jueves, 27 de marzo de 2014




Siempre ellos

Para Génesis Carmona, Bassil Dacosta, Robert  Redman,
Geraldine Moreno, Wilmer Carballo, Daniel Tinoco
 y todos los caídos desde el 12 de febrero.

No sé si son zurdos o son diestros
Si tienen las manos suaves, los rostros tersos
o se calientan al sol y sus dedos son ásperos como la vida.
No sé si visten de algodón, lino, gabardina
o forzosamente se envuelven en lona, poliéster o se diluyen en nylon.
No sé si viven en terrazas con jardines,
comen a la mesas, respiran en balcones      
o ven pasar la vida simplemente con una esperanza interminable.
No sé si viajan y experimentan países remotos
o decidieron eclipsar cualquier sueño de primera clase.
No sé si son de sangre roja, miran en azul o padecen en amarillo.
No sé
         no lo sé
                      no podré saberlo
                                                ni jamás podrá importarme
si comienzan el día con una dulce bocanada de aire    
o se detienen al pie de la montaña para ver caer los restos de cada día.
Sólo sé que son de quince, veinte o treinta y tantos los años que han vivido
y ya han aprendido que son ellos
                                                    sólo ellos
                                                                  siempre ellos han sido
quienes han convertido cada desencanto
cada período manchado por la desilusión
cualquier universo sospechoso de traiciones
en un voluminoso cuerpo de ruinas.

Ellos, únicamente ellos, firmemente ellos
en un solo combustible de rebeldía,
como una marea sólida e imbatible,
cual diversa y compacta manifestación de valentía,
ellos, sin rostro, piel o vestiduras definidas,
                                                                    ellos, así, solo ellos y más nada,
mirando al final de cada poniente y sin importarles las derechas o izquierdas,
sin mirar ropajes, preguntar origen, ni identificar linajes,
sin sospechar de los cansancios, ni condenar debilidades;
                                                                     ellos, siempre francos, sencillos ellos
con solo los nombres para recordarse, para nombrarse
ellos, en cualquier caída, en cualquier mutilación,
en todo brazo borrado por el negro de los humos
o cabezas estalladas por los grises de los plomos
                                                                        ellos, únicamente ellos,
han sabido sembrar amores, cultivar el alma, cosechar las voces,
para entregarnos la brillantez de sus pasiones.

No sé si recogen vendavales porque han sembrado tormentas
tan sólo sé que ellos, brindan sus cuerpos, ofrecen sus sonrisas,
para que construyamos en cualquier momento la alegría


Ángel Madriz




Tríptico rotativo

Es necesario que diga



“A veces los sacrificios de la inteligencia
valen menos que un golpe de suerte.”
Tomás Eloy Martínez





1

A ver. ¡Cómo comenzar! El retorno de los insurgentes. Quizás la simplicidad, el sectarismo, la acción fans o simplemente el termostato de la pasión doméstica o cotidiana,  pueda estar rondando las ínfulas proteicas que redondean los formatos del poder y que en el reflejo de su alter ego indispensable se imponga inevitablemente un accionar para la sobrevivencia que exige cualquier diversidad. A ver, cómo no tener que decir. Así, con los infinitivos propios del más inmediato presente. Quiero hacerme la idea de que la vida te remonte cualquier deseo de verte reflejado en la realidad y ésta se convierta en la contraposición más inesperada, pero que como alteridad la concibes esencial para disolver cualquier obstáculo en la conducción de todos tus músculos por entre el ejercicio de la síntesis que es la realidad, construida con y en su más franca expresión de felices convenciones. Quiero hacerme la idea, como alguna vez pude hacérmela durante más de cuatro décadas, de que es posible aguantarse las ganas de ver tus ideas-lecturas-sueños convertidos en espacio fundamental de tu rutina, o que tengas que guardarte tus ansias hasta que puedas algún período decirles a todos, que por fin se cumplió la posibilidad de aportarte con todo y esperanza, para lanzarle a la historia un periplo constructor de vanguardia, ésta, vuelta modernidad de país –no pensando por esos momento en pos o globalidad-, contemporaneidad de pensamiento y diversidad de acción, en eso que aprendimos a conocer como alternabilidad. Pero surge de repente la ruptura de un discurrir que nos comprometía con la búsqueda de una ética más ciudadana y de una lógicas más auténticamente civilista. Ruptura que inmisericordemente arremetió contra las debilidades de toda una compleja y confusa forma de ejercer la democracia, en donde el personalismo adocenado olvidó el más elemental de todos los principios políticos: reconocer las contradicciones y en el ejercicio de las más clásica dialéctica, impulsara una síntesis en donde los contrarios, ya en franco desconocimiento de los extremos,  fueran la clave para la participación más comprometida con la totalidad, para la conjuración de salidas encubiertas, para la transparencia en la adjudicación del futuro en su rumbo hacia el porvenir y no en ese volver a los principio maniqueos que tanto suelen deslumbrar a los amantes nerviosos del poder. Porque a fin de cuentas, el mal y el bien sólo pueden ser ejecutados sin regateos desde las salas situacionales donde se transparenta el poder. Y desde allí, se urdió un oportunismo, cuyos escrúpulos tan sólo pudieron reconocer los vientos intempestivos que venían del pasado subversivo fracasado. Esa es la forma de accionar que nos ha marcado los últimos 15 años de vida pos republicana: resolver la inmediatez de aspiraciones infamadas por el egocentrismo, desconociendo cualquier alegato racional, porque hay sinrazones o dogmas desvencijados que se pueden manejar histriónicamente con las baterías de ingentes riquezas, en una especie de libreto escrito en los muros del resentimiento, el oportunismo, la arrogancia, el narcisismo y el quilate del aquiescente despotismo.  



2
A ver, debo seguir intentando decir algunas cosas. El discurso y la imagen de los vencidos, “por ahora”. Cuando reconocíamos que estábamos al borde de un quiebre en la propuesta políticas que habíamos experimentado, alejados de la constante militarista de nuestra historia, esa que había impedido recurrentemente completar nuestros proyectos de país entronizado en las luces del civilismo; cuando podíamos reconocernos en un ejercicio de búsqueda de alternativas, a través de las cuales pudiéramos superar los focos de un estado desgastado por el populismo, e imponer las voces de la inteligencia que se debatía entre el poder oficial y el de un país que ya había abandonado el silencio como forma expresiva de la tolerancia; cuando habíamos reconocido la posibilidad de que la democracia era perfectible desde la exigencia ciudadana, cuya expresión era orientada por su formación política y sus muestras del manejo del conocimiento, se abalanzó sobre el cuerpo de nuestra sociedad, en una rapiña confeccionada en la oscuridad del oportunismo y la traición, los fantasmas del pasado. Y tomaron cuerpo. Fueron resucitados e impuestos sobre las lápidas de la institucionalidad, con el epitafio de un “por ahora” que hoy nos avergüenza por haberle dado una legitimidad espuria que finiquitó, con su significación confusa, la objetividad de un país que había aprendido a respetar sus más fuertes valores. Así entonces la tolerancia, el respeto, el reconocimiento y la legalidad del otro como parte de mí mismo en un todo ciudadano, fue desplazado y sustituido por la intransigencia, la burla, el repudio y el cinismo. Volvimos a eso que hizo de Vargas, Angarita, Gallegos y Betancourt, memoria para nuestra historia. Y así creció un manejo de  nuestras inconformidades en comunión con la disposición de no ser reconocidas por los recintos del estado, porque alentaban los aires propios de la desestabilización que nos insuflabas los predios del imperio. Comenzó entonces a ejecutarse el discursó activo que en un principio prometió “freir cabezas” y demoler opositores, haciendo normales los calificativos de “escuálidos”, “canallas”, “cochino” “pitiyanqui”, “oligarca”, “apátrida”, “fascista” y etc., para referirse indiscriminadamente a quienes, oportunamente, no estábamos de acuerdo con su proyecto pseudo socialista. Se extendió un resentimiento, que ilustró las reacciones “oficiales” frente a los hechos del 2002 y 2003, el cual jamás pudo permitir, a quienes han manejado las rutas de nuestro porvenir, orientar el país con la objetividad propia de la institucionalidad. Jamás puede ser la confrontación o el despotismo la fórmula más adecuada para el ejercicio de un gobierno y menos aún, cuando la diversidad humana se hace efectiva ante un propósito de inclusión, que tiene como norte un cambio radical en la concepción del mundo. No podíamos amanecer un día todos pintados de rojo, con atavíos e imágenes que nos imponían reverencias o cultos a un rostro que nos inventaba traiciones o nos estigmatizaba de “parásitos”; que nos intervenía la cotidianidad, decidiendo qué ver u oír sin preguntarnos los que deseábamos, o nos restregaba la heroicidad de quienes por mucho tiempo habían dejado de ser nuestros referentes, porque simplemente se habían convertido en la expresión del terrorismo más atroz en nuestro continente. Marulanda, Sadam Hussein. Muamar El Gadafi, El Che y Fidel Castro fueron levantados sobre el pedestal donde antes resplandecían Páez, Gallegos y Arturo Uslar Pietri. Lejos estábamos de seguir un guión en donde el personaje principal tiene un historial de deudas con nuestro Caribe multirracial, mientras la “dignidad” ha servido para reprimir y dejar que la libertad, adopte el traje mercenario propio de quien se cree predestinado por la historia, mientras la realidad y la grandeza de nuestro país ha venido siendo trocada por caprichos vehementes y circunstanciales tratando de enajenarnos de nuestros valores, estableciendo un discurso de falso patriotismo. Hasta que llegamos a respirar una atmósfera plagada de emulaciones al fracaso de un socialismo detenido en los límites simplistas de la ideología y la doctrina,  maquillado con los cosméticos totalitaristas, que se fue estancando en un vulgar capitalismo de estado y que ha venido siendo impuesto con mediocridades de un intelecto que jamás ha comprendido, ni ha sabido interpretar los errores de los cien años de historia regada con la sangre de quienes complejamente han creído en la libertad como fórmula para resolver cualquier contradicción. Deviene entonces la reacción como una respuesta inmediata a los quince años de ocupación e intervención de una falsa ideología, que se esgrime para seguir defendiendo el fracaso más obvio de la historia Caribeña Americana. Es esta una causa para comprender los hechos que estamos viviendo.  


3

Qué decir ante la herencia cromática de Chávez y el estallido vertebrado de las barricadas. El cuatro de febrero de 1992, apenas comenzando el día, experimentamos la sorpresa de que el país había sido conmovido por un intento golpista contra su gobierno democráticamente constituido en torno a la figura de su presidente  Carlos Andrés Pérez. Mediocre e insultante acción, llevada a cabo por parte de un grupo de militares medios y desconocidos, quienes con sus acciones claramente subversivas, habían despertado el fantasma militarista que por décadas llevó al país por las vías del caudillismo y de los salvadores mesiánicos, que no lograban andar más allá de los excrementos de sus grupas. La rebelión fue controlada por la institucionalidad, dejando un “por ahora” arrogante y cacofónico que marcaría el surgimiento de la desinstitucionalización del país, así como las más oscuras páginas de traición, mentira e intriga y cuya escritura fue alentada por los poderosos de entonces, insuflando con medianías de palacio, las ínfulas de los ambiciosos de poder que emergían en una especie de tropel desbastador. Y dos años de cárcel fueron suficientes, para que desde la egolatría del Estado, su presidente, Rafael Caldera, en un acto de inexplicable razón política, dejara en libertad, con todos los derechos de cualquier ciudadano venezolano, a quienes amparados en ellos hicieron un borrón y cuenta nueva en sus currículos y ascendieron al poder. No podemos negar que muchos, quizás casi toda la nación soñó con el inicio de lo que luego fue llamada la Quinta República. Pero ésta tuvo su tarjeta de presentación bajo la manga: Socialismo del siglo XXI. El país se comenzó a teñir de rojo. No podía haber una dependencia, hospital, instituto, calle o edificio, que por pertenecer al estado no fuera marcado con los símbolos y los colores del partido que militaba el presidente, en una especie de marco que destacaba su imagen. Se compraron emisoras de radio y se fundaron algunas de televisión y entre todas, Venezolana de Televisión funcionaba como el comité central de propaganda del partido-estado. El rojo pasó a ser el telón de fondo de una campaña de promesas que recogió las inconformidades y los resentimientos, que durante muchos años, se habían acumulado en todas las instancias de la sociedad venezolana y las convirtió en el combustible volátil de una campaña en donde los vengadores resarcirían sus aspiraciones de justicia. Las expropiaciones se pusieron al orden del día como fórmula para “darle poder al soberano”. Se legitimó la dádiva como instrumento para “sacar de la pobreza” a los más necesitados. Las misiones sustituyeron cualquier proyecto en salud, educación, vivienda, trabajo y alimentación. La  CIA pasó a ser la más grande financista de cualquier crítico que sugiriera un método más eficaz para cumplir con las promesas empeñadas, o simplemente ponía en evidencia métodos como “los gallineros verticales”, “los cultivos hidropónicos” o se burlaba del “trueque” como práctica para solucionar los problemas que se acentuaban en las relaciones de compra-venta, en un mercado que cada día presentaba más problemas para satisfacer “la soberanía alimentaria” que tanto se había preconizado. “Escuálido”, “Majunche” y “Vende Patria” fueron apelativos que identificaban a quienes daban la más mínima muestra de disensión con el discurso presidencial. Surgieron comandos, patrullas, círculos, colectivos que fueron puestos al servicio de la revolución. Cualquier protesta fue estigmatizada con el nombre de guarimba y en cada voz disidente estaba la mano del imperio. El imperialismo sólo venía de USA y de sus diabólicos gobernantes, mientras que El Gigante asiático, la decadente Rusia Imperial y las aspiraciones imperialistas de Irán, no significaban amenazas para la soberanía venezolana, al servir como aliados en una especie de “intercambio” en donde el petróleo ha estrechado lazos que han sido bien atados con sumas multimillonarias de dólares, que hace de las deudas anteriores, tímidas cifras de un país con un petróleo a precios doce veces más bajos. La economía fue reducida a un recetario cuyas categorías fueron rescatadas de los libros propagandísticos de los años setenta del siglo pasado, en donde lo político fue esencial para justificar la incompetencia. Todos los fracasos en este orden fueron endosados a la Cuarta República, al Capitalismo y a las maldades del imperio. La realidad cotidiana fue dividida en dos: los con Chávez y los apátridas. El desconocimiento del otro como expresión de diversidad alcanzó rango social y la doctrina por el socialismo comenzó a ser impuesta a partir de valoraciones falsas del pasado. El puño al aire, el uniforme militar y la ideologización de los cuarteles revelaron un país en donde la acción civil había sido desplazada, dando origen a un poder del estado que criminalizó el desacuerdo, la protesta, la colegiación y el reclamo, convirtiéndolas en enemigos del poder que mostraba su talante absolutista. Al final, la rebeldía comenzó a defender de la frustración a una mayoría que siempre había trabajado para alcanzar el triunfo en el trabajo, por lo que gran parte de la sociedad sintió que la lucha por el poder había sustituido la construcción de un país que en manos de la incompetencia, la corrupción y el personalismo exacerbado, jamás dejaría de encaminarse hacia el fracaso, la derrota y la violencia. La Constitución se banalizó, pasó a ser una especie de celestina que podía ser ajustada a los requerimientos oficiales del día. Para ello ya el país había sido desdibujado en sus instituciones, cuando la injerencia extranjera –bien lejos del  norte- marcaba los rumbos de la nacionalidad. La justicia se convirtió en decisión a golpes dentro de los espacios del debate. La minoría hecha poder instituyó decisiones que hoy nos debilitan como nación soberana, pacífica, librepensadora y productiva. El orden del día comenzó a traducirse en la muerte de más de veinte mil ciudadanos venezolanos anuales productos de la violencia; en un desabastecimiento que además de someter a la población a una  búsqueda interminable de sus enseres fundamentales, contribuye, en detrimento de la nacional,  con el crecimiento de economías extranjeras a través de importaciones injustificables históricamente como leche, azúcar o papel higiénico, entre otros productos; en una inflación que impide la tranquilidad cotidiana más elemental al ser celebrada por no superar el cincuenta y seis por ciento en el último año; en una realidad que cada día es más difícil de reconocer como espacio para la expresión libre y diversa, para la consecución de la felicidad en su forma más esencial como es la posibilidad del trabajo creador,  el derecho al reconocimiento del mérito  y el ascenso social, o simplemente la libertad a ser diferente ideológicamente sin que ello sea estigmatizado con el discurso absurdo de la descalificación. Puede que a partir de allí, las barricadas sean un prototipo de respuesta a la agresión más sutil y perniciosa: la burla contra el pensamiento, la negación de la existencia de graves contradicciones y la descalificación del espíritu contestatario, carácter indiscutible de toda sociedad en dialéctico discurrir. Satanizarlas fue una respuesta de un estado cansado, adocenado y enquistado en una arrogancia que solo ha dado muestras de su concepción abrupta del poder, expresado en el fuego represivo de lo más oscuro de la historia Latinoamericana.




4


    Más allá de una plaza. Qué horrible la basura. A triste el árbol que cortaron. Llamemos a la paz. Entre las muchas preguntas y las pocas respuestas. En agosto de 1968 Fidel Castro, desde la Habana y para el mundo dijo: “Lo esencial es si  el campo socialista podía permitir o no que un país socialista pudiera actuar según sus propias decisiones. Nuestra posición es que no es permisible y que el campo socialista tiene el derecho de impedirlo de una forma u otra.”  Se refería a la situación de Checoeslovaquia, país que había decidido hacer cambios en lo económico, en lo político y en lo social, impulsando la aplicación de una democracia socialista real que les permitiera recuperar la productividad y llevar más libertad a la población en todas las esferas que, hasta ese momento, habían sido intervenidas por el régimen soviético. ¿Qué era lo que proponían los checos dentro de esa democracia socialista? Dichas propuestas aprobadas después de largas e intensas discusiones dentro  de su partido comunista eran, entre otras, la legalización de los partidos políticos, libertad sindical, libertad de prensa y el restablecimiento del libre mercado. Ante estas legítimas aspiraciones, la Unión Soviética decide invadir este país, para poner el orden socialista dictado desde el Kremlin. Y  siempre, y para entonces nosotros, desde nuestra precaria participación en la izquierda venezolana, nos preguntábamos si era legítimo o no que cualquier nación tuviera derecho a definir el rumbo de otro país, si era aceptable que con el uso de la fuerza de las armas,  todo un imperio como la Unión Soviética, arrasara con dicho derecho y justificara dicha acción, alegando que la negra participación del Imperialismo Yanqui, en la toma de decisiones hecha por el pueblo y la dirigencia reprimida brutalmente en Praga. Igualmente me pregunté durante mucho tiempo –mientras creía que el socialismo era una opción frente al capitalismo-  si la revolución de Mao Tse Tun lo habilitaba para arremeter contra el Tíbet y sus templos con el fin de someterlos a su proyecto político, o si la brutal represión hecha en la Plaza de Tiananmen contra los estudiantes que reclamaban una serie de reformas económicas y políticas que les permitiera una mejor forma de vida, era justificable ante los ojos del mundo bipolar. Ante la decisión de los manifestantes de no ceder a sus aspiraciones,  el gobierno chino decidió enviar al ejército a disolver la protesta, lo que produjo una cruel represión y la muerte de un número indeterminado de muertos – según la CIA entre 400-800, según la Cruz Roja China 2600- y más de diez mil heridos. ¿Cuáles eran las exigencias de los estudiantes e intelectuales chinos atrincherados en la histórica plaza de Tiananmen? Que se revisaran las políticas económicas impulsadas por Deing Xiaoping, ya que las mismas estaban produciendo una alta inflación así como mucho desempleo; exigían también que se flexibilizaran los controles políticos y sociales que ejercía el Partido Comunista de China; proponían una lucha contra la corrupción y libertad de prensa. Hoy China es uno de los imperios más emblemáticos del mundo, en donde capitalismo y socialismo se entrelazan entre la riqueza que algunos amasan estruendosamente, mientras se ejerce un control férreo de la vida de los ciudadanos por parte de un partido que no tiene pares con el cual confrontarlo.  Imperialismo con el cual competimos como aliados a la hora de disfrutar los beneficios del odioso-asesino-brutal imperialismo yanqui. Como las plazas en Praga y en Tiananmen, en Venezuela las barricadas se han convertido en la trinchera más a la mano que han tenido los que protestan, para tratar de resguardarse de un gobierno, que no ha tenido la intensión de escuchar las demandas que los ha lanzado a las calles, a exigir lo que siempre exige un pueblo cuando llega a la coyuntura peligrosa donde puede perderse la vida: Cese de la violencia cotidiana y política, lucha contra la corrupción, libertad de prensa, entre otras. Pero el poder, cuando se vuelve estado y trasciende al hombre como sustento fundamental de su existencia, se despereza de cualquier transigencia y desde el maniqueísmo más burdo, justifica su razón de ser, sin importarle que el paso más conveniente para conjurar los malestares sociales, están en la simple conducta de liberar la capacidad para escuchar. De allí que en Venezuela, hoy, un estudiante, ama de casa, obrero, profesor, sindicalista, alcalde, diputado o simplemente un ciudadano que se queje porque no puede disfrutar de las calles porque puede ser vilmente asesinado; que reclame porque se le va la mitad de la vida en ubicar una bolsa de leche o de azúcar, o un paquete de papel higiénico, o un paquete de harina, o un  jabón de baño, o un tubo de crema dental;  que proteste porque tuvo que pasar un día para comprar –afortunadamente- una batería para su carro; que proteste porque el poder se utiliza para agredir a golpes a quien me contradiga; que enfurezca porque protestar es un delito mientras eres protegido si lo haces vestido de rojo; que marches porque se encarcela bajo argumentos amañados, mientras los verdaderos delincuentes se pasean por nuestras calles libremente o viajan en primera clase; en fin, cuando se delimitó el dominio de la tranquilidad y se lo violentó con las armas históricas que ha utilizado siempre el poder para dominar cualquier oposición que está jugándose el porvenir, se inventa el discurso de la victimización, la filosofía de la lástima, el argumento del despotismo y la expresión de la negación. Guarimba es lo que hacen y guarimberos son y con ello la palabra les viene al dedillo, como le ha venido a todos los constructores del socialismo en el mundo. ¿Es que  hoy una plaza vale mucho para el Estado cuando durante más de diez años no han servido para el esparcimiento del pueblo? ¿Es que la violencia es nueva hoy y hay que combatirla hasta la muerte, aunque ella impunemente, orientada por la delincuencia y no reconocida por los ministros consuetudinarios del régimen, haya producido más muertes que cualquier guerra conocida? ¿Es que tengo que escribirte lo que quieres leer para que no me elimines de tus contactos de facebook? ¿Será que hoy el fascismo tiene nombre de oposición, aunque el Estado esté con su traje monocromático deglutiendo a sus integrantes? ¿Será que debemos seguir escuchando el ritmo del son en las cuñas electorales, los puertos, las notarías, los registros y la injerencia extranjera debe llamarse aliada aunque tenga aspiraciones evidentes de duplicar su imagen o tenga el nuevo cuño imperialista que nos asecha tras sus dragones milenarios? ¿Debo pensar que los males humanos tienen un solo origen y éste lleva el nombre de USA, nuestro financista principal, que nos avergüenza? No sé. Mientras no se acepte el fracaso rotundo de un modelo de tres lustros. Mientras nos se sustituya el discurso político y se le dé prioridad a lo social-económico, mientras no haya un reconocimiento del otro como parte de la diversidad que somos, puede que las barricadas sean demolidas como fueron abatidas las plazas de Praga y de Pekín, pero la guarimba se convertirá en símbolo de la protesta y el guarimbero aprenderá, como Mandela,  que "no es valiente aquel que no tiene miedo sino el que sabe conquistarlo”, y como él sabrá actuar, en el momento crucial, para transformar el resentimiento, el odio y la venganza, en combustible para que el alma sea un motor que construye felicidad. La paz comenzará entonces con la observación, el respeto y la necesitad de quien me adverse, para salir a plantarla en la extensa tierra de nuestro país. Será la sensatez. El amor a lo local. El empuje del siglo XXI libre de izquierdas y derechas. Pletórico de proyectos en donde el porvenir es implemente la posibilidad de pensar y actuar sin lazos simples de ideologías.