jueves, 30 de noviembre de 2023

 

Obra hecha por Luis Scafati, artista argentino ilustrador insignia del catálogo de Libros del Zorro Rojo, para la primera edición ilustrada del libro 1984 del escritor inglés  George Orwell.



Testimonios frente a lo real paradójico



Ángel Madriz



No solo los vivos son asesinados en la guerra.
Isaac Asimov





      Es demasiado complicado decir cualquier cosa acerca de lo que uno vive todos los días, en un país que, como Venezuela, la incertidumbre y lo inoportuno, han adquirido las dimensiones de lo usual, lo cotidiano y lo consensuado. Desde levantarse y experimentar un día insuflado de ese calor territorial que te destroza la respiración, pero asumes como irremisible, natural y necesario, hasta tener que acostarte, casi derrotado pero con ímpetus reservados, con muchas preguntas que no consiguieron sus respuestas y que, a lo largo de las seis u ocho horas de debatirte entre el sueño y el insomnio, terminaron por convertirte en un receptáculo de variadas angustias. Aderezados, casi siempre, con la presencia de una oscuridad que, despiadadamente te recuerda que estás en una Venezuela que no tiene un epitafio digno porque agoniza desesperadamente, al lado de un mundo que poco a poco se ha venido convirtiendo en contradicción pura, en paradoja secular y que respetuosamente hace el honor de recordarnos que Dios no ha muerto y nos incorpora a su “abandono”. Y no he comenzado con los dedos en el teclado izquierdo. Es que no paro de asumirme en intrigantes y acuciantes obviedades frente a las cuales somos simple rémoras de historia.

       Quiero transitar algunas rutas:

      Acabamos de darle un soplo a las brasas de nuestra furia, las que parecían agotadas frente al frío discurso de una tiranía cobardemente agresiva y agresora, que con el fuego de la miseria instaurada, como forma estándar de reconocer la cotidianidad de los venezolanos, había olvidado, que cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto. De allí que los más de dos millones que relegitimamos a María Corina Machado como líder absoluto y emblemático del espíritu opositor de los venezolanos, le ha dicho a la tiranía que su desvergüenza es, en síntesis, un estertor de la más bochornosa decadencia que puede experimentar una idea o proyecto y no tiene recursos para enfrentar los restos de escorias en la que se ha convertido, al demolerse en una fricción contra la dignidad existencial de toda una nación. Es entonces la certeza un de Perogrullo que convalida, incluso la violencia, como mecanismo para mantenerse en el poder y así incorporan una nueva retórica a su desfachatada narrativa sobre eso de que “nadie toma el poder con la intención de abandonarlo”, como muy bien lo ilustra Orwell en 1944, “porque es un fin en sí mismo”. Y todo, así dicho, queda registrado, ejercido, convalidado. Lo obvio como enemigo, diríamos.

      Luego viene una especie de enigma o charada legal en la que se ocultan cuales experimentados trampistas y pretenden invocar esa especie de desaliñada inhabilitación, la cual, perdida en la improvisación propia de los déspotas, no logran imponer, fracasando consecuencialmente en desconocer la coherencia por la que se transporta la valentía y el liderazgo en donde la constancia se anuda a la belleza y a la inteligencia propias que sintetiza a la mujer venezolana y que María Corina Machado reivindica y cataliza como símbolo unificador. Gritan entonces, patalean, amenazan y terminan bufando la rabia, jadeando el empeño, dilapidando sus propósitos e intrigas. Así, nuevamente, lo obvio, ahora convertido en bumerang, les dice que sus acertijos de acuerdos nada complicados son, que perdieron ya sus dones para atrapar a confundidos protagonistas del camuflaje y el engaño. Resultan ser el aviso al que tenemos que hacerle frente con la imaginación, la prudencia y la decisión. Es esa misma la consecuencia de quien sale a advertir que a pesar de sus testículos no es menos mujer para ganar el campeonato femenino de natación. Especie de sortilegio sin magia que hoy las mujeres de este mundo comienzan a arrinconar con todas las hormonas que las estiliza y las sitúa en el podio de la exquisitez del que nunca fueron desplazadas.

      Pasa entonces que entre estertores, zancadillas y alaridos surgen los gorrones, esos que se pegan a cualquier sustancia o fundamento para no sucumbir de indiferencia o en nuestro caso para no terminar en el sumidero de la política. Diputados, excandidatos, jueces, fiscales, expresidentes, ministros y acólitos diversos en ejercicio se juntan para llevar acurrucados las penas y consolar a sus anfitriones en el proceso de ajusticiamiento que llevan casi a punto de escurrírseles entre los argumentos y se obligan a reconocerse como zánganos tras el lote de miel que requieren para sufragar sus resbalones. Comparten sus murmullos, sus inculpaciones, sus desacreditadas argumentaciones, alguna que otra extemporánea sentencia o simplemente se transan en reconocerse como simples zopilotes que hurgan en las entrañas de una memoria que no les da para entender que han perdido toda vigencia y que la historia ha comenzado por desconocerlos, a pesar de que insisten en manejarse como simples operadores de sus mejores armas; la mentira y la violencia se les sale de las manos, las que durante mucho tiempo fueron dosificadas y manejadas para imponer el miedo, la intimidación y el chantaje como proyección sofisticada de sus aparejos terroristas. Hoy salen a la calle, sin tacto y sin los trajes de camuflajes con los que atendían a los internacionalistas tejedores de narrativas positivas. Vemos que cierran fila, sin vergüenza alguna, como suele hacerlo los más granado de Hamas, las comparsas Progres y los etílicos valientes del colectivismo comunista internacional, sin que en las grandes plazas de EEUU y Europa trate de enseñarseles que la concupiscencia es pecado mortal cuando con ella se agrede al prójimo; resuelven así sus rémoras y tímidas ínfulas autoritarias hechos una familia que salió del closet, dinamitan con la usual violencia esa disyunción de seguir ocultos en la conspiración o simplemente decirle al mundo que es legítimo defender el asesinato, la corrupción y la tortura. Entrenar a niños en el odio a los judíos o al cristianismo no hay que negociarlo, es justo en sí mismo, como eso de que no tienes que ser rico porque ser rico es ser malo y a los pobres hay que mantenerlos pobres para que sean nuestros grandes aliados.

      Entender que hoy salgamos a defender el Esequibo, después de haberlo regalado en una reunión de amigos entre el Comandante y el ex de Guyana, es la solución a la gran paradoja de ser bueno, solidario y justo socialmente con la bondad, el altruismo y la riqueza de los demás, porque lo mío es cosa sagrada. La afrenta es entonces un trofeo cuando quien la vive es capaz de celebrarlos estoicamente en silencio y con la nariz condenada. No importa, ellos saben interpretar sus propios síndromes de Estocolmo. Al final, el mundo es un inmenso desierto en donde se enterró el honor, la familia, la feminidad y a niñez y es imposible remover toda su arena. Falta que entre esa indoblegable mujer, que propone enderezar todas las torceduras que arrastran como defectos genéticos los discapacitados del régimen, no vayan a salir ciertos ortodoxos que después de haber entregado el muro de la patria pretendan negar la historia y defender a quien lo ha asesinado, sin compasión, todos los días de su vida.

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