jueves, 30 de noviembre de 2023

 Título: Mito, poema o vida

Autor: Luis Oquendo

Género: Poesía

Diseño de portada: David Madriz

Dibujo de portada: Édgar Petit

Fotografías: Julio C. Madriz

Fecha de publicación: enero 2023

ISBN: 9798375931876

Editor responsable: EDUSER

Distribuye: Amazon





Prólogo


Esas palabras sobre el amor

            

            Ánge Madriz


Donde reina el amor, sobran las leyes.
Platón


      En todo discurso, cuando se habla de la mujer amada, indefectiblemente se habla sobre el amor y no hay artificio, intencionalidad o truculencia algunos que puedan hacer de ella algo diferente a lo que siempre ha significado dentro de esa dualidad inmanente que surge de su identificación asociada y diferente del hombre con quien hace historia e instancias de amar y en donde mito, realidad y poema se emparentan en una sola forma de ilustrarse para el mundo y componerlo en múltiples formas de vivir. No puede uno hablar de la mujer amada y deslastrarse de lo que ella nos significa, despierta y muestra como tesoro de carne y sangre, de palabras, de pensamientos y acciones. Menos aún, disolverse del misterio que encarna su presencia inicial en el Paraíso Terrenal, en donde se impone su voz para llevarnos a la existencia corporal de quienes deciden incorporarse a un mundo escondido y del cual se fiaron para su redención en la creación y el trabajo. Signos definitivos del mundo y sus circunstancias milenarias. Desde las primeras manifestaciones que revelan nuestra atención hacia ella, la mujer en franca armonía con cualquier contingencia social, surge en marea incontenible el extraordinario deseo de acumularla sobre nuestros instintos, asumirla desde cada espacio definido como sensorial, procesarla cual licor estimulante que requiere la paz de la pasión colmada y, en un nudo disuelto de contradicciones humanas, decidimos embarcarnos en esa experiencia que jamás pudo ser apaciguada al margen de besar, abrazar y poseer. Sin dejar de considerarla una estrella iluminando el norte de todos los días, entre bajos y altos esplendores de soledad y compañía, la mujer, cuando la nombramos y la divisamos entre los instrumentos de nuestra cotidianidad emocional y sensitiva, apela a un extraño don de ser que la define activa para reconocernos. Sea cual sea su rol al convertirse en amiga, amante, compañera de ruta o simplemente observadora de lo que nos sucede, será siempre acomodadora de la existencia. No sé cómo logra asirse a todos los soportes, pero nunca deja espacios al azar que puedan liquidarla como la gran descifradora del amor. Es marea indetenible, fragor desconsolado frente a los horizontes iniciales; es tono universal de lejanos y cercanos arcanos enfrentados en establos de la angustia y redención es, al final la iluminaria que sacó del tormento a todas las víctimas desconsoladas.

      Dentro y fuera de estos estandartes que nos marca la mirada de la mujer a quien hablamos, a quien escribimos o a quien pretendemos registrar a partir de su todo observador, brilla el camino de la historia. Y es que desde el más antiguo poema de amor, el cuerpo de la mujer sumeria, (hoy reconocida y premiada por sus grandes dotes reveladores de valentía en plena defensa de sus derechos de amar), como respuesta al del hombre que la aquejaba en súplicas desde el tálamo inmisericorde, siempre ha estado dispuesto para recorrer las aventuras múltiples de múltiples vivencias a las que hay darle respuestas sin que para ello medie la racionalidad y la ideología de cualquier sometimiento inventariado por el poder. No sucede ya, después de siglos en vaivenes que cada vez, más torcidamente nos etiquetan con los vicios maniáticos que una sociedad pretende reducirnos para acabar con nuestros libres sentidos de amantes.

Y es que la libertad no puede ser un juego de intercambios en donde la definición de mujer no pueda identificarse con la realidad donde ella existe amando y dejándose amar. La libertad no lleva el adjetivo que pretendamos adjudicarle para justificarnos en la soledad. Porque la libertad en el amor nos permite ver a la mujer como es ella al crisol del día, enmarcada en el aposento o simplemente como ”la burguesita bonita,/ la burguesita que caminaba/ semejante a los brotes del trigo/ cuando se mecen con el viento./”Y sin darnos cuenta, cuando hablamos de la mujer, no importa exclusivamente su nombre, porque éste puede ser “mi muchachita,” ”mi tortolita”, o la intelectual de quien nunca podríamos, a simple vista y rendidos por el tedio de morir, saber que amaran “tan dulce y fuesen tan suaves/como la leche de cabra.”

      Volvamos a decir entonces que quien habla de la mujer habla del amor, no hay ruta más expedita para registrar la existencia que el nombre, el de ella, repetido todos los instantes de la lucidez que es el aroma y la densidad de una piel que como en Mary, la hija del Almirante de Canaria, la tortolita, la burguesita, la intelectual o la franca compañera para mirar las estrella, es, para Luis Oquendo, en este su libro Mito, poema o vida, el soporte fundamental para elaborar la expresión y estructurar las lógicas dimensiones de asaltar la muerte. Y es que el amor es lo único que crece cuando se reparte, como lo decía. Saint-Exupéry, lo que se cumple en estos versos que el poeta convierte en el discurso ordenado para exaltar a la mujer que lo acompaña. No a la que se nos expropia, hoy, con otro discurso, el de su negación confusa, el de su extrañamiento, el de su enmascaramiento. No hay manera, de que es los versos de Mito, poema o vida, pueda caerse en la trampa verbal de no reconocer las formas exclusivas que caracterizan a la mujer amada. Luis Oquendo lo sabe y en este su libro se reconoce el código milenario de las divinas prácticas amorosas. Desde el puro y simple y ven misterio que rodea míticamente la palabra en perfecto acto unificador de quien otorga y quien recibe al borde del tálamo iniciante o consolidante. Lo sabe tan precisamente como lo puede saber cualquier amante, por lo que cada poema es una especie de coro lapidario, letanía para adorar y exaltar a la mujer que nos espera presta a tomarnos, epifanía simple en el reconocimiento de los sitios exclusivos donde la ella, a la que amamos, la mujer de carne y hueso, la que se disuelve en cada metáfora, en cada canción, en cada imagen y se reconstruye luego en cada entrega y en cada vaivén de piernas y solapas, en cada sorbo de besos y roturas de silencios para decirnos que desde el misterio del mito hasta la franqueza o la fuerza del poema solo permanece la valentía de amarse hasta que el silencio sea el sello que impone la soberbia del déspota. presencia forsoza que desnaturaliza y arrebata violentamente a través de la mentira, enemigas del amor, cualquier belleza carnal.


Antología



El hombre de la derrota




El hombre de la derrota volvió a levantar los brazos
y se quedaron en el aire.

El hombre de la derrota mira el cielo
y los ojos se le quedaron aprehendidos.

El hombre de la derrota abrió su corazón de pájaro
y sólo se escucha el trinar de su corazón.

El hombre de la derrota vuelve a lanzar una mirada
al mundo, y
un vendaval lo recibe.

El hombre de la derrota caminó hacia la mujer cuyos labios
tienen la luna,
y la luna le dijo: tú no eres mi sol.

El hombre de la derrota otra vez acicaló su casimir,
pero tenía la figura de un arlequín



No te he invitado hacer el amor,
sólo te he pedido
que me acompañes en la vida.

No te he invitado hacer el amor,
sólo que me dejes entrar
en un rincón de tu hogar.

No te he invitado a hacer el amor,
sólo te he invitado
a mirar las estrellas,
a caminar,
a leer un poema.

No te he invitado a hacer el amor
sólo que me acompañes con el ruido de nuestras ideas.

No te he invitado a hacer el amor,
sólo quiero
pasar mis manos
por tu cabello,
por tu cuello,
por tus manos.

No te he invitado hacer el amor
sólo quiero cuidarte.



El hombre de la derrota
no llegó a la hora.

El hombre de la derrota
se perdió entre su hambre de ser
y hacer.

El hombre de la derrota
se quedó solo
mirando su estrella.

La estrella le decía:
-anda y contempla la rosa de tu jardín.

El hombre de la derrota sólo tenía jardines
y la rosa no era su jardín,
su rosa no era su rosa.

El hombre de la derrota
viaja todos los días
a buscar su estrella
y la estrella le responde:
-anda con tu lividez a otras.

La estrella no sabe
que el hombre de la derrota
es huérfano de historia.

El hombre de la derrota
mira hoy por la tarde
a su vientecito suave del amanecer.



Mi linda burguesita
                                        
                                                                     A la hija del almirante de Canarias



Ese silencio de amarte
fue un dogma
que me despojó de la vida
el ser feliz y hacerte feliz.

Ese silencio de amarte
tuvo una ideología
y eras la burguesita bonita,
eras la burguesita que caminaba
semejante a los brotes del trigo
cuando se mecen con el viento.

Ese silencio de amarte,
mi linda burguesita
lo hice público donde los Martín
y hoy
 ¿Cómo llegar a ti, a mitad de la vida?
Sí, he estado con otras estando en ti.
 
Sí, he estado con otras,
pero no levantan las cejas,
pero no miran de lejos cerca,
pero no rizan los labios,
pero no caminan como los brotes del trigo
ni leen poesía,
ni estudian lingüística, ni escriben acerca del discurso.
Tú, hija del almirante de Canarias,
mi vientecito suave del amanecer
permíteme escribir el último discurso
el yo TE AMO.



Mary, hace tiempo te escribí
que no tengo una estrategia.

Mary, hace unos días te dije
que no tengo una táctica.

Mary, hoy
cuando me he acercado a ti
me dices cuál es mi estrategia
y yo sólo te puedo responder:
amarte,
sin el silencio de la ideología
sin el silencio del partido
que me prohibía amar
a mi linda burguesita.


Hoy frente a ti,
a tu familia, a tus amigas,
el hombre de la derrota se levanta
y da dos pasos adelante en contra la teoría leninista,
y sólo he escondido una táctica,
la de intentar mimarte
y sólo he escondido una estrategia,
la de amarte.




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