sábado, 27 de febrero de 2010

Tríptico rotativo
Recurrencia de la memoria
Ángel Madriz






1

De Jorge Luis Borges y las fresas de la amargura, a Gustavo Dudamel y el gas del bueno. Definitivamente el tiempo, siempre el tiempo siempre, como bien lo supo decir, desde Apocalipsis, el poeta Hesnor Rivera. Cuando de repente nos dimos cuenta, habían pasado once años y todo volvía nuevamente a ser la realidad que buscaba cumplirse en toda su plenitud. De un lado, el advenimiento de una nueva autoridad universitaria, en todo el centro triunfal de una tercera vuelta electoral que la habilitaba para hacer presencia, con la legitimidad del poder que muchas veces se debilita para enarbolar la vigencia de la equidad y la justicia, en el despacho caleidoscópico de la actual emergente dirigencia estudiantil. Si no, confróntese la misma experiencia del acto del sufragio en las diferentes universidades, siempre hay razones para ejercer el derecho cuando se tiene la certeza de lo previsible. Y es que súbitamente los acontecimientos resultaron, como en los encuentros temporales, un desastre paradojal. Un año y para nada sirvió la confrontación con las reglas reconocidas desde un as bajo la manga de la derrota. Regreso hacia el principio, en una especie de temporalidad bergsoniana de la que los acontecimientos no pudieron darse de una vez y debieron acudir a la espiralidad de una realidad en constante comenzar. Lo demás es el curso de los miércoles y cualquier otro día que valga como escenario para la “gestión”, con la tragedia convencional de disponer un curso que de tanto actual, mostrará la estela de muchos acuerdos, variados cursos, cruzados rostros y mixtas promesas. Camino planificado en la ecléctica ruta hacia el ascenso rectoral. Y más acá, de este lado de la acera, desde el brocal de la cotidianidad, en el hospicio de la reflexión constante nos preguntamos: ¿Por qué la realidad no ha evolucionado ya? Y otra vez la poesía: Durante la flamante década de los 70, la Universidad del Zulia negó el doctorado honoris causa para Jorge Luis Borges. Entre bombas lacrimógenas, tiros “al aire de los pulmones” estudiantiles, allanamientos, torturas y descalificaciones sistemáticas, todo contra quienes no pensábamos como la mayoría y “luchábamos” porque se nos respetara la libertad de ser lo que habíamos decidido ser en el proceso de aprendizaje que era ser universitario; entre golpes de macana, muertes planificadas, represiones diseñadas, no hubo espacio para la poesía. No, a la Historia universal de la infamia. No a la Historia de la eternidad, a las Ficciones, no y mil veces no a la poesía, al tango de un porteño intelectual que trascendía la mera parroquialidad. Dolía mucho su ideología y nuestra universidad decidió dejar en manos de unos pocos la decisión histórica que reseñaría una época. Así fue y así es hoy también, cuando unos pocos deciden otorgarle al joven director musical Gustavo Dudamel, la distinción que no necesitó, el poeta argentino, para significar la grandeza literaria de toda nuestra América y para demostrar, hoy, después de casi cuarenta años -tenía él más de setenta entonces y una vasta creación que nos trascendió- que “El futuro está oculto detrás de los hombres que lo hacen” (Anatole France dijo). La historia, según algunos universitarios, no se repite cuando se tiene conocimiento de ella. Y más comprometedor aún para la academia centenaria, no es el hoy, simplemente y sin discursos de confrontaciones, ni disensiones expresivas en la diversidad de lo que elaboramos lo que augura la permanencia de la acción o la trascendencia del pensamiento. Porque el silencio, sin su contrapartida la palabra en el límite de la totalidad social, es la individualidad que se olvida de su circunstancialidad. Ayer, sin embargo, a pesar de las lógicas contradicciones, pudo imponerse el respeto por la libertad. Hoy jamás podremos estar seguros de que a través de un honoris causa pueda permanecer, el presente, sin los insólitos andamios del poder, como ejemplo de la real diversidad universitaria. Ya veremos.
No importa sin embargo las banderas, ni los himnos, ni mucho menos los discursos en el podio que levanta cualquier intención buena, regular u oportuna que simplemente pretenda templar los requiebros intelectuales con el fuego de la ubicuidad. Frente a cualquier intención moderadora estará la universalidad de la esperanza. Esa que más que la tranquilidad, la armonía o la sazón, se fortalece al ritmo de la razón, en la fluctuación de la sensibilidad y con la ayuda del desplazamiento creador. Lo otro es simplemente pretender que dentro de los espacios de nuestras universidades perviva para siempre el estatismo, la inmovilidad, el estancamiento. De allí que vuelva sobre sus fueros la cotidianidad de la protesta, que retome sus vínculos con el disenso la consigna en el discurso y se redescubra el valor, la solidaridad, el riesgo. Vuelva a tener sentido la defensa de la libertad, las lecciones de la historia. Ya lo había dicho Nietzsche: “Solamente aquel que construye el futuro tiene derecho a juzgar el pasado” y nunca habían sido tan descabellados los argumentos de nuestra oficialidad. Niños de papá hoy. Encapuchados de la revolución ayer. Las fresas de la amargura seguirá recordándonos que la libertad duele y más aun cuando no tiene un color único o una canción tras bastidores con las que enjuagar el ardor del gas entre los ojos, por muy bueno que éste pueda ser.




2

Poder central. Decisión centralizada.
En el año 1989 escogimos en el Zulia, mediante voto directo, secreto y universal nuestro primer gobernador. Luis Hómez quedó desde entonces en el corazón infinito de todos los maracuchos y Oswaldo Álvarez Paz se convirtió en el primer inquilino del Palacio de los Cóndores por decisión de sus dueños los maracuchos. El acto fue el inicio de una propuesta política que impulsaba la descentralización gubernamental y permitía, a lo largo y ancho de la vida nacional, el nacimiento de una gran variedad de alternativas y liderazgos, con los cuales se impulsó la gran escuela política nacional en la que nos inscribimos todos los venezolanos. Recuerdo que algunas facultades de nuestra universidad fueron espacios para el debate de lo que comenzaba a surgir como una nueva forma de afrontar la conformación del país. Todos seríamos responsables de nuestro destino político, al tener el deber de asignarle labores de gobierno a quienes nosotros deseáramos y consideráramos más aptos. Comenzábamos a satisfacer ese derecho, del cual milenaria y repentinamente en el devenir histórico perdimos el control, y el cual nos hacía los protagonistas en el diseño de nuestra realidad político-social. Recuerdo la vehemencia con la que algunos profesores de ayer, diputados-ministros-gobernantes de hoy, defendían la participación de las regiones en la definición de sus estructuras ejecutivas. Luchaban por un futuro que se les ofrecía lleno de posibilidades protagónicas. Fue la oportunidad para quebrar la inflexibilidad de los viejos partidos que habían impuesto, por décadas, el modelo stalinista – vertical como estructura de poder. Cadena de mando que imponía una cierta disciplina de militante u operador político, cuya característica fundamental era el respeto, la sujeción y la sumisión ante el líder máximo, “El secretario general”, como era llamado. Fueron muchos los nombres que se destacaron en las marquesinas de nuestra escena política. Nuevas leyes que apoyaban formas de financiamientos regionales fueron propuestas, defendidas y aprobadas. Cada región dejaba lo mejor de sí misma y sus ciudadanos, por primera vez, se sentían artífices de lo que les garantizaba un espacio más cónsono con la libertad. Algo así como ejercer el valor de elegir, seleccionar lo que requiero con el método más expedito, aprender y hacer política con sentido existencial y entendiendo que la polis era un recurso – instrumento con el que aprendía el ejercicio de lo humano, como nos lo dice Savater. Pero en ese tránsito de experiencia libertaria, las expectativas de la individualidad sobrepasaron los sentimientos colectivos. El regodeo de un exacerbado requiebro hedonista triunfó sobre la naciente razón colectiva. Desde un país que se reinstalaba en el pasado, con una inexplicable fuerza para perdonar el ego de un proyecto solapado por la argucia militarista, comenzaron a tomar cuerpo las trochas de la diversidad, el valor, la dignidad, la institucionalidad y el reconocimiento del otro. En nuestro estado Zulia, como en el resto de cada resquicio nacional, se crearon cuerpos regionales de gobernanzas personalistas. El líder, otrora expresión de un colectivo que lo representaba, comenzó a parecerse al viejo funcionarado que todo lo controlaba, decidía y manipulaba. Las nacientes manifestaciones regionales fueron siendo sustituidas por una lucha por mantener el poder y los que un día erigieron las banderas de la descentralización, descubrieron que la libertad está mejor ubicada en los predios del despotismo. Hoy son ellos –lamentablemente como aquellas viejas inteligencias que se acomodaron en las cortes gomecistas y perejimenistas- viejos escombros de una argumentación que apenas hoy, comienza ciertamente a tener sentido objetivo en cada estado, en cada provincia. Queda por resolver el problema de los gobernantes que todavía, a pesar del absolutismo oficial que no acepta réplicas, permanecen deambulando con sus huestes entre las imprecisiones legales para gobernar, la agresión despótica desde los cantones palaciegos y la burla al poder del soberano puesto en sus manos, devolviendo como respuesta de acción un retorno al abandono, a la autosuficiencia, el acuerdo o pacto político, el desconocimiento de los diverso. En fin un paseo por viejas experiencias que nos recuerdan aquel centralismo en el que por mucho tiempo revivimos el mesianismo ejecutor. Hoy es más que memoria.



3

Luciérnagas para un racionamiento.
Cada vez que de 3 a 5, de 5 a 7, de 7 a 9, de 6 a 8; cada vez que tanto del día a tanto de la tarde; cada vez que de tanto de la tarde a tanto de la noche o definitivamente, cada vez que durante varias horas al día quedamos sin electricidad, se va la luz, se nos va la energía, me detengo a hacer uso de la memoria. Después de desconectar aparatos, desenchufar equipos, apagar interruptores, cerrar el switch, opto por divertirme jugando al recuerdo. Entonces es inevitable que el viejo campo petrolero donde pasé los primeros nueve años de mi vida se expanda, con toda su luminosidad, en la tristeza de mis años de hoy. Campo Mara se imponía con sus calles llenas de una luz que de tan brillante lo hacía majestuoso ante la luz mortecina de una luna que nos recordaba que vivíamos frente a la soledad intrincada de un monte árido, espeso, pero profundo de petróleo, que era lo más importante. Nunca quedábamos sin electricidad y las poquísimas veces que esto sucedió, nunca sentimos que perdíamos el tiempo o que estábamos a punto de ser agredidos hasta la muerte. En una o dos ocasiones recuerdo que desde el interior de la casa mirábamos más allá de la cerca que delimitaba las áreas del campo y nos maravillábamos con la luz intermitente de las luciérnagas. Quizás sea esta una de las razones por la que siento una profunda nostalgia y una intensa tristeza cuando por razones injustificables nos quedamos sin electricidad en pleno siglo XXI. Verdad es que la desidia, la ineptitud y la irresponsabilidad no conocen de futuro. Sin embargo, los inobservables insectos –en cuerpo mínimo y endeble- existían sin importar que su luminosidad estaba del lado de un mundo que para nada contaba con su existencia, a pesar de que alegraban la infancia de muchos seres que le temían a la oscuridad a la vuelta de la casa.
Mientras esperamos, hoy en la bitácora de la desesperanza y arrasados por la decepción de once años que ya parecen la repetición del Caribe de los años aciagos en que dilapidamos los sueños de grandeza –Pérez Jiménez ha resultado la caricatura de un dictador jugando por nueve años a una monumentalidad nacionalista que soñaba con la modernidad y despilfarró, en su soberbia militarista, la posibilidad de administrar nuestra diversidad latinoamericana-, recuperamos la fortaleza del disenso, la innegociable posibilidad de accionar el pensamiento, el riesgo inquebrantable de expresar la disponibilidad de nuestras ideas que, en definitiva pertenecen a una civilidad cuyas aspiraciones fundamentales están representadas, así como en ese ayer despótico de traje de campaña, por la constancia, la valentía y los riesgos finales a los que fueron sometidos las generaciones que se hicieron con el porvenir que hoy reciben la masacre de sus sueños a punta de escatológicas escenas, que bien supieron superar en maestría, la singular actuación de Las fresas de la amargura en donde quizás el gas lanzado a los estudiantes que luchabann por la tolerancia en las calles de los EEUU, era tan bueno como el que tienen que respirar nuestros estudiantes en la Plaza Venezuela, porque simplemente desean entregar un documento a los diputados enconchados en el Capitolio. De todas formas, aun queda tiempo para decidir si el fenómeno de El niño nos dará la oportunidad para cultivar luciérnagas.






Argumentos vencidos



"Ninguna pérdida debe sernos más sensible
que la del tiempo, puesto que es irreparable."
Zenón de Eleas


Entre las matemáticas y la poesía no existen diferencias objetivas. No las hay tampoco entre ésta y cualquier otra esfera del pensamiento que tenga como esencia los destinos del hombre y cuya sustancia sea la expresión creadora. Ambas se justifican en sí mismas a partir de la imaginación, de su intensión eminentemente constructora de realidades. Mientras más altos sean los niveles de la reflexión matemática –decía Ferrater Mora-, más cerca de la expresión poética se encuentra. En fin, las metáforas del universo son hoy más intensas, más totales, más libres, como más sorprendentes, inestables y caóticas son las relaciones de éste con el hombre, por lo que siempre es una forma de encontrarse con las certezas de la imaginación el utilizar las incertidumbres del lenguaje, que están permanentemente acosándonos con sus definitivas formas de abarcarlo todo, desde el pasado más remoto hasta el delirio inimaginado frente a los astros, a partir del hondo sentido de amar, hasta las tortuosas manifestaciones del mundo en su reinvención permanente. No hay por lo tanto fórmula alguna para entender y explicar las inextinguibles aristas de la existencia y si de dejar constancias imperecederas se trata, el poeta no vacila para erigirse en instrumento permanente de expresión cósmica, en donde el número sería una posibilidad estética para darle nombre a cada componente del universo.
Argumentos vencidos es el libro del poeta Edixon Rosales que más cerca está de esa unidad en la que el hablar y el pensar tienden a conformar un fluido rítmico de palabras espesas cuyo sentido está íntimamente ligado al espíritu, al intelecto a los sentidos. De la manera más sencilla, como sólo suelen hacerlo aquellos para quienes el lenguaje es metáfora, símbolo o simplemente diálogo vital, el poeta Rosales desviste a la mujer, le quita una a una las prendas del cuerpo; la despoja, en un acto sutil, de los aditamentos del alma y la disfruta en toda su belleza, en todo su esplendor. Alcanza en este acto de inusual cotidianidad, la trascendencia de ser uno y parte de la experiencia humana. Cada uno de los cuarenta y dos poemas que integran este libro, es una manifestación del oficio permanente que el poeta asume desde la palabra, metáforas insistentes y precisas de una vida cuya persistencia tiene forma de abstracción geométrica, algebraica o simplemente cuenta, una a una la presencia de todos los seres que actualizan su presencia.
Argumentos vencidos es una musicalización de las estancias infinitas que el hombre va encontrando en su discurrir diario. Oye y canta, mira y escribe, anda y sueña, habla y ama. Vive y simplemente recuerda que el sol debe ser la luz de la eternidad, el quebranto de la soledad, el grito de la realidad, la alegría de todas las historias. A medida que escribe, el poeta dialoga con sus entidades, ondea sus cielos, se hunde en sus océanos, cabalga sobre las carnes de sus inextinguibles amantes, órficas hechiceras de piel y éter. Argumentos definitivos para hilvanar los números de la palabra estética.
Argumentos vencidos es un libro perteneciente a la colección Cal y agua, y fue editado por Ediluz en 2008.