
Dos viejos comendo. Obra del pintor españosl Francisco de Goya y Lucientes
Ángel Madriz
¡Actúa en vez de suplicar.
Sacrifícate sin esperanza de gloria nirecompensa!
Si quieres conocer los milagros, hazlos tú antes.
Sólo así podrácumplirse tu peculiar destino.
Ludwig van Beethoven
Estar en Venezuela y no
terminar arruinado por la desilusión es algo muy difícil, más que difícil,
agotador. Termina uno, cuando se da cuenta de que los días pasan sin algo por lo
que no valga la pena hacer grandes esfuerzos, exhausto sobre el pavimento de la
desesperación. Desde sentarse en una banca a ver el tránsito ciudadano, salir en
búsqueda de los amigos que aún nos quedan, como visitar al médico o comprar lo
que debemos consumir periódicamente, resulta una toma de decisión ante la que
debemos estar preparados con logística, economía variada, pertrechos sólidos y
abundante paciencia para que no se active la reacción anti impotencia. Es que
para poder alcanzar el destino deseado, ya ubicado, debes rogarle a Dios que a
tu alcance esté, por ejemplo, los dólares o bolívares para un pago móvil o Zelle
-se me olvidaba el detalle que la falta de un efectivo de cualquier monedas o
billetes es cosa ordinaria-, la gasolina para mover a quien te llevará hasta él,
la electricidad para la transacción y el ánimo para resistir que no dormiste
bien o pudiste refrescarte con la dosis de baño respectiva. Vivir la impronta de
una cotidianidad que está permanentemente intervenida por lo inesperado que el
caos logra, nos exige tener la voluntad de aprender de cada hecho que vivimos y
de plantearnos posibles acciones que tengan que ver con algo más que la
esperanza.
Durante los últimos veinticuatro años hemos experimentado una
realidad que nos ha reclamado sentido común, fortaleza espiritual y capacidad
moral para no caer en las fauces de la entrega, como ciudadanos de un país que
una vez nos enseñó a enfrentarnos a las adversidades y encontrar el camino de la
victoria. Nuestra historia está llena de profundas crisis sociales, quizás las
más difíciles de superar y la que dejan las más duras enseñanzas. Hoy, nos
enfrentamos a una de ellas, cuyas dimensiones han adquirido los rostros de la
tragedia y el desamparo. Devastación de una economía petrolera que nos impulsaba
hacia la modernización toda del país, destrucción de los servicios de salud,
educación y transporte, aniquilación de las infraestructuras productivas en el
campo y el comercio y entre todas estas expresiones del socialismo chavo –
madurista, el más destructivo de todos sus legados: familias disueltas, jóvenes
sin futuros atisbados más allá del informalismo y la maraña, niños con las
marcas de la desidia, la inercia, la mentira y la trampa como modelos tutelares
desde los centros de un poder que los interviene en lo más profundo de sus
ideas, en lo hondo de sus sentimientos.
No ha habido descanso para asistirnos
como individuos que necesitamos elaborarnos un discurso transgresor con el cual
irrumpir contra la desesperanza con la que nos han emboscado inescrupulosamente.
Sin embargo, a pesar de las derrotas que hemos padecido frente al enemigo que
representa el régimen de Nicolás Maduro y sus acólitos dentro y fuera de sus
cohortes, dentro de cada venezolano que ha padecido los embates cruelmente
delictivos de esta dictadura, surge periódica e inquebrantablemente el espíritu
de lucha que todo pueblo alberga como sustrato de enseñanzas milenarias, esas
que lo emparentan con los ideales de libertad, con las esencias de la diversidad
y las fuerzas del trabajo creador, baterías con las que ha hecho posible la tan
soñada felicidad. Aunque a veces ésta esté rondando y ajustándose a los espacios
de la soledad.
Experimentar los resortes del oprobio, tan tosca y brutalmente
introducidos en la cotidianidad de nuestro país, nos ha enseñado a procesar el
miedo cuando a través del terror institucional se nos acomoda frente al hambre y
el dolor ciudadano. Algunas veces podemos procesar los referentes históricos
porque seguimos existiendo en el universo, hacemos un registro del aire que
respiramos e inmediatamente identificamos lo irremisible: hemos sido subastados,
en porciones de país, a lo más turbio de la memoria. Dejamos de llamarnos por
nuestro nombre y comenzamos a responder al colectivismo de unos cuantos
ejemplares fracasados, pero con el poder de triunfar que tienen las mafias,
asumiendo la crueldad, la podredumbre y la ausencia de moral. Caímos así en un
recurrente salir en búsqueda de la dignidad, por lo que nunca, por lo tanto, han
podido destruir nuestros oportunos reencuentros con lo mejor de nuestros
espíritus. Hemos estado velando con el sirio de la paciencia la esperanza de
recuperarnos y así construir la lápida de los traidore. Consecuencia de quien
pertenece al futuro, como lo decía Camus.
Hoy, nuevamente estamos frente a un
movimiento que podría ser, también hoy nuevamente, ese sueño que para Víctor
Hugo era esencial en la creación del futuro que tanto necesitamos. Y es que
frente a tan feroz arremetimiento al que ha sido sometida Latinoamérica desde la
oscuridad del Socialismo del siglo XXI, una luz comienza a brillar como opción.
Las voces de la libertad se despliegan ya sin las taras de la timidez y la
vergüenza, retumbando en los oídos de quienes se enseñorearon con el discurso de
la hipocresía, la mentira, la arrogancia y el abuso Dwight Eisenhower decía: “Ni
un sabio ni un valiente se acuestan en las líneas de la historia para esperar el
tren del futuro y brincar sobre él.” Algo semejante está pasando en muchos
espacios de nuestro continente. Javier Milei y Agustín Laje en Argentina, Axel
Kaiser en Chile, Gloria Álvarez en Guatemala, Nayib Bukele en el Salvador,
Donald Trump en EEUU y María Corina Machado en Venezuela.
Muy a pesar de la mala
costumbre que tenemos de encontrarles defectos hasta a nuestros propios
salvadores y decir por ejemplo que Milei es narcisista y ofensivo, que Laje es
homofóbico, Kaiser agente de la CIA, Bukele es un dictador, Gloria una
alborotadora, Trump un malasangroso racista y MCM una arrogante burguesa
autosuficiente, debemos echar una mirada atrás, porque aunque sólo mirando hacia
el futuro podremos vivir el presente, como lo decía Kierkegaard, para entender
esa vida del presente debemos mirar muy bien el pasado y nuestro pasado está
lleno de palabras, intensiones y acciones que en nada han tenido que ver con
nuestros proyectos de vida y con nuestras disposiciones para alcanzarlos. Menos
aún, durante los últimos treinta años, durante los cuales se impuso, sin rubores
ni escrúpulos, una legión heterogénea de izquierdistas, que no titubearon para
autodenominarse como tales y aprovecharon el desliz de un país que creyó en las
palabras rebuscadas, pero edulcoradas, de un falso paladín antiimperialista.
Más
allá del peinado, la voz, los gestos o los ofrecimientos, está esa historia
personal que hace a los hombres en personajes de carne y hueso con quienes
podemos caminar fortalecidos hasta el final del arcoíris. Y recordemos que hasta
Jesús muchas veces nos ha parecido odioso, injusto y prepotente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario