles,
se desgasta lentamente en las intermitentes caída de la lluvia.
La
lectura de No solo es adiós la ausencia, nos identifica con Ananda
Coomarawaswamy, porque comprendemos a cabalidad que las carencias humanas son las necesidades del
hombre en su totalidad, que el pan no es el único alimento, porque la ambrosía
del poeta está en el alma de su ciudad, su aire, su jolgorio de cada mañana,
que se regocija con sus aguas, “su olor a corvina en mojito o sus pastelitos
de papa y queso”; es la estética perenne de la calidad humana o quizás el
soliloquio del caminante que ama hasta la locura al lago y camina cual Arlequín,
de Guillermo Meneses en diálogo con los peces y con las madréporas
caribeñas.
El
diálogo interior entre el que está afuera y el que está dentro del poema, el
poeta y el observador –que es también el poeta-, nos lanza su manifiesto
estético:
cuando está la disyunción de amar odiar.
No me gusta pertenecer a ejércitos
que se forman para firmarla…
Podríamos
decir que Ángel Madriz es un escritor de poesía, sin pertenencias o
pretensiones a movimientos…. ahierático… y como tal escribe como lo dicta el
ritmo, de la rabia o la alegría para construirlo, no se fija en cánones porque
es un coloquio con cuestionamientos, con aceptaciones, con rechazos….entonces
el diálogo se transforma en acaloradas discusiones hasta agarrase la pechera de
la frase tropical, de un verso que no le gustó de sí mismo, vocifera en su
contra, ¡se desdobla sobre sí como un contrincante enfurecido! más no
irreflexivo…luego afloja la chorrera del verbo y se oye, siente donde falta una
nota, o porqué desafina, la manosea y vuelve a escuchar el dictado, así una y
otra vez hasta encontrar la armonía en su imaginario…. nos da un impulso
inicial para reflexionar sobre los elementos esenciales que le definen como
poeta, y como tal único dueño de sus quimeras, ese catálogo particular de
efigies fijas, fosilizadas a la espera de un nuevo soplo vital (poema, melodía,
dibujo, forma, película, etc.) que las restituya a la esfera de la imaginación,
o esencia misma de la humanidad…y ese aliento cobra sonoridad en la Semiótica
del amor:
me infunde un temor de haber nacido en un país remoto,
en una selva donde el silencio revienta de soledad
y la felicidad se detuvo en lo alto de un árbol
que ha abandonado sus savias y sus frutos
para deshacerse de la estancia armoniosa de todos sus pájaros.
Como
cualquier materia prima para la actividad creativa las imágenes son indómitas y
luchan para romper las inmovilizaciones, las ataduras y el bozal ceden ante la
persistencia del artista, ese proceso habremos de repetirlo, conscientes o no
de ello, ante cada obra -verso, frase, párrafo, figura, melodía- para
apoderarnos de su esencia, del momento en el que se hizo luz y forma, es porque
toda imagen es en sí misma un concepto total, un discurso o una idea que se
basta a sí misma para llegar a lo absoluto, y es producto de una cualidad
natural de los seres humanos: la intuición primitiva inicial, ante una
presencia objetual o inmaterial, que produce en cada individuo un conocimiento
inmediato que se transforma en poema ante el sol amarillo porque:
sin despedirse ni reclamar majestuosidad.
¡Tanto
dolor y tanto amor por su ciudad desde el exilio, nos la entrega Ángel Madriz
en No solo es adiós la ausencia!
Antología
Abuelo y carretilla
Murió el señor, ayer cuando era apenas de tarde
y nadie pudo saberlo, en silencio, totalmente solo.
Con humedad –dicen muchos hoy- breve entre los ojos.
Se fue el señor y dejó su cuerpo, serenito, bien planchado.
Corren todos a su casa, porque el señor se ha muerto
como se vive diariamente, en este país, en esta ciudad,
caminando, suspirando, evocando en cada esquina
para que no te confundan con un fuelle agotado,
con un criminal en serie o una perdiz que desentraña
lo más íntimo de las estaciones de basura, lo oculto de la tierra.
Murió, era tal vez ya un presentimiento, el señor de la joroba.
Era el momento de recordar que vives a miles de kilómetros
del sitio más deseado en donde están los seres más amados.
Murió antes de ver, soñando, la compañera consecuente,
la interlocutora que, paciente, recogía todos sus proyectos
que, quizás, eran tristezas, nostalgias, miserias o, tal vez
eran simplemente anhelos de un señor que hablaba con la luna.
Qué vaina, murió el señor que pasaba todas las mañanas
y saludaba, “buenos días” “cómo amaneció” “qué tal está”
y silbaba cualquier rutina para enderezarse y descansarse la joroba.
Era el señor, el mayor, el maestro, era el viejito de todas las mañanas
con su carretilla, con su cara de abuelo que buscaba el agua
que todos los abuelos necesitan para lavarse ese olor a años de vejez.
Y se fue el señor, el abuelo, en su último viaje, quizás a buscar un río,
a lo mejor un lago o un océano para mitigar la concha de ser viejo
en un país, en una ciudad, en una casa que ya no tenía espacio
para recibir un cuarto creciente o la plenitud de una luna nueva.
No quise verlo, hablarle, ni saludarlo por última vez,
pero estoy seguro que era misterioso como suelen serlo los abuelos:
Guardaba fotos, tenía un álbum, regaba un jardín, tenía flores,
tenía muchos recuerdos de viajes, de crianzas, de abrazos en familia;
y estoy seguro, como suele uno estar seguro de un abuelo,
solía traer en carretilla como es costumbre hoy en mi país,
en mi ciudad, para no ahogarse solo en casa y con nostalgia,
traía, era más que un juramento, agua en botellones, en sus ropas,
para lavar los restos de una vejez
que nunca perdió la elegancia para tratar de sobrevivir.
La calle donde vivo es la misma
desde que aprendí el saludo matutino.
La calle de siempre, donde me crie,
la que me enseñó el mejor sitio
para escurrirme del sudor, al mediodía
en la acera, allí donde el árbol generoso
de los mangos me daba dulce sombra,
me obsequiaba sus frutos en pompas de verdes
y amarillos ácidos, la que me empalagaba
con el ardor de su lomo negro de asfalto
con su orientación de subidas y bajadas
ha sido el acta de registro de todo lo que he sido,
hasta la alegría de recuperarme en la rutina
volver a construirme una permanencia de querer.
Es la misma, mi calle, por la tarde
cuando desde siempre, en su calma
de reposo, en sus amenazas de aguaceros
me revelaba su temor a un súbito silencio.
Es que siempre, ésta, mi calle en donde vivo
ha declarado, cada anochecer, a mi regreso
de los viajes por mi sangre ciudadana,
que la luna es como un gajo, una semilla de luz
que busca ser sembrada en cualquier jardín,
junto a las flores, al lado de los pájaros
muy cerca del sitio donde solemos, de cansancio,
descansar del olvido y elaborarnos la memoria.
La calle donde he vivido y se confunde con mi hogar
tiene un nombre, un número, una identidad determinada.
Tiene un rostro como suelen tenerlos los amantes.
Posee una apariencia que cambia de alegría se transforma de tristeza.
Lleva consigo una tarjeta catastral para no disolverse
en una declinación última de sus ya borrosos límites.
Compañera de viaje
Ter llevo conmigo en la piel profunda
de todos mis recuerdos torturados.
Tratando que el dolor no me confunda
hasta ver mis sentidos trastornados.
Es que me despido sin desearlo
al sentir la tristeza de mi tierra.
Busco así un nuevo sol para desearlo
y así emprender contigo nuestra guerra.
Será difícil desalojar a los traidores
en donde no habrá tregua ni descanso
y solo el crepitar de los horrores
encontrará en la muerte su remanso.
Estaré contigo ciego en horrores
esperando recobrar tu amor manso.
En voz alta
No es solamente entre nosotros la soledad.
No es únicamente el dolor que sentimos de seguir.
Tampoco es la memoria, sigilosa, perdurable, franca.
No es el desamparo, la incierta esperanza.
No es la incertidumbre, las carencias, las ausencias.
No busquemos entre nosotros ni oigamos voces desde afuera.
No demos créditos al mundo, ni a sus manifestaciones
de decir que se apiadan de nuestros hijos, hermanos y familias.
No creamos en sus propuestas solidarias, sus favores
mientras tengan sus miradas puestas en el Caribe
o hablen de acuerdos para seguir viendo sus cuerpos arrogantes.
No es el llanto de estar a punto de vencernos,
inmolar el entusiasmo, la resistencia que el amor soporta.
Son los niños perdidos en un mundo
donde el juego es una porfía con el hambre.
Son las madres desencajadas de llorar
porque el hogar es un encierro que les llega hasta el vientre.
Son los padres que no tienen coartadas
para explicarse el infraganti deterioro de toda la familia.
Son las calles en extinción ardiente.
Son los rostros pálidos de algunos transeúntes perdidos.
Son las flores marchitas al lado de las fuentes.
Son las canciones sin letra, es la mudez de los cantantes.
Son las luces oscuras de los anuncios callejeros.
Son los árboles sin raíces, sin sombra que ofrecer.
Los hogares de rutina.
Los amigos remotos.
Los jardines desolados.
Los automóviles sin marcha.
Los semáforos en blanco y negro.
Es el silencio siniestro de los pájaros.
Es el cansancio de olvidar el agua.
Es la oscuridad porque la luz cobra su renta.
Es la muerte alevosa de la alegría.
Es la tortura de estar consiente.
Es el presidio de los estados de palabras.
Un estallido de jóvenes para acallar los reclamos de la valentía.
Un enjambre de impunidad para premiar la complicidad.
Es que sí son ellos, siempre han sido ellos,
Y los siguen siendo
Continúan siéndolos
Disfrutan poder serlos
Con sus bigotes, con sus calvas.
Con sus voces de quirópteros.
Con sus músculos y su bótox.
Con sus mantas orientales.
Con sus corbatas Louis Buitrón.
Con sus medallas de hojalatas.
Con sus pantalones orinados.
Con los soles y alucinaciones.
Con sus pijamas, sus chalecos, sus gorras y sus capas,
rojos como la sangre derramada
para mantenerse en el altar de la traición.
Para bailar el llanto del país.
Para olvidar que se tiene el alma atrapada en el cadalso.
Para ondear la bandera de la tiranía, de la usurpación.
Rojo color para ocultar la cobardía.
Rojo brillo propio de saqueos.
Rojo del socialismo del siglo XXI.
Rojo de estar donde solo pueden estar los condenados de Dios.
No es la angustia, no es la desesperación, ni mucho menos
es la resignación de tener que vivir con el rojo para siempre.
Son ellos, todos sabemos quiénes son, quiénes han sido.
Falta, únicamente, un volar de mariposas, un aletear de colibrí.
Está el amor, están las almas y están naciendo los temblores
de una era que, aunque imperceptible, estallará firme de ascenso.
Adiós, no para siempre
Cuando te despidas ten el cuidado de sellar
las roturas que tienes en el cotidiano asunto de vivir.
Sacúdete los restos de pensar que es tristeza lo que viene.
Que el adiós es irreversible porque has muerto de verdad.
Intenta completar el equipaje con todos los recuerdos más feroces,
esos que tienen el perfume y el sonido de la tierra en que naciste.
Ten como bártulo esencial el ritmo de tu acento,
las infatigables remesas que te dio el pozo de los años.
Siempre habrá, en todo camino que comienza,
nuevas formas de alcanzar un subsidio para ser feliz.
Calles, sol, rostros y canciones para encenderte
y lo más eterno de sentir, el ejemplo de amar sin plantarse en el olvido.
Si es inminente partir y dejar atrás el país donde nacimos
siempre cabrá, en cualquier maleta que cierres, un retorno que no claudicará.
Te acompañarán los atajos y acertijos que componen las calles que te habitan.
Volverás la vista, respirarás profundo y fijarás los límites exactos de tu casa.
Cualquier tristeza será una nostalgia viva para comenzar.
Si estás en un país donde es notorio que fluye la traición.
Si te abate la rutina usurpadora y te enardece el placer constante del esbirro.
Si el aire te agobia, la luz te alucina y el rostro de la amante te avergüenza.
Si estás a punto de encender los límites que te abren el sitio de la esperanza
el adiós es un punto de partida para regresar y rescatarte.
¿Saben ustedes cómo viven y piensan los tiranos?
Cómo son sus casas y cómo atienden a su servidumbre.
Cómo celebran y se adulteran en orgías, lo sabe, por si acaso.
No han visto cómo se arreglan el bigote a toda hora, se miran al espejo,
se balancean, reverencian el licor y dan palmaditas a sus vientres.
¿Saben cómo es la sonrisa arrogante de los tiranos?
Cuando una joven trata de preguntarle, bajo sospechas,
por los amigos que han sido detenidos por sus esbirros.
O mientras alguna madre le ruega una maldición
cuando suplica que su hijo es apenas un testigo de la juventud.
Cómo adulan la mentira, cómo comen y se esconden los tiranos.
Juegan a estar cuerdos, se deslizan furtivamente por los hogares.
Se acomodan el traje, se arreglan la corbata y pulen sus zapatos
para parecer unos tiranos bien vestidos y elegantísimos tiranos.
¿Saben de verdad, están enterados y están ustedes convencidos
de las casusas que hacen que el tirano esté orgulloso de su oficio?
Comparten ustedes la capacidad que tienen para tapar el sol,
oscurecer el alma, silenciar el corazón ajeno y aniquilar la alegría.
Sin dejar, ¡claro!, de ser el tirano que todos los días da una orden de matar.
¿Sabían ustedes cómo hacen los tiranos para burlarse del mundo?
Han pensado cómo comparten con sus demócratas
se sientan con los presidentes en banquetes y le espetan sus ínfulas.
¿Han llorado alguna vez porque los niños del país de los tiranos
no juegan al aire libre, no van al colegio con uniformes de colores?
Que las mujeres no cultivan rosas al amanecer,
cantan de amor, ni celebras a parir.
Ni que los hombres son simplemente
un registro en sus listas de sospechosos.
Saben ustedes que todos los tiranos tienen sus poetas,
sus pintores, sus intelectuales.
Los que escriben las metáforas, los colores, las ideas de una épica
que los ayuda a olvidar la cobardía,
a sentirse cómodos con su espíritu de tirano.
Pueden preguntarse dónde ejercen los tiranos sus hipocresías
Dónde establecen sus cuarteles, ejercen sus rutinas
y legitiman sus credenciales.
Todo tirano reside en la oscuridad, extermina toda diferencia, cualquier temor
aunque para ello deban elaborarse un simulacro de valor, un brazo de asesino.
¿Saben cuándo tienen miedo los tiranos, se devela su miserable cobardía?
Cuando mi país sea, en definitiva, la Venezuela de hace siempre.
La rosa de los vientos
Un punto cardinal insoslayable
La dureza de entender que es más fuerte
El amor de ver el sol en el profundo azul del cielo.
En ese aprendizaje del discurso para encenderse en el valor de arremeter.
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