lunes, 30 de septiembre de 2013

Tríptico rotativo
Un año sin Miguel Ángel
Ángel Madriz
"En qué hondonada esconderé mi alma para que no vea
 tu ausencia que como un sol terrible, sin ocaso, 
brilla definitiva y despiadada"
Jorge Luis Borges






1

    Miguel Ángel Madriz Colmenares. Miguel Ángel…Miguel, siempre. Nunca le temía a la muerte, tanto como verla reflejada en el rostro de un hijo. ¡Y cómo le sigo temiendo hoy más que nunca! Y es que hace un año, un incomprensible y desusado año, murió mi primogénito. El que me inició en el oficio de ser padre. El de los ojos de miel y nubarrones. Quien aprendió a ser libre prontamente, cuando el país prometía la opresión. Doce meses hace, que en Buenos Aires, mi hijo mayor pereciera oficialmente y un año exacto ha transcurrido de seguirlo amando, de seguirlo poseyendo en esta pobre nación, cuyo miserable Estado decidió que era mejor sustituirlo de su nómina ciudadana por una imagen de color y pensamiento preferenciales.  Me digo sin embargo: Miguel Ángel nunca se ha ido, a pesar de que su ausencia es un gran  pasado hoy, un duro e intenso pasado ya que me deshace de presente. Miguel siempre está conmigo, conversa con su madre, sueña con David y filosofa con Julio, se acurruca al lado de su abuela. Escudriña los espacios de sus tías, juega a ser feliz con sus primos, sigue pensando que sus amigos son el santo y seña de un tesoro que es la expresión de la esperanza. Nunca ha dejado de ser la muestra más humilde de la intención de porvenir. Conservo en cada espacio que aún habita, desde un más allá leve y cercano, su fresca sensación de libertad, la testaruda voz con la que atravesaba cada intento de esta vida por oponerse a sus planes de amar y ser feliz. Miguel Ángel pende del infinito hilo de la eternidad, de la luz profunda con los que supo enriquecer su alma de seres y sucesos que amanecen diariamente reconstruyendo su impecable forma de entender este mundo. Una galaxia ronda desde siempre, desde el instante mismo en que se convirtió en sustancia universal. No ha podido dejarnos, porque jamás puede lo amado abandonar los resquicios inminentes que le dan sentido a la existencia. Miguel Ángel sigue fracturando la hipocresía de esta realidad, desmantelando la traición, desencajando la mentira y estructurando el fino aire de la solidaridad, reformulando el lenguaje de la franqueza. Nunca ha dejado, Miguel, de ser esa mirada total con la que llegaba a instalarse en el centro de nuestros espíritus, para dejarnos el silencio necesario de la paz, para impulsar el resorte inesperado de la tranquilidad. Cualquier tristeza, cualquier soledad, cualquier dolor, de todo un año sin verlo al resplandor de la ciudad, sin oírlo reír entre el mudo existir de este país desdibujado, sale impelida cuando recordamos su incansable condición de viajero universal, de soñador incansable, de transparente y siempre auténtico ciudadano de proyectos invencibles. Miguel no puede abandonarnos, como no podemos nosotros abandonar esa ruta de amor que construimos diariamente con él y en donde eternamente cabalgará el porvenir de su recuerdo. Un año sin Miguel puede ser el abandono, la desesperanza, el requiebro, la duda. Más, un año recordándolo, nos impulsa a llorar sin tregua, a desear tenerlo entre los brazos, a lamentar tanta indolencia de los astros, tanta indiferencia del corazón eterno, tanta dejadez de la música diversa con la que crecieron todas las estrellas y a la que siempre supo escuchar con el ritmo de su brillante corazón. Un año sin Miguel Ángel nos ha envuelto en la extraña sensación de no perecer sin seguir amándolo hasta el último instante en que seamos los que siempre fuimos sus aliados, sus amigos, sus padres, sus hermanos, sus simples mortales y cotidianos compañeros. Miguel Ángel después de un año en los espacios de esa galaxia imponderable  en la que siempre creyó y por la que tanto lucho en cada sueño, está todavía con su mirada puesta en cada uno de nosotros, tratando de decirnos que aun el camino debe ser transitado con todas nuestras tristezas, para llegar, un día, a encontrar el sitio preciso donde estará esperándonos. Miguel…siempre, es un detalle de la vida que hemos querido, que hemos podido construir. 





2

    Un mundo lejano. Un viaje indescifrable. Una fuerza que se expande. La decisión de ser, siempre uno mismo y no dejar que la adversidad pueda hacernos añicos, es una condición que sólo la integridad, el valor existencial, centrados en el sitio mismo de la determinación puede enseñarnos. Determinación de ampliar los resquicios múltiples que conforman nuestras vivencias, dimensionar nuestras acciones y disponer las fuerzas de cada esfuerzo por hacer. A sus veintinueve años al punto del adiós –transitorio apenas, lo sabemos-, Miguel Ángel había doblegado cada minuto de su existencia. Pudo reír cada vez que nuestro amor le mostraba un apoyo incondicional, necesario para aprender a leer la diversidad universal. Con ello comprendió que el calor de estar juntos era apenas el comienzo de una búsqueda por ser un humano total y supo de sus complejidades. Seis años antes se había convencido de que un título universitario, en esta ciudad – país, no era suficiente para alcanzar las utopías que se cruzaban por su inquieta inteligencia. Y con la certeza de que el mundo debía ser asumido con las herramientas propias de quien se siente seguro de desentrañarlo, se lanzó en un viaje a las dimensiones de la soledad, para terminar convirtiéndose en ciudadano universal. Fue Caracas el recinto en donde comenzó por comprobar que la burocracia mediocre de la institucionalidad maracucha, en donde comenzó su tránsito como ciudadano laboral, no estaba dispuesta a correr el riesgo de ser desenmascarada. Y así como suelen hacerlo los valientes de oficio, abandonó sus fauces, teniendo con ello que abandonar el cobijo seguro del hogar. Miguel sabía que sólo es valiente aquel que sabe someter sus miedos, por lo que se permitió dejar que la incertidumbre, lo inesperado y lo probable fueran sus instrumentos para elaborarse el porvenir. Y en poco tiempo, tuvo el resplandor cosmopolita de una gran ciudad iluminando las dimensiones de su joven existencia, de sus nobles intensiones, de sus justas aspiraciones. Construyó un mundo de cristales, metales, telas y colores. Hizo feliz a miles de seres, que sin sus creaciones, hubieran terminado por creer que es injusto soñar y caer fulminados por la trivialidad. Miguel era de muchas sustancias incunables. Era de blancor en su rostro definido por la alegría. Era de canción al vuelo de una noche que comenzaba cada vez que encendía sus vuelos por entre mágicas notas, por entre insólitas tonadas, por entre lógicas expresiones. Miguel Ángel amó cada instante insospechado en sus viajes de ida y cada momento calculado en sus itinerarios de retorno. Hasta ahora no puedo comprender cómo este mundo no supo digerir cada propuesta de swarovski, cada invención de perla, cada sinfonía de collares y de joyas. Apostó entonces a ser tránsfuga de padre y madre que lo seguían con la esperanza de alcanzarlo en plena quietud de alma, como solía padecer –feliz de siempre- dentro de los límites de la familia. Y es que ser un fulano sedentario acribillaría todos sus mandatos, todos sus impulsos, todas sus rebeldías.  Y fue Buenos Aires con sus bosques, con su aire porteño y su silencio melancólico. Fue Buenos Aires  con su romería de teatros y cafés, con su interminable nocturnidad y su algarabía de luces e íngrimas imágenes quien culminó su tránsito de búsqueda infinita. Ciudad en donde aprendimos a mirarlo como lo que en fin, siempre había sido: un inmenso portento que andaba por el mundo colmado de pasión sin saber que la vida nunca es fiel con quien la ama de verdad. Y fue Buenos Aires quien nunca descubrió la eternidad de su existencia. Miguel sigue siendo una sorpresa que abandonó un puerto para salirse a pasear con nuestra impronta soledad.  




3



    Una sonrisa que amella la tristeza. La belleza en todo un sonreír. Recuerdos perennes.  Friedrich Nietzsche dijo que Aquel que tiene un porqué para vivir se puede enfrentar a todos los "cómos" y hoy, a un año de rabiar que Miguel Ángel está de lejanía, pienso que la fugacidad en la que somos expelidos cuando nacemos fue la excusa fraguada por él, en silencio, meticulosamente y con todas las convicciones de ser un humano de avanzada, para lanzarse a un intenso despliegue de vivencias que hoy nos convence de que estará en una dimensión más acorde con su sangre, más centrada en sus planes y más definitiva para proyectarlo. Nos queda su sonrisa como nos queda su bondad, el endurecimiento de sus nervios frente a las injustas razones de una realidad que solo supo atormentarlo de simplicidades. Al mirar, sabía Miguel Ángel descubrirnos cualquier minúscula manifestación de desencanto; cualquier insignificante propósito mediocre; cualquier mínima rendición o simple abatimiento y se impulsaba, con toda su voz espacial, sobre nuestros debilitados espíritus, para conjurar un estar indebido en el lado de la derrota. Sabía que la rendición no podía llevarnos a la felicidad y nos imponía un ritmo desenfadado con el que confrontarnos y así poder recuperar las ansias de la victoria. Quizás fue su pletórica forma de reír frente a las adversidades invencibles, la que me enseñó a redescubrirlo y a ubicarlo en el sitio al que pertenecen los seres que no poseen fronteras, tiempos ni identificaciones. Era Miguel Ángel, nuestro amante de las estrellas, el que se esparcía en una canción de Madona, ese que ubicaba las imágenes en el aparador preciso de las marquesinas, quien pudo labrar muchas esperanzas y regalarnos la totalidad de una existencia breve de años pero interminable de intensiones. Creo que Caracas pudo ser el inicio de su reconciliación con los siderales límites de nuestra galaxia y en Buenos Aires, estoy seguro, encontró un día, cuando ya estaba a punto de despedirse de su melancólica cotidianidad, el portal para saltar con todas las fuerzas de su savia enriquecida por los dioses, hasta esa dimensión en donde sólo quienes tienen una sonrisa que derrama bondad puede poseer. Miguel Ángel será un habitante eterno de nuestra memoria, un ciudadano inmortal de nuestras vidas, un hijo que jamás dejará de ser nuestro.