miércoles, 20 de agosto de 2014

Tríptico rotativo
Ética y lógica  del rastacuerismo
Ángel Madriz


Entre el gobierno que hace el mal y el pueblo que lo consiente, 
hacia cierta solidaridad vergonzosa.
Víctor Hugo




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La cotidianidad como desesperanza. El poeta franco uruguayo Isidore Ducasse, mejor conocido como Conde de Lautréamont, en su extraordinario libro Los cantos del maldoror desarrolla toda una estética del mal y nos dice, al comienzo del mismo, que solo una “lógica rigurosa” y una tensión espiritual equivalente, por lo menos a una ética racional, permitiría a los lectores no ser impregnados por el contenido mortífero de sus páginas. Lautréamont nos aclara, que su exaltación del mal no es más que una forma de hacer que los seres humanos deseen el bien como remedio y todo el mundo de cuestionamiento a la realidad humana que desarrolla magistralmente en los seis cantos de su libro, estalla en un hermoso y original ejemplo de ambiciosa búsqueda de salvación y trascendencia. En fin, lógica y ética para la interpretación de un mundo que requiere ser equilibrado, exorcizado, reacomodado. Cuando paso una mirada por “esa realidad” que tanto he respirado y en la que tanto he compartido las desazones de vivir, siento que algo como una atmósfera indescifrable se ha adherido a la mirada, a la voz y a los corazones de la población y que define cada gesto, cada palabra y cada acto de cada ciudadano o espectador que se entrecruzan entre dardos de duras decisiones. No puedo dejar de extrañarme ante tanta conformidad  y ante tanta resignación. Es como si anduviéramos en un mundo en donde la desigualdad, las carencias, el deterioro citadino, los incuestionables rostros de angustias ante la nada oficial que los confunde con simples operarios políticos del status, la violencia de colas interminables para solucionar cualquier acto doméstico, cualquier trivial requerimiento o algún trámite civil fueran una respuesta al bien que se dibuja en la más alta esfera de la nacionalidad, de donde todo pretende derivarse en cascadas de bienestar y total normalidad. Y es que la solidaridad, la patria, el socialismo, antiimperialismo o simplemente la libertad y la soberanía –alimentaria o política- resultan redundantes de retórica ejecutiva, ministerial o gubernamental, en un país que, por más de quince años, ha venido desintegrándose en sus manifestaciones de cotidianidad, hasta tener que utilizar la lógica de quien debe subsistir, sin que con ello sufra un quiebre ético ante tanta angustia producida por la inutilidad de quien habla sin decir nada parecido a lo vivido realmente.
    Sea el caso de la compra a cincuenta bolívares de un artículo regulado en su precio a doce bolívares –como la harina de maíz-, o comprar un aire acondicionado a cuarenta o cincuenta mil bolívares, cuando quien nos lo vende lo obtuvo a  diez o quince mil bolívares, muestras simplemente de que amas de casa, señores, empleados de almacenes o supermercados, policías o guardias nacionales “aprovechan” la exaltación del valor solidario y se inclinan por la repulsa y el egoísmo como remedio y salvación. Así mismo podemos exaltar reiteradamente Patria, Soberanía y Libertad al tiempo que la voz sufragada por los entornos de la satrapía institucional es sumida como puente verificador de la más convencional y descarnada acción de entrega a los capitales foráneos, dándoles satisfacción provinciana a los resentimientos históricos hacia los gendarmes del norte –qué más talante rastacuero el que nos hace dependientes de la maquila asiática-, o cuando tenemos que saciar el aseo, la movilidad por las calles de nuestra región o país, cuando angustiados por un deseo de elemental degustación gastronómica o simplemente cuando impulsados por las veleidades de la tecnología debemos acudir a los escarceos con colas multitudinarias, apaciguar nuestras mórbidas paciencias o irremisiblemente batirnos a duelos con la estafa para terminar creyendo que nuestro país aún es un espacio en donde podemos satisfacer nuestras escandalosas costumbres pequeñoburguesas. La solidaridad adquiere el rostro del asalto por parte de los conciudadanos más comunes, por el color verde oliva que en los recovecos de los puestos estratégicos, mengua de autoridad para impedir que el contrabando con nombre de bachaqueo sea un oficio contestatario cuya legitimidad ha sido construida con la ética liviana de la viveza, en un país donde la lógica está del lado de una supervivencia cuya alma es tan cerril como la corrupción que defiende la entrega de la disidencia en nombre de un hombre nuevo que se ha agotado a fuerza de hacerse el loco y recibir migajas para saciar el hambre de un hoy que tiene más de tres lustros. Dios, entonces, parece ser un subterfugio que justifica la oscuridad inoportuna de un país que en el pasado exhibía la eficiencia de una empresa eléctrica envidiada por toda Latinoamérica, ostentaba una economía que a pesar de sus injustas desigualdades en el reparto de la riqueza petrolera nos permitió instaurar instrumentos civiles con los que revertir tan indeseadas taras sociales; era Venezuela un espacio para el debate sin chantajes que hoy no pueden ser condenados porque es la esencia del bien que nos impulsa a desear la desidia, la complicidad, la sumisión y el rastacuerismo como un bien colectivo en donde tenemos que inscribirnos.            






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La palabra ya no es la misma. Leía una expresión de Pedro León Zapata en donde expresaba que el humorismo no puede estar del lado del poder, de estas palabras podemos inferir que el poder tampoco puede tener poetas. Claro que existirán humoristas que halaguen al poderoso como poetas le canten al mismo, pero el primero será simplemente la secuela del dolor o el ditirambo de la sumisión, en el caso de la poesía será la metáfora de la complacencia, la expresión de lo convencional, la lisonja en versos de trivial egolatría, algo así como una orgía fabricada en estrofas a múltiples manos, en el espacio dónde los ejecutivos y los burócratas ensayan sus lógicas y codifican su éticas.
  Defender con palabras lo que se define con acciones es un lujo que el poeta o escritor deben aprender a digerir. La única realidad que alimenta a quien escribe es la que él puede reinventar cotidianamente cuando existe, ama, odia o se llena de esperanza. Cuando el poeta o escritor tiene que seguir las pautas del leguaje del poder es que ya no tiene nada que decir y si lo hace se acomoda en las estancias de la institución, en la lógica del rastacueros, coquetea y se insufla de bienestar o amargamente no consigue entender las fuerzas de la insurgencia en diferentes formas de escribir porque hay viejas formas de pensar, actuar y gobernar. Vemos entonces que las palabras se agotan en sí mismas, no tienen la magia del espíritu, se volvieron inútiles y deben ser reinstaladas dentro de la misma semántica que las desvencijó. Antes fueron “Patria o Muerte” o “Patria Bonita”, hoy es “La Patria es de todos”; antes fue “Quinta República” o “PSUV” o “PPT”, hoy es “Derecha Endógena” o “Los Pragmáticos” o “Proyecto Estado”; antes fue “Escuálidos” o “Majunche” o “El Filósofo”, hoy es “Derecha fascista” “Golpistas disociados”  y los poetas y escritores, leamos lo que escriben, todos caminan y sienten al ritmo del discurso dominante, no ha habido opción. Terminamos, entonces, saliéndonos a percibir que el poder es el poder y que su discurso, no convincente para hallar el camino de la redención, es desoído en una acción de alineación con la acción contraria a la solidaridad, la frugalidad, el respeto, la racionalidad y la austeridad. Para ello, la picardía, el sobreprecio, el acaparamiento, el contrabando, la matraca, la estafa, el soborno, la informalidad del trabajo con la intención de formalizar la trampa. Ética de la sobrevivencia a cualquier costo sustentada por la lógica del individualismo.      






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Compromiso de nadie, complicidad de todos. Contra el poder no se puede luchar solo. Y es que el hombre (¿y la mujer? ya no lo sé) al enfrentarse a la decadencia de los principios que justifican su existencia requiere reformular sus cánones, enderezar sus vías, purgar sus entuertos y ha sabido hacerlo, desde que Don Quijote, un día consciente de su locura, decidió contarle al mundo sus derrotas y desengaños como resultado de un viaje por los parajes del mal colectivo. Resultó que su lucha lo volvió a una cordura desde la cual era imposible emprender o continuar cualquier empresa reivindicadora de la raza humana, y terminó por abandonar la existencia y convertirse en mito, vivir más allá del bien que deseaba defender, más acá del mal al que sabía que podía derrotar con las fuerzas de la locura de amar y de vivir. Cuando nos regimos por la voluntad de insurgir contra el mal, cualquier opción expresiva nos resulta ingrata o vulgarmente peligrosa. Sin embargo, como escritores, nuestra palabra debe estar inmersa en la rebeldía, debe estar impulsada por la ruptura. De lo contrario terminamos siendo una especie de bufón con libros que nada dicen aunque muchos escriben. Sucede lo mismo con la sociedad toda. Si nos sentamos a esperar que lo que está deje de ser, simplemente nos convertimos en lo que no queremos ser. O en lo que no hemos podido ser. O peor aún, en lo que podemos llegar  ser con el permiso de lo que es y seguirá siendo. Durante todo este tiempo de pérdida de su civilismo, Venezuela no ha tenido una oposición al poder comprometida con un destino más del siglo XXI, con una nación más sincera en sus ofertas, más ajustada a sus posibilidades y más transparente en lo que debe ser su ética y su lógica. Ni los empresarios, ni los políticos, ni los académicos, ni los creadores, ni sus religiosos, ni sus ciudadanos de a pie han podido fraguar una salida de propuestas cónsonas con sus derechos a la libertad, la creación, la expresión, el trabajo y todos esos derechos que universalmente está consagrados para la constitución de cualquier sociedad moderna y emprendedora. Sólo se escucha la voz abusiva del poder. La verborrea oficial. El vulgar soliloquio gubernamental. El sórdido y brutal logos del mando pseudocivil, cuasi militar.
Desde él se  pretende imponer una enseñanza que da al ristre con cualquier voz disidente. Amenaza y no surge una respuesta de vanguardia que clarifique el ofuscamiento estatal, la paranoica voz del mando palaciego, la esquizofrénica moral del cuartel adocenado. Todos estamos a la espera de que el bien siga el curso del molde al que ha sido sometido en nombre de unos símbolos patrios que ya no tienen héroes, que fueron secuestrados por el espíritu patriótico de otros horizontes y contra el cual tan sólo el mal ha podido imponerse con sus ínfulas diversas de múltiples empresas y múltiples formas de la maraña. Venezuela es hoy un país cuya ética de la reflexión y el conocimiento fue sustituida por una ética de la coyuntura y su lógica rigurosa que la encausaba a la perfectibilidad –como método de solución de sus múltiples problemas- social, fue sustituida por una lógica sórdida compuesta por la intrascendencia y el oportunismo. En ella se vive exaltando un bien trivial y elemental para que su gente tenga que practicar las complejas fórmulas del mal.    



Expresiones más comunes del rastacuerismo en Venezuela:

-Las colas son necesarias porque así todos podemos obtener pollo, papel sanitario, leche, margarina y los alimentos regulados.
-No tenemos artículos de primera necesidad porque todo se lo están llevando pa’ Colombia los empresarios.
-No hay medicamentos porque la gente los está acaparando.
-Gracias a los apagones nos podemos reunir en familia para compartir.
-No hay carros porque la gente los compra pa’ revenderlos al triple de su costo.
-No hay que darle los títulos de propiedad de las casas a la gente para que no las vendan.
-Hay que racionar la electricidad para que la gente aprenda a no encender tantos aparatos de aire acondicionado.
-La violencia ciudadana es culpa de los medios de comunicación que informan sobre las muertes de los ciudadanos que les gusta estar todo el tiempo en la calle.

-La escasez es culpa del imperio y de sus planes magnicidas.





Un sol se desnuda en mi bosque.
De María Hernández de Martín
La vida en la poesía
Por Ángel Madriz

    Octavio Paz escribió alguna vez que la poesía se justificaba a sí misma. Creo que todo poeta necesita constantemente ganarle un tiempo y un espacio a la ruta inexorable de la muerte y es entonces cuando su expresión cobra más brillo, se hace más intensa, se convierte en esencia pura de vivencias y logra vencer cualquier mudez, toda rigidez, la más mínima oscuridad; cataliza el más mínimo recuerdo de existir y en un impulso que podría llenarse de imágenes, diversificarse en reflexiones, extenderse en pasiones y sentimientos, reinventa el sitio mismo del porvenir en donde puede hacer el inventario de su historia, escribe el poema y termina por definirse en franca alianza con la palabra y la existencia. Ha logrado calar el sitio mismo en donde permanecerá para siempre. Es ahora el poeta ese creador al cual todos nos debemos en cuerpo y alma, al cual pertenecemos y del cual todos somos una parte misma de lo que escribe. Cuando leo el libro Un sol se des nuda en mi bosque  de la María Hernández de Martín me asalta una duda: sus poemas son el recuento sumario de toda su existencia o es la síntesis vivencial de todos los afectos que hemos experimentado como seres humanos.
    María Hernández de Martín logra construir una historia en la que el poema es un capítulo, una página y los sucesos son síntesis de un alma que siente los recuerdos y los cristaliza en imágenes que son los hijos, el amante, la naturaleza y las estancias existenciales, en los cuales logran todos confundirse en un solo instante de nostalgias, de amor o de alegrías de vivir. Entre ellos –los seres y lo vivido- los mitos del hombre, sus tormentosos episodios en donde discurren vigilantes del mundo, el lenguaje se mueve entre el péndulo de la más apasionada anécdota  y el profundo sentido de la síntesis. Necesidad de contar que se hace en matices diversos de imágenes y en sensoriales expresiones de lo que se ha vivido. Sinestesia de lo vivencial, frente a la profundidad del verso breve y preciso que algunas veces nos regala la riqueza de un saber pleno de transparencias.
      Un sol se desnuda en mi bosque es un libro que nos define la palabra como una gran memoria de donde surgen rostros amados, dolores expurgados, tristeza aliviadas, tránsitos enmendados y deseos recuperados; es una voz de quien sabe del poder incuestionable que tiene el lenguaje, cuando se convierte en instrumento de la profunda alma que nos exige la urgencia de su presencia, entre quienes han sido parte inquebrantable de sus latencias. Es un libro que discurre con una inteligencia sólida, con una pasión de acerados versos, con una sencillez de complejos testimonios y con una decisión de ganarle belleza a la tristeza que muchas veces significa la nostalgia.

    Publicado por el Consejo de Publicaciones de la Universidad del Zulia y prologado por Mariluz Domínquez Torres, dentro de su Colección Artes y Letras, Un sol se desnuda en mi bosque habla por sí solo de la capacidad de su autora para hacer de la poesía un espacio para ejecutar cualquier rastro de silencio, dentro de una ciudad que solamente sabe transitarse, al sol de todos los días, entre el silencio de sus transeúntes o el bullicio de sus calles.     

jueves, 27 de marzo de 2014




Siempre ellos

Para Génesis Carmona, Bassil Dacosta, Robert  Redman,
Geraldine Moreno, Wilmer Carballo, Daniel Tinoco
 y todos los caídos desde el 12 de febrero.

No sé si son zurdos o son diestros
Si tienen las manos suaves, los rostros tersos
o se calientan al sol y sus dedos son ásperos como la vida.
No sé si visten de algodón, lino, gabardina
o forzosamente se envuelven en lona, poliéster o se diluyen en nylon.
No sé si viven en terrazas con jardines,
comen a la mesas, respiran en balcones      
o ven pasar la vida simplemente con una esperanza interminable.
No sé si viajan y experimentan países remotos
o decidieron eclipsar cualquier sueño de primera clase.
No sé si son de sangre roja, miran en azul o padecen en amarillo.
No sé
         no lo sé
                      no podré saberlo
                                                ni jamás podrá importarme
si comienzan el día con una dulce bocanada de aire    
o se detienen al pie de la montaña para ver caer los restos de cada día.
Sólo sé que son de quince, veinte o treinta y tantos los años que han vivido
y ya han aprendido que son ellos
                                                    sólo ellos
                                                                  siempre ellos han sido
quienes han convertido cada desencanto
cada período manchado por la desilusión
cualquier universo sospechoso de traiciones
en un voluminoso cuerpo de ruinas.

Ellos, únicamente ellos, firmemente ellos
en un solo combustible de rebeldía,
como una marea sólida e imbatible,
cual diversa y compacta manifestación de valentía,
ellos, sin rostro, piel o vestiduras definidas,
                                                                    ellos, así, solo ellos y más nada,
mirando al final de cada poniente y sin importarles las derechas o izquierdas,
sin mirar ropajes, preguntar origen, ni identificar linajes,
sin sospechar de los cansancios, ni condenar debilidades;
                                                                     ellos, siempre francos, sencillos ellos
con solo los nombres para recordarse, para nombrarse
ellos, en cualquier caída, en cualquier mutilación,
en todo brazo borrado por el negro de los humos
o cabezas estalladas por los grises de los plomos
                                                                        ellos, únicamente ellos,
han sabido sembrar amores, cultivar el alma, cosechar las voces,
para entregarnos la brillantez de sus pasiones.

No sé si recogen vendavales porque han sembrado tormentas
tan sólo sé que ellos, brindan sus cuerpos, ofrecen sus sonrisas,
para que construyamos en cualquier momento la alegría


Ángel Madriz




Tríptico rotativo

Es necesario que diga



“A veces los sacrificios de la inteligencia
valen menos que un golpe de suerte.”
Tomás Eloy Martínez





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A ver. ¡Cómo comenzar! El retorno de los insurgentes. Quizás la simplicidad, el sectarismo, la acción fans o simplemente el termostato de la pasión doméstica o cotidiana,  pueda estar rondando las ínfulas proteicas que redondean los formatos del poder y que en el reflejo de su alter ego indispensable se imponga inevitablemente un accionar para la sobrevivencia que exige cualquier diversidad. A ver, cómo no tener que decir. Así, con los infinitivos propios del más inmediato presente. Quiero hacerme la idea de que la vida te remonte cualquier deseo de verte reflejado en la realidad y ésta se convierta en la contraposición más inesperada, pero que como alteridad la concibes esencial para disolver cualquier obstáculo en la conducción de todos tus músculos por entre el ejercicio de la síntesis que es la realidad, construida con y en su más franca expresión de felices convenciones. Quiero hacerme la idea, como alguna vez pude hacérmela durante más de cuatro décadas, de que es posible aguantarse las ganas de ver tus ideas-lecturas-sueños convertidos en espacio fundamental de tu rutina, o que tengas que guardarte tus ansias hasta que puedas algún período decirles a todos, que por fin se cumplió la posibilidad de aportarte con todo y esperanza, para lanzarle a la historia un periplo constructor de vanguardia, ésta, vuelta modernidad de país –no pensando por esos momento en pos o globalidad-, contemporaneidad de pensamiento y diversidad de acción, en eso que aprendimos a conocer como alternabilidad. Pero surge de repente la ruptura de un discurrir que nos comprometía con la búsqueda de una ética más ciudadana y de una lógicas más auténticamente civilista. Ruptura que inmisericordemente arremetió contra las debilidades de toda una compleja y confusa forma de ejercer la democracia, en donde el personalismo adocenado olvidó el más elemental de todos los principios políticos: reconocer las contradicciones y en el ejercicio de las más clásica dialéctica, impulsara una síntesis en donde los contrarios, ya en franco desconocimiento de los extremos,  fueran la clave para la participación más comprometida con la totalidad, para la conjuración de salidas encubiertas, para la transparencia en la adjudicación del futuro en su rumbo hacia el porvenir y no en ese volver a los principio maniqueos que tanto suelen deslumbrar a los amantes nerviosos del poder. Porque a fin de cuentas, el mal y el bien sólo pueden ser ejecutados sin regateos desde las salas situacionales donde se transparenta el poder. Y desde allí, se urdió un oportunismo, cuyos escrúpulos tan sólo pudieron reconocer los vientos intempestivos que venían del pasado subversivo fracasado. Esa es la forma de accionar que nos ha marcado los últimos 15 años de vida pos republicana: resolver la inmediatez de aspiraciones infamadas por el egocentrismo, desconociendo cualquier alegato racional, porque hay sinrazones o dogmas desvencijados que se pueden manejar histriónicamente con las baterías de ingentes riquezas, en una especie de libreto escrito en los muros del resentimiento, el oportunismo, la arrogancia, el narcisismo y el quilate del aquiescente despotismo.  



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A ver, debo seguir intentando decir algunas cosas. El discurso y la imagen de los vencidos, “por ahora”. Cuando reconocíamos que estábamos al borde de un quiebre en la propuesta políticas que habíamos experimentado, alejados de la constante militarista de nuestra historia, esa que había impedido recurrentemente completar nuestros proyectos de país entronizado en las luces del civilismo; cuando podíamos reconocernos en un ejercicio de búsqueda de alternativas, a través de las cuales pudiéramos superar los focos de un estado desgastado por el populismo, e imponer las voces de la inteligencia que se debatía entre el poder oficial y el de un país que ya había abandonado el silencio como forma expresiva de la tolerancia; cuando habíamos reconocido la posibilidad de que la democracia era perfectible desde la exigencia ciudadana, cuya expresión era orientada por su formación política y sus muestras del manejo del conocimiento, se abalanzó sobre el cuerpo de nuestra sociedad, en una rapiña confeccionada en la oscuridad del oportunismo y la traición, los fantasmas del pasado. Y tomaron cuerpo. Fueron resucitados e impuestos sobre las lápidas de la institucionalidad, con el epitafio de un “por ahora” que hoy nos avergüenza por haberle dado una legitimidad espuria que finiquitó, con su significación confusa, la objetividad de un país que había aprendido a respetar sus más fuertes valores. Así entonces la tolerancia, el respeto, el reconocimiento y la legalidad del otro como parte de mí mismo en un todo ciudadano, fue desplazado y sustituido por la intransigencia, la burla, el repudio y el cinismo. Volvimos a eso que hizo de Vargas, Angarita, Gallegos y Betancourt, memoria para nuestra historia. Y así creció un manejo de  nuestras inconformidades en comunión con la disposición de no ser reconocidas por los recintos del estado, porque alentaban los aires propios de la desestabilización que nos insuflabas los predios del imperio. Comenzó entonces a ejecutarse el discursó activo que en un principio prometió “freir cabezas” y demoler opositores, haciendo normales los calificativos de “escuálidos”, “canallas”, “cochino” “pitiyanqui”, “oligarca”, “apátrida”, “fascista” y etc., para referirse indiscriminadamente a quienes, oportunamente, no estábamos de acuerdo con su proyecto pseudo socialista. Se extendió un resentimiento, que ilustró las reacciones “oficiales” frente a los hechos del 2002 y 2003, el cual jamás pudo permitir, a quienes han manejado las rutas de nuestro porvenir, orientar el país con la objetividad propia de la institucionalidad. Jamás puede ser la confrontación o el despotismo la fórmula más adecuada para el ejercicio de un gobierno y menos aún, cuando la diversidad humana se hace efectiva ante un propósito de inclusión, que tiene como norte un cambio radical en la concepción del mundo. No podíamos amanecer un día todos pintados de rojo, con atavíos e imágenes que nos imponían reverencias o cultos a un rostro que nos inventaba traiciones o nos estigmatizaba de “parásitos”; que nos intervenía la cotidianidad, decidiendo qué ver u oír sin preguntarnos los que deseábamos, o nos restregaba la heroicidad de quienes por mucho tiempo habían dejado de ser nuestros referentes, porque simplemente se habían convertido en la expresión del terrorismo más atroz en nuestro continente. Marulanda, Sadam Hussein. Muamar El Gadafi, El Che y Fidel Castro fueron levantados sobre el pedestal donde antes resplandecían Páez, Gallegos y Arturo Uslar Pietri. Lejos estábamos de seguir un guión en donde el personaje principal tiene un historial de deudas con nuestro Caribe multirracial, mientras la “dignidad” ha servido para reprimir y dejar que la libertad, adopte el traje mercenario propio de quien se cree predestinado por la historia, mientras la realidad y la grandeza de nuestro país ha venido siendo trocada por caprichos vehementes y circunstanciales tratando de enajenarnos de nuestros valores, estableciendo un discurso de falso patriotismo. Hasta que llegamos a respirar una atmósfera plagada de emulaciones al fracaso de un socialismo detenido en los límites simplistas de la ideología y la doctrina,  maquillado con los cosméticos totalitaristas, que se fue estancando en un vulgar capitalismo de estado y que ha venido siendo impuesto con mediocridades de un intelecto que jamás ha comprendido, ni ha sabido interpretar los errores de los cien años de historia regada con la sangre de quienes complejamente han creído en la libertad como fórmula para resolver cualquier contradicción. Deviene entonces la reacción como una respuesta inmediata a los quince años de ocupación e intervención de una falsa ideología, que se esgrime para seguir defendiendo el fracaso más obvio de la historia Caribeña Americana. Es esta una causa para comprender los hechos que estamos viviendo.  


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Qué decir ante la herencia cromática de Chávez y el estallido vertebrado de las barricadas. El cuatro de febrero de 1992, apenas comenzando el día, experimentamos la sorpresa de que el país había sido conmovido por un intento golpista contra su gobierno democráticamente constituido en torno a la figura de su presidente  Carlos Andrés Pérez. Mediocre e insultante acción, llevada a cabo por parte de un grupo de militares medios y desconocidos, quienes con sus acciones claramente subversivas, habían despertado el fantasma militarista que por décadas llevó al país por las vías del caudillismo y de los salvadores mesiánicos, que no lograban andar más allá de los excrementos de sus grupas. La rebelión fue controlada por la institucionalidad, dejando un “por ahora” arrogante y cacofónico que marcaría el surgimiento de la desinstitucionalización del país, así como las más oscuras páginas de traición, mentira e intriga y cuya escritura fue alentada por los poderosos de entonces, insuflando con medianías de palacio, las ínfulas de los ambiciosos de poder que emergían en una especie de tropel desbastador. Y dos años de cárcel fueron suficientes, para que desde la egolatría del Estado, su presidente, Rafael Caldera, en un acto de inexplicable razón política, dejara en libertad, con todos los derechos de cualquier ciudadano venezolano, a quienes amparados en ellos hicieron un borrón y cuenta nueva en sus currículos y ascendieron al poder. No podemos negar que muchos, quizás casi toda la nación soñó con el inicio de lo que luego fue llamada la Quinta República. Pero ésta tuvo su tarjeta de presentación bajo la manga: Socialismo del siglo XXI. El país se comenzó a teñir de rojo. No podía haber una dependencia, hospital, instituto, calle o edificio, que por pertenecer al estado no fuera marcado con los símbolos y los colores del partido que militaba el presidente, en una especie de marco que destacaba su imagen. Se compraron emisoras de radio y se fundaron algunas de televisión y entre todas, Venezolana de Televisión funcionaba como el comité central de propaganda del partido-estado. El rojo pasó a ser el telón de fondo de una campaña de promesas que recogió las inconformidades y los resentimientos, que durante muchos años, se habían acumulado en todas las instancias de la sociedad venezolana y las convirtió en el combustible volátil de una campaña en donde los vengadores resarcirían sus aspiraciones de justicia. Las expropiaciones se pusieron al orden del día como fórmula para “darle poder al soberano”. Se legitimó la dádiva como instrumento para “sacar de la pobreza” a los más necesitados. Las misiones sustituyeron cualquier proyecto en salud, educación, vivienda, trabajo y alimentación. La  CIA pasó a ser la más grande financista de cualquier crítico que sugiriera un método más eficaz para cumplir con las promesas empeñadas, o simplemente ponía en evidencia métodos como “los gallineros verticales”, “los cultivos hidropónicos” o se burlaba del “trueque” como práctica para solucionar los problemas que se acentuaban en las relaciones de compra-venta, en un mercado que cada día presentaba más problemas para satisfacer “la soberanía alimentaria” que tanto se había preconizado. “Escuálido”, “Majunche” y “Vende Patria” fueron apelativos que identificaban a quienes daban la más mínima muestra de disensión con el discurso presidencial. Surgieron comandos, patrullas, círculos, colectivos que fueron puestos al servicio de la revolución. Cualquier protesta fue estigmatizada con el nombre de guarimba y en cada voz disidente estaba la mano del imperio. El imperialismo sólo venía de USA y de sus diabólicos gobernantes, mientras que El Gigante asiático, la decadente Rusia Imperial y las aspiraciones imperialistas de Irán, no significaban amenazas para la soberanía venezolana, al servir como aliados en una especie de “intercambio” en donde el petróleo ha estrechado lazos que han sido bien atados con sumas multimillonarias de dólares, que hace de las deudas anteriores, tímidas cifras de un país con un petróleo a precios doce veces más bajos. La economía fue reducida a un recetario cuyas categorías fueron rescatadas de los libros propagandísticos de los años setenta del siglo pasado, en donde lo político fue esencial para justificar la incompetencia. Todos los fracasos en este orden fueron endosados a la Cuarta República, al Capitalismo y a las maldades del imperio. La realidad cotidiana fue dividida en dos: los con Chávez y los apátridas. El desconocimiento del otro como expresión de diversidad alcanzó rango social y la doctrina por el socialismo comenzó a ser impuesta a partir de valoraciones falsas del pasado. El puño al aire, el uniforme militar y la ideologización de los cuarteles revelaron un país en donde la acción civil había sido desplazada, dando origen a un poder del estado que criminalizó el desacuerdo, la protesta, la colegiación y el reclamo, convirtiéndolas en enemigos del poder que mostraba su talante absolutista. Al final, la rebeldía comenzó a defender de la frustración a una mayoría que siempre había trabajado para alcanzar el triunfo en el trabajo, por lo que gran parte de la sociedad sintió que la lucha por el poder había sustituido la construcción de un país que en manos de la incompetencia, la corrupción y el personalismo exacerbado, jamás dejaría de encaminarse hacia el fracaso, la derrota y la violencia. La Constitución se banalizó, pasó a ser una especie de celestina que podía ser ajustada a los requerimientos oficiales del día. Para ello ya el país había sido desdibujado en sus instituciones, cuando la injerencia extranjera –bien lejos del  norte- marcaba los rumbos de la nacionalidad. La justicia se convirtió en decisión a golpes dentro de los espacios del debate. La minoría hecha poder instituyó decisiones que hoy nos debilitan como nación soberana, pacífica, librepensadora y productiva. El orden del día comenzó a traducirse en la muerte de más de veinte mil ciudadanos venezolanos anuales productos de la violencia; en un desabastecimiento que además de someter a la población a una  búsqueda interminable de sus enseres fundamentales, contribuye, en detrimento de la nacional,  con el crecimiento de economías extranjeras a través de importaciones injustificables históricamente como leche, azúcar o papel higiénico, entre otros productos; en una inflación que impide la tranquilidad cotidiana más elemental al ser celebrada por no superar el cincuenta y seis por ciento en el último año; en una realidad que cada día es más difícil de reconocer como espacio para la expresión libre y diversa, para la consecución de la felicidad en su forma más esencial como es la posibilidad del trabajo creador,  el derecho al reconocimiento del mérito  y el ascenso social, o simplemente la libertad a ser diferente ideológicamente sin que ello sea estigmatizado con el discurso absurdo de la descalificación. Puede que a partir de allí, las barricadas sean un prototipo de respuesta a la agresión más sutil y perniciosa: la burla contra el pensamiento, la negación de la existencia de graves contradicciones y la descalificación del espíritu contestatario, carácter indiscutible de toda sociedad en dialéctico discurrir. Satanizarlas fue una respuesta de un estado cansado, adocenado y enquistado en una arrogancia que solo ha dado muestras de su concepción abrupta del poder, expresado en el fuego represivo de lo más oscuro de la historia Latinoamericana.




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    Más allá de una plaza. Qué horrible la basura. A triste el árbol que cortaron. Llamemos a la paz. Entre las muchas preguntas y las pocas respuestas. En agosto de 1968 Fidel Castro, desde la Habana y para el mundo dijo: “Lo esencial es si  el campo socialista podía permitir o no que un país socialista pudiera actuar según sus propias decisiones. Nuestra posición es que no es permisible y que el campo socialista tiene el derecho de impedirlo de una forma u otra.”  Se refería a la situación de Checoeslovaquia, país que había decidido hacer cambios en lo económico, en lo político y en lo social, impulsando la aplicación de una democracia socialista real que les permitiera recuperar la productividad y llevar más libertad a la población en todas las esferas que, hasta ese momento, habían sido intervenidas por el régimen soviético. ¿Qué era lo que proponían los checos dentro de esa democracia socialista? Dichas propuestas aprobadas después de largas e intensas discusiones dentro  de su partido comunista eran, entre otras, la legalización de los partidos políticos, libertad sindical, libertad de prensa y el restablecimiento del libre mercado. Ante estas legítimas aspiraciones, la Unión Soviética decide invadir este país, para poner el orden socialista dictado desde el Kremlin. Y  siempre, y para entonces nosotros, desde nuestra precaria participación en la izquierda venezolana, nos preguntábamos si era legítimo o no que cualquier nación tuviera derecho a definir el rumbo de otro país, si era aceptable que con el uso de la fuerza de las armas,  todo un imperio como la Unión Soviética, arrasara con dicho derecho y justificara dicha acción, alegando que la negra participación del Imperialismo Yanqui, en la toma de decisiones hecha por el pueblo y la dirigencia reprimida brutalmente en Praga. Igualmente me pregunté durante mucho tiempo –mientras creía que el socialismo era una opción frente al capitalismo-  si la revolución de Mao Tse Tun lo habilitaba para arremeter contra el Tíbet y sus templos con el fin de someterlos a su proyecto político, o si la brutal represión hecha en la Plaza de Tiananmen contra los estudiantes que reclamaban una serie de reformas económicas y políticas que les permitiera una mejor forma de vida, era justificable ante los ojos del mundo bipolar. Ante la decisión de los manifestantes de no ceder a sus aspiraciones,  el gobierno chino decidió enviar al ejército a disolver la protesta, lo que produjo una cruel represión y la muerte de un número indeterminado de muertos – según la CIA entre 400-800, según la Cruz Roja China 2600- y más de diez mil heridos. ¿Cuáles eran las exigencias de los estudiantes e intelectuales chinos atrincherados en la histórica plaza de Tiananmen? Que se revisaran las políticas económicas impulsadas por Deing Xiaoping, ya que las mismas estaban produciendo una alta inflación así como mucho desempleo; exigían también que se flexibilizaran los controles políticos y sociales que ejercía el Partido Comunista de China; proponían una lucha contra la corrupción y libertad de prensa. Hoy China es uno de los imperios más emblemáticos del mundo, en donde capitalismo y socialismo se entrelazan entre la riqueza que algunos amasan estruendosamente, mientras se ejerce un control férreo de la vida de los ciudadanos por parte de un partido que no tiene pares con el cual confrontarlo.  Imperialismo con el cual competimos como aliados a la hora de disfrutar los beneficios del odioso-asesino-brutal imperialismo yanqui. Como las plazas en Praga y en Tiananmen, en Venezuela las barricadas se han convertido en la trinchera más a la mano que han tenido los que protestan, para tratar de resguardarse de un gobierno, que no ha tenido la intensión de escuchar las demandas que los ha lanzado a las calles, a exigir lo que siempre exige un pueblo cuando llega a la coyuntura peligrosa donde puede perderse la vida: Cese de la violencia cotidiana y política, lucha contra la corrupción, libertad de prensa, entre otras. Pero el poder, cuando se vuelve estado y trasciende al hombre como sustento fundamental de su existencia, se despereza de cualquier transigencia y desde el maniqueísmo más burdo, justifica su razón de ser, sin importarle que el paso más conveniente para conjurar los malestares sociales, están en la simple conducta de liberar la capacidad para escuchar. De allí que en Venezuela, hoy, un estudiante, ama de casa, obrero, profesor, sindicalista, alcalde, diputado o simplemente un ciudadano que se queje porque no puede disfrutar de las calles porque puede ser vilmente asesinado; que reclame porque se le va la mitad de la vida en ubicar una bolsa de leche o de azúcar, o un paquete de papel higiénico, o un paquete de harina, o un  jabón de baño, o un tubo de crema dental;  que proteste porque tuvo que pasar un día para comprar –afortunadamente- una batería para su carro; que proteste porque el poder se utiliza para agredir a golpes a quien me contradiga; que enfurezca porque protestar es un delito mientras eres protegido si lo haces vestido de rojo; que marches porque se encarcela bajo argumentos amañados, mientras los verdaderos delincuentes se pasean por nuestras calles libremente o viajan en primera clase; en fin, cuando se delimitó el dominio de la tranquilidad y se lo violentó con las armas históricas que ha utilizado siempre el poder para dominar cualquier oposición que está jugándose el porvenir, se inventa el discurso de la victimización, la filosofía de la lástima, el argumento del despotismo y la expresión de la negación. Guarimba es lo que hacen y guarimberos son y con ello la palabra les viene al dedillo, como le ha venido a todos los constructores del socialismo en el mundo. ¿Es que  hoy una plaza vale mucho para el Estado cuando durante más de diez años no han servido para el esparcimiento del pueblo? ¿Es que la violencia es nueva hoy y hay que combatirla hasta la muerte, aunque ella impunemente, orientada por la delincuencia y no reconocida por los ministros consuetudinarios del régimen, haya producido más muertes que cualquier guerra conocida? ¿Es que tengo que escribirte lo que quieres leer para que no me elimines de tus contactos de facebook? ¿Será que hoy el fascismo tiene nombre de oposición, aunque el Estado esté con su traje monocromático deglutiendo a sus integrantes? ¿Será que debemos seguir escuchando el ritmo del son en las cuñas electorales, los puertos, las notarías, los registros y la injerencia extranjera debe llamarse aliada aunque tenga aspiraciones evidentes de duplicar su imagen o tenga el nuevo cuño imperialista que nos asecha tras sus dragones milenarios? ¿Debo pensar que los males humanos tienen un solo origen y éste lleva el nombre de USA, nuestro financista principal, que nos avergüenza? No sé. Mientras no se acepte el fracaso rotundo de un modelo de tres lustros. Mientras nos se sustituya el discurso político y se le dé prioridad a lo social-económico, mientras no haya un reconocimiento del otro como parte de la diversidad que somos, puede que las barricadas sean demolidas como fueron abatidas las plazas de Praga y de Pekín, pero la guarimba se convertirá en símbolo de la protesta y el guarimbero aprenderá, como Mandela,  que "no es valiente aquel que no tiene miedo sino el que sabe conquistarlo”, y como él sabrá actuar, en el momento crucial, para transformar el resentimiento, el odio y la venganza, en combustible para que el alma sea un motor que construye felicidad. La paz comenzará entonces con la observación, el respeto y la necesitad de quien me adverse, para salir a plantarla en la extensa tierra de nuestro país. Será la sensatez. El amor a lo local. El empuje del siglo XXI libre de izquierdas y derechas. Pletórico de proyectos en donde el porvenir es implemente la posibilidad de pensar y actuar sin lazos simples de ideologías.