jueves, 30 de noviembre de 2023

 

Obra hecha por Luis Scafati, artista argentino ilustrador insignia del catálogo de Libros del Zorro Rojo, para la primera edición ilustrada del libro 1984 del escritor inglés  George Orwell.



Testimonios frente a lo real paradójico



Ángel Madriz



No solo los vivos son asesinados en la guerra.
Isaac Asimov





      Es demasiado complicado decir cualquier cosa acerca de lo que uno vive todos los días, en un país que, como Venezuela, la incertidumbre y lo inoportuno, han adquirido las dimensiones de lo usual, lo cotidiano y lo consensuado. Desde levantarse y experimentar un día insuflado de ese calor territorial que te destroza la respiración, pero asumes como irremisible, natural y necesario, hasta tener que acostarte, casi derrotado pero con ímpetus reservados, con muchas preguntas que no consiguieron sus respuestas y que, a lo largo de las seis u ocho horas de debatirte entre el sueño y el insomnio, terminaron por convertirte en un receptáculo de variadas angustias. Aderezados, casi siempre, con la presencia de una oscuridad que, despiadadamente te recuerda que estás en una Venezuela que no tiene un epitafio digno porque agoniza desesperadamente, al lado de un mundo que poco a poco se ha venido convirtiendo en contradicción pura, en paradoja secular y que respetuosamente hace el honor de recordarnos que Dios no ha muerto y nos incorpora a su “abandono”. Y no he comenzado con los dedos en el teclado izquierdo. Es que no paro de asumirme en intrigantes y acuciantes obviedades frente a las cuales somos simple rémoras de historia.

       Quiero transitar algunas rutas:

      Acabamos de darle un soplo a las brasas de nuestra furia, las que parecían agotadas frente al frío discurso de una tiranía cobardemente agresiva y agresora, que con el fuego de la miseria instaurada, como forma estándar de reconocer la cotidianidad de los venezolanos, había olvidado, que cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto. De allí que los más de dos millones que relegitimamos a María Corina Machado como líder absoluto y emblemático del espíritu opositor de los venezolanos, le ha dicho a la tiranía que su desvergüenza es, en síntesis, un estertor de la más bochornosa decadencia que puede experimentar una idea o proyecto y no tiene recursos para enfrentar los restos de escorias en la que se ha convertido, al demolerse en una fricción contra la dignidad existencial de toda una nación. Es entonces la certeza un de Perogrullo que convalida, incluso la violencia, como mecanismo para mantenerse en el poder y así incorporan una nueva retórica a su desfachatada narrativa sobre eso de que “nadie toma el poder con la intención de abandonarlo”, como muy bien lo ilustra Orwell en 1944, “porque es un fin en sí mismo”. Y todo, así dicho, queda registrado, ejercido, convalidado. Lo obvio como enemigo, diríamos.

      Luego viene una especie de enigma o charada legal en la que se ocultan cuales experimentados trampistas y pretenden invocar esa especie de desaliñada inhabilitación, la cual, perdida en la improvisación propia de los déspotas, no logran imponer, fracasando consecuencialmente en desconocer la coherencia por la que se transporta la valentía y el liderazgo en donde la constancia se anuda a la belleza y a la inteligencia propias que sintetiza a la mujer venezolana y que María Corina Machado reivindica y cataliza como símbolo unificador. Gritan entonces, patalean, amenazan y terminan bufando la rabia, jadeando el empeño, dilapidando sus propósitos e intrigas. Así, nuevamente, lo obvio, ahora convertido en bumerang, les dice que sus acertijos de acuerdos nada complicados son, que perdieron ya sus dones para atrapar a confundidos protagonistas del camuflaje y el engaño. Resultan ser el aviso al que tenemos que hacerle frente con la imaginación, la prudencia y la decisión. Es esa misma la consecuencia de quien sale a advertir que a pesar de sus testículos no es menos mujer para ganar el campeonato femenino de natación. Especie de sortilegio sin magia que hoy las mujeres de este mundo comienzan a arrinconar con todas las hormonas que las estiliza y las sitúa en el podio de la exquisitez del que nunca fueron desplazadas.

      Pasa entonces que entre estertores, zancadillas y alaridos surgen los gorrones, esos que se pegan a cualquier sustancia o fundamento para no sucumbir de indiferencia o en nuestro caso para no terminar en el sumidero de la política. Diputados, excandidatos, jueces, fiscales, expresidentes, ministros y acólitos diversos en ejercicio se juntan para llevar acurrucados las penas y consolar a sus anfitriones en el proceso de ajusticiamiento que llevan casi a punto de escurrírseles entre los argumentos y se obligan a reconocerse como zánganos tras el lote de miel que requieren para sufragar sus resbalones. Comparten sus murmullos, sus inculpaciones, sus desacreditadas argumentaciones, alguna que otra extemporánea sentencia o simplemente se transan en reconocerse como simples zopilotes que hurgan en las entrañas de una memoria que no les da para entender que han perdido toda vigencia y que la historia ha comenzado por desconocerlos, a pesar de que insisten en manejarse como simples operadores de sus mejores armas; la mentira y la violencia se les sale de las manos, las que durante mucho tiempo fueron dosificadas y manejadas para imponer el miedo, la intimidación y el chantaje como proyección sofisticada de sus aparejos terroristas. Hoy salen a la calle, sin tacto y sin los trajes de camuflajes con los que atendían a los internacionalistas tejedores de narrativas positivas. Vemos que cierran fila, sin vergüenza alguna, como suele hacerlo los más granado de Hamas, las comparsas Progres y los etílicos valientes del colectivismo comunista internacional, sin que en las grandes plazas de EEUU y Europa trate de enseñarseles que la concupiscencia es pecado mortal cuando con ella se agrede al prójimo; resuelven así sus rémoras y tímidas ínfulas autoritarias hechos una familia que salió del closet, dinamitan con la usual violencia esa disyunción de seguir ocultos en la conspiración o simplemente decirle al mundo que es legítimo defender el asesinato, la corrupción y la tortura. Entrenar a niños en el odio a los judíos o al cristianismo no hay que negociarlo, es justo en sí mismo, como eso de que no tienes que ser rico porque ser rico es ser malo y a los pobres hay que mantenerlos pobres para que sean nuestros grandes aliados.

      Entender que hoy salgamos a defender el Esequibo, después de haberlo regalado en una reunión de amigos entre el Comandante y el ex de Guyana, es la solución a la gran paradoja de ser bueno, solidario y justo socialmente con la bondad, el altruismo y la riqueza de los demás, porque lo mío es cosa sagrada. La afrenta es entonces un trofeo cuando quien la vive es capaz de celebrarlos estoicamente en silencio y con la nariz condenada. No importa, ellos saben interpretar sus propios síndromes de Estocolmo. Al final, el mundo es un inmenso desierto en donde se enterró el honor, la familia, la feminidad y a niñez y es imposible remover toda su arena. Falta que entre esa indoblegable mujer, que propone enderezar todas las torceduras que arrastran como defectos genéticos los discapacitados del régimen, no vayan a salir ciertos ortodoxos que después de haber entregado el muro de la patria pretendan negar la historia y defender a quien lo ha asesinado, sin compasión, todos los días de su vida.

 Título: Mito, poema o vida

Autor: Luis Oquendo

Género: Poesía

Diseño de portada: David Madriz

Dibujo de portada: Édgar Petit

Fotografías: Julio C. Madriz

Fecha de publicación: enero 2023

ISBN: 9798375931876

Editor responsable: EDUSER

Distribuye: Amazon





Prólogo


Esas palabras sobre el amor

            

            Ánge Madriz


Donde reina el amor, sobran las leyes.
Platón


      En todo discurso, cuando se habla de la mujer amada, indefectiblemente se habla sobre el amor y no hay artificio, intencionalidad o truculencia algunos que puedan hacer de ella algo diferente a lo que siempre ha significado dentro de esa dualidad inmanente que surge de su identificación asociada y diferente del hombre con quien hace historia e instancias de amar y en donde mito, realidad y poema se emparentan en una sola forma de ilustrarse para el mundo y componerlo en múltiples formas de vivir. No puede uno hablar de la mujer amada y deslastrarse de lo que ella nos significa, despierta y muestra como tesoro de carne y sangre, de palabras, de pensamientos y acciones. Menos aún, disolverse del misterio que encarna su presencia inicial en el Paraíso Terrenal, en donde se impone su voz para llevarnos a la existencia corporal de quienes deciden incorporarse a un mundo escondido y del cual se fiaron para su redención en la creación y el trabajo. Signos definitivos del mundo y sus circunstancias milenarias. Desde las primeras manifestaciones que revelan nuestra atención hacia ella, la mujer en franca armonía con cualquier contingencia social, surge en marea incontenible el extraordinario deseo de acumularla sobre nuestros instintos, asumirla desde cada espacio definido como sensorial, procesarla cual licor estimulante que requiere la paz de la pasión colmada y, en un nudo disuelto de contradicciones humanas, decidimos embarcarnos en esa experiencia que jamás pudo ser apaciguada al margen de besar, abrazar y poseer. Sin dejar de considerarla una estrella iluminando el norte de todos los días, entre bajos y altos esplendores de soledad y compañía, la mujer, cuando la nombramos y la divisamos entre los instrumentos de nuestra cotidianidad emocional y sensitiva, apela a un extraño don de ser que la define activa para reconocernos. Sea cual sea su rol al convertirse en amiga, amante, compañera de ruta o simplemente observadora de lo que nos sucede, será siempre acomodadora de la existencia. No sé cómo logra asirse a todos los soportes, pero nunca deja espacios al azar que puedan liquidarla como la gran descifradora del amor. Es marea indetenible, fragor desconsolado frente a los horizontes iniciales; es tono universal de lejanos y cercanos arcanos enfrentados en establos de la angustia y redención es, al final la iluminaria que sacó del tormento a todas las víctimas desconsoladas.

      Dentro y fuera de estos estandartes que nos marca la mirada de la mujer a quien hablamos, a quien escribimos o a quien pretendemos registrar a partir de su todo observador, brilla el camino de la historia. Y es que desde el más antiguo poema de amor, el cuerpo de la mujer sumeria, (hoy reconocida y premiada por sus grandes dotes reveladores de valentía en plena defensa de sus derechos de amar), como respuesta al del hombre que la aquejaba en súplicas desde el tálamo inmisericorde, siempre ha estado dispuesto para recorrer las aventuras múltiples de múltiples vivencias a las que hay darle respuestas sin que para ello medie la racionalidad y la ideología de cualquier sometimiento inventariado por el poder. No sucede ya, después de siglos en vaivenes que cada vez, más torcidamente nos etiquetan con los vicios maniáticos que una sociedad pretende reducirnos para acabar con nuestros libres sentidos de amantes.

Y es que la libertad no puede ser un juego de intercambios en donde la definición de mujer no pueda identificarse con la realidad donde ella existe amando y dejándose amar. La libertad no lleva el adjetivo que pretendamos adjudicarle para justificarnos en la soledad. Porque la libertad en el amor nos permite ver a la mujer como es ella al crisol del día, enmarcada en el aposento o simplemente como ”la burguesita bonita,/ la burguesita que caminaba/ semejante a los brotes del trigo/ cuando se mecen con el viento./”Y sin darnos cuenta, cuando hablamos de la mujer, no importa exclusivamente su nombre, porque éste puede ser “mi muchachita,” ”mi tortolita”, o la intelectual de quien nunca podríamos, a simple vista y rendidos por el tedio de morir, saber que amaran “tan dulce y fuesen tan suaves/como la leche de cabra.”

      Volvamos a decir entonces que quien habla de la mujer habla del amor, no hay ruta más expedita para registrar la existencia que el nombre, el de ella, repetido todos los instantes de la lucidez que es el aroma y la densidad de una piel que como en Mary, la hija del Almirante de Canaria, la tortolita, la burguesita, la intelectual o la franca compañera para mirar las estrella, es, para Luis Oquendo, en este su libro Mito, poema o vida, el soporte fundamental para elaborar la expresión y estructurar las lógicas dimensiones de asaltar la muerte. Y es que el amor es lo único que crece cuando se reparte, como lo decía. Saint-Exupéry, lo que se cumple en estos versos que el poeta convierte en el discurso ordenado para exaltar a la mujer que lo acompaña. No a la que se nos expropia, hoy, con otro discurso, el de su negación confusa, el de su extrañamiento, el de su enmascaramiento. No hay manera, de que es los versos de Mito, poema o vida, pueda caerse en la trampa verbal de no reconocer las formas exclusivas que caracterizan a la mujer amada. Luis Oquendo lo sabe y en este su libro se reconoce el código milenario de las divinas prácticas amorosas. Desde el puro y simple y ven misterio que rodea míticamente la palabra en perfecto acto unificador de quien otorga y quien recibe al borde del tálamo iniciante o consolidante. Lo sabe tan precisamente como lo puede saber cualquier amante, por lo que cada poema es una especie de coro lapidario, letanía para adorar y exaltar a la mujer que nos espera presta a tomarnos, epifanía simple en el reconocimiento de los sitios exclusivos donde la ella, a la que amamos, la mujer de carne y hueso, la que se disuelve en cada metáfora, en cada canción, en cada imagen y se reconstruye luego en cada entrega y en cada vaivén de piernas y solapas, en cada sorbo de besos y roturas de silencios para decirnos que desde el misterio del mito hasta la franqueza o la fuerza del poema solo permanece la valentía de amarse hasta que el silencio sea el sello que impone la soberbia del déspota. presencia forsoza que desnaturaliza y arrebata violentamente a través de la mentira, enemigas del amor, cualquier belleza carnal.


Antología



El hombre de la derrota




El hombre de la derrota volvió a levantar los brazos
y se quedaron en el aire.

El hombre de la derrota mira el cielo
y los ojos se le quedaron aprehendidos.

El hombre de la derrota abrió su corazón de pájaro
y sólo se escucha el trinar de su corazón.

El hombre de la derrota vuelve a lanzar una mirada
al mundo, y
un vendaval lo recibe.

El hombre de la derrota caminó hacia la mujer cuyos labios
tienen la luna,
y la luna le dijo: tú no eres mi sol.

El hombre de la derrota otra vez acicaló su casimir,
pero tenía la figura de un arlequín



No te he invitado hacer el amor,
sólo te he pedido
que me acompañes en la vida.

No te he invitado hacer el amor,
sólo que me dejes entrar
en un rincón de tu hogar.

No te he invitado a hacer el amor,
sólo te he invitado
a mirar las estrellas,
a caminar,
a leer un poema.

No te he invitado a hacer el amor
sólo que me acompañes con el ruido de nuestras ideas.

No te he invitado a hacer el amor,
sólo quiero
pasar mis manos
por tu cabello,
por tu cuello,
por tus manos.

No te he invitado hacer el amor
sólo quiero cuidarte.



El hombre de la derrota
no llegó a la hora.

El hombre de la derrota
se perdió entre su hambre de ser
y hacer.

El hombre de la derrota
se quedó solo
mirando su estrella.

La estrella le decía:
-anda y contempla la rosa de tu jardín.

El hombre de la derrota sólo tenía jardines
y la rosa no era su jardín,
su rosa no era su rosa.

El hombre de la derrota
viaja todos los días
a buscar su estrella
y la estrella le responde:
-anda con tu lividez a otras.

La estrella no sabe
que el hombre de la derrota
es huérfano de historia.

El hombre de la derrota
mira hoy por la tarde
a su vientecito suave del amanecer.



Mi linda burguesita
                                        
                                                                     A la hija del almirante de Canarias



Ese silencio de amarte
fue un dogma
que me despojó de la vida
el ser feliz y hacerte feliz.

Ese silencio de amarte
tuvo una ideología
y eras la burguesita bonita,
eras la burguesita que caminaba
semejante a los brotes del trigo
cuando se mecen con el viento.

Ese silencio de amarte,
mi linda burguesita
lo hice público donde los Martín
y hoy
 ¿Cómo llegar a ti, a mitad de la vida?
Sí, he estado con otras estando en ti.
 
Sí, he estado con otras,
pero no levantan las cejas,
pero no miran de lejos cerca,
pero no rizan los labios,
pero no caminan como los brotes del trigo
ni leen poesía,
ni estudian lingüística, ni escriben acerca del discurso.
Tú, hija del almirante de Canarias,
mi vientecito suave del amanecer
permíteme escribir el último discurso
el yo TE AMO.



Mary, hace tiempo te escribí
que no tengo una estrategia.

Mary, hace unos días te dije
que no tengo una táctica.

Mary, hoy
cuando me he acercado a ti
me dices cuál es mi estrategia
y yo sólo te puedo responder:
amarte,
sin el silencio de la ideología
sin el silencio del partido
que me prohibía amar
a mi linda burguesita.


Hoy frente a ti,
a tu familia, a tus amigas,
el hombre de la derrota se levanta
y da dos pasos adelante en contra la teoría leninista,
y sólo he escondido una táctica,
la de intentar mimarte
y sólo he escondido una estrategia,
la de amarte.




lunes, 13 de noviembre de 2023

Dos viejos comendo. Obra del pintor españosl Francisco de Goya y Lucientes

Voluntades y destinos 

 Ángel Madriz

 ¡Actúa en vez de suplicar. 
 Sacrifícate sin esperanza de gloria nirecompensa! 
 Si quieres conocer los milagros, hazlos tú antes. 
 Sólo así podrácumplirse tu peculiar destino. 
 Ludwig van Beethoven 

       Estar en Venezuela y no terminar arruinado por la desilusión es algo muy difícil, más que difícil, agotador. Termina uno, cuando se da cuenta de que los días pasan sin algo por lo que no valga la pena hacer grandes esfuerzos, exhausto sobre el pavimento de la desesperación. Desde sentarse en una banca a ver el tránsito ciudadano, salir en búsqueda de los amigos que aún nos quedan, como visitar al médico o comprar lo que debemos consumir periódicamente, resulta una toma de decisión ante la que debemos estar preparados con logística, economía variada, pertrechos sólidos y abundante paciencia para que no se active la reacción anti impotencia. Es que para poder alcanzar el destino deseado, ya ubicado, debes rogarle a Dios que a tu alcance esté, por ejemplo, los dólares o bolívares para un pago móvil o Zelle -se me olvidaba el detalle que la falta de un efectivo de cualquier monedas o billetes es cosa ordinaria-, la gasolina para mover a quien te llevará hasta él, la electricidad para la transacción y el ánimo para resistir que no dormiste bien o pudiste refrescarte con la dosis de baño respectiva. Vivir la impronta de una cotidianidad que está permanentemente intervenida por lo inesperado que el caos logra, nos exige tener la voluntad de aprender de cada hecho que vivimos y de plantearnos posibles acciones que tengan que ver con algo más que la esperanza. 
      Durante los últimos veinticuatro años hemos experimentado una realidad que nos ha reclamado sentido común, fortaleza espiritual y capacidad moral para no caer en las fauces de la entrega, como ciudadanos de un país que una vez nos enseñó a enfrentarnos a las adversidades y encontrar el camino de la victoria. Nuestra historia está llena de profundas crisis sociales, quizás las más difíciles de superar y la que dejan las más duras enseñanzas. Hoy, nos enfrentamos a una de ellas, cuyas dimensiones han adquirido los rostros de la tragedia y el desamparo. Devastación de una economía petrolera que nos impulsaba hacia la modernización toda del país, destrucción de los servicios de salud, educación y transporte, aniquilación de las infraestructuras productivas en el campo y el comercio y entre todas estas expresiones del socialismo chavo – madurista, el más destructivo de todos sus legados: familias disueltas, jóvenes sin futuros atisbados más allá del informalismo y la maraña, niños con las marcas de la desidia, la inercia, la mentira y la trampa como modelos tutelares desde los centros de un poder que los interviene en lo más profundo de sus ideas, en lo hondo de sus sentimientos.
       No ha habido descanso para asistirnos como individuos que necesitamos elaborarnos un discurso transgresor con el cual irrumpir contra la desesperanza con la que nos han emboscado inescrupulosamente. Sin embargo, a pesar de las derrotas que hemos padecido frente al enemigo que representa el régimen de Nicolás Maduro y sus acólitos dentro y fuera de sus cohortes, dentro de cada venezolano que ha padecido los embates cruelmente delictivos de esta dictadura, surge periódica e inquebrantablemente el espíritu de lucha que todo pueblo alberga como sustrato de enseñanzas milenarias, esas que lo emparentan con los ideales de libertad, con las esencias de la diversidad y las fuerzas del trabajo creador, baterías con las que ha hecho posible la tan soñada felicidad. Aunque a veces ésta esté rondando y ajustándose a los espacios de la soledad. 
      Experimentar los resortes del oprobio, tan tosca y brutalmente introducidos en la cotidianidad de nuestro país, nos ha enseñado a procesar el miedo cuando a través del terror institucional se nos acomoda frente al hambre y el dolor ciudadano. Algunas veces podemos procesar los referentes históricos porque seguimos existiendo en el universo, hacemos un registro del aire que respiramos e inmediatamente identificamos lo irremisible: hemos sido subastados, en porciones de país, a lo más turbio de la memoria. Dejamos de llamarnos por nuestro nombre y comenzamos a responder al colectivismo de unos cuantos ejemplares fracasados, pero con el poder de triunfar que tienen las mafias, asumiendo la crueldad, la podredumbre y la ausencia de moral. Caímos así en un recurrente salir en búsqueda de la dignidad, por lo que nunca, por lo tanto, han podido destruir nuestros oportunos reencuentros con lo mejor de nuestros espíritus. Hemos estado velando con el sirio de la paciencia la esperanza de recuperarnos y así construir la lápida de los traidore. Consecuencia de quien pertenece al futuro, como lo decía Camus. 
      Hoy, nuevamente estamos frente a un movimiento que podría ser, también hoy nuevamente, ese sueño que para Víctor Hugo era esencial en la creación del futuro que tanto necesitamos. Y es que frente a tan feroz arremetimiento al que ha sido sometida Latinoamérica desde la oscuridad del Socialismo del siglo XXI, una luz comienza a brillar como opción. Las voces de la libertad se despliegan ya sin las taras de la timidez y la vergüenza, retumbando en los oídos de quienes se enseñorearon con el discurso de la hipocresía, la mentira, la arrogancia y el abuso Dwight Eisenhower decía: “Ni un sabio ni un valiente se acuestan en las líneas de la historia para esperar el tren del futuro y brincar sobre él.” Algo semejante está pasando en muchos espacios de nuestro continente. Javier Milei y Agustín Laje en Argentina, Axel Kaiser en Chile, Gloria Álvarez en Guatemala, Nayib Bukele en el Salvador, Donald Trump en EEUU y María Corina Machado en Venezuela. 
      Muy a pesar de la mala costumbre que tenemos de encontrarles defectos hasta a nuestros propios salvadores y decir por ejemplo que Milei es narcisista y ofensivo, que Laje es homofóbico, Kaiser agente de la CIA, Bukele es un dictador, Gloria una alborotadora, Trump un malasangroso racista y MCM una arrogante burguesa autosuficiente, debemos echar una mirada atrás, porque aunque sólo mirando hacia el futuro podremos vivir el presente, como lo decía Kierkegaard, para entender esa vida del presente debemos mirar muy bien el pasado y nuestro pasado está lleno de palabras, intensiones y acciones que en nada han tenido que ver con nuestros proyectos de vida y con nuestras disposiciones para alcanzarlos. Menos aún, durante los últimos treinta años, durante los cuales se impuso, sin rubores ni escrúpulos, una legión heterogénea de izquierdistas, que no titubearon para autodenominarse como tales y aprovecharon el desliz de un país que creyó en las palabras rebuscadas, pero edulcoradas, de un falso paladín antiimperialista. 
      Más allá del peinado, la voz, los gestos o los ofrecimientos, está esa historia personal que hace a los hombres en personajes de carne y hueso con quienes podemos caminar fortalecidos hasta el final del arcoíris. Y recordemos que hasta Jesús muchas veces nos ha parecido odioso, injusto y prepotente.




 Autor: Ángel Madriz

Título: No solo es adiós la ausencia

Género: Poesía

Diseño de la Portada: David Madriz

Dibujo de la portada: Énder Cepeda

Fecha de publicación: Sepriembre de 2022

ISBN: 97983775119038

Editor responsable: EDUSER 




PRÓLOGO

Lecturas de la ciudad y el amor en tercios

 

Ivork Cordido Demartini

 

 

La difícil tarea de vivir una ciudad, con un lago que se ama y una sequía impuesta e implacable, comienzan a ser considerados como temas que les son propios a la poesía, y por tanto inalienables. Así nos sentimos cuando leemos Panorama en un lugar del lago, el primer poema de No sólo es adiós la ausencia, último libro de Ángel Madriz, en donde fusiona en la poesía la esencia narrativa que, seguramente, es el origen a la misma. Con ello puedes saltar de un poemario a otro para situarte en una historia que se manifiesta épica, no contemplativa, íntimamente imbricada en cada gesto y vivencia. Y es que son los Bártulos de oficio -título de su libro anterior- de cada bardo, que a los ojos no atentos a la lectura parecen distintos por sus envoltorios, con los que se empeña el poeta en contarnos sus vivencias en frases concretas, hechas de interioridades e identificaciones con la marina: los espacios constantes, los que lo acompañan sin pedirle aprobación. Lago, mujer, ciudad, rutina y vivencias de existir. Todo, de un libro a otro, de un contar a otro, de un expresar a otro, en una especie de diálogo permanente entre lo vivido y lo sentido, haciéndose vívido, erótico, sensual que es el gran reto de la poesía, el estar dentro y estar fuera simultáneamente, para extenuarse y levantarse en “la caída en libertad de fallecer, /su desamparo de estrellas y presagios, /aquellos que de siempre hayan sido aliados nuestros”

Así la ciudad Maracaibo, es una mujer que no puede ser abandonada, ni sentenciada, aunque pueda parecernos que “ya es tarde para almacenar proposiciones…derribadas…ejecutadas/ Infectadas en desahucios/Segada a la desidia.” Pero la ciudad, como nuestros iguales no se rinde, cada día se despierta adormilada y se transforma al calor en un grito de alegría, de algarabía “porque una mujer en la mañana, después de amar y ser feliz, /-no puede ser de otra manera mientras amanece y se decide el porvenir-/suele ser retórica de la felicidad, anhelada pero amurallada por la indolencia en todos sus puntos cardinales.”

Sentimientos que deslumbran desde el primer contacto con ella con su sol y sus calles que enamoran, que son caras de una misma moneda para todos los que recalamos a su existir de puerto, para quedar atrapados en un sentir estupendamente descrito por Ángel Madriz:

 

Está la ciudad, mi Maracaibo, apretada en un banco de llorar
los terribles dolores de un ocaso prematuro en primavera.
lacerada en cada porción de sus minuciosos perfiles,
se desgasta lentamente en las intermitentes caída de la lluvia.

                                             

La lectura de No solo es adiós la ausencia, nos identifica con Ananda Coomarawaswamy, porque comprendemos a cabalidad que  las carencias humanas son las necesidades del hombre en su totalidad, que el pan no es el único alimento, porque la ambrosía del poeta está en el alma de su ciudad, su aire, su jolgorio de cada mañana, que se regocija con sus aguas, “su olor a corvina en mojito o sus pastelitos de papa y queso”; es la estética perenne de la calidad humana o quizás el soliloquio del caminante que ama hasta la locura al lago y camina cual Arlequín, de Guillermo Meneses en diálogo con los peces y con las madréporas caribeñas.

El diálogo interior entre el que está afuera y el que está dentro del poema, el poeta y el observador –que es también el poeta-, nos lanza su manifiesto estético:

 

No me gusta hablar de poesía
cuando está la disyunción de amar odiar.
No me gusta pertenecer a ejércitos
que se forman para firmarla…

 

Podríamos decir que Ángel Madriz es un escritor de poesía, sin pertenencias o pretensiones a movimientos…. ahierático… y como tal escribe como lo dicta el ritmo, de la rabia o la alegría para construirlo, no se fija en cánones porque es un coloquio con cuestionamientos, con aceptaciones, con rechazos….entonces el diálogo se transforma en acaloradas discusiones hasta agarrase la pechera de la frase tropical, de un verso que no le gustó de sí mismo, vocifera en su contra, ¡se desdobla sobre sí como un contrincante enfurecido! más no irreflexivo…luego afloja la chorrera del verbo y se oye, siente donde falta una nota, o porqué desafina, la manosea y vuelve a escuchar el dictado, así una y otra vez hasta encontrar la armonía en su imaginario…. nos da un impulso inicial para reflexionar sobre los elementos esenciales que le definen como poeta, y como tal único dueño de sus quimeras, ese catálogo particular de efigies fijas, fosilizadas a la espera de un nuevo soplo vital (poema, melodía, dibujo, forma, película, etc.) que las restituya a la esfera de la imaginación, o esencia misma de la humanidad…y ese aliento cobra sonoridad en la Semiótica del amor:

 

Un niño llora a lo lejos, un ruido de corriente de agua
me infunde un temor de haber nacido en un país remoto,
en una selva donde el silencio revienta de soledad
y la felicidad se detuvo en lo alto de un árbol
que ha abandonado sus savias y sus frutos
para deshacerse de la estancia armoniosa de todos sus pájaros.
 

 

Como cualquier materia prima para la actividad creativa las imágenes son indómitas y luchan para romper las inmovilizaciones, las ataduras y el bozal ceden ante la persistencia del artista, ese proceso habremos de repetirlo, conscientes o no de ello, ante cada obra -verso, frase, párrafo, figura, melodía- para apoderarnos de su esencia, del momento en el que se hizo luz y forma, es porque toda imagen es en sí misma un concepto total, un discurso o una idea que se basta a sí misma para llegar a lo absoluto, y es producto de una cualidad natural de los seres humanos: la intuición primitiva inicial, ante una presencia objetual o inmaterial, que produce en cada individuo un conocimiento inmediato que se transforma en poema ante el sol amarillo porque:

 

Una azucena cae, en silencio, como siempre,
sin despedirse ni reclamar majestuosidad.

 

¡Tanto dolor y tanto amor por su ciudad desde el exilio, nos la entrega Ángel Madriz en No solo es adiós la ausencia!


Antología



Abuelo y carretilla



A un señor Eulogio que siempre salía
a comprarle agua a su esposa
y murió apenas era de tarde.


Murió el señor, ayer cuando era apenas de tarde
y nadie pudo saberlo, en silencio, totalmente solo.
Con humedad –dicen muchos hoy- breve entre los ojos.
Se fue el señor y dejó su cuerpo, serenito, bien planchado.

Corren todos a su casa, porque el señor se ha muerto
como se vive diariamente, en este país, en esta ciudad,
caminando, suspirando, evocando en cada esquina
para que no te confundan con un fuelle agotado,
con un criminal en serie o una perdiz que desentraña
lo más íntimo de las estaciones de basura, lo oculto de la tierra.

Murió, era tal vez ya un presentimiento, el señor de la joroba.
                                                                   El mayor, sí, que silbaba
                                                                   El viejito de la barba
                                                                   El maestro del saludo
Murió porque era el día de recoger el agua y bañarse levemente.
Era el momento de recordar que vives a miles de kilómetros
del sitio más deseado en donde están los seres más amados.
Murió antes de ver, soñando, la compañera consecuente,
la interlocutora que, paciente, recogía todos sus proyectos
que, quizás, eran tristezas, nostalgias, miserias o, tal vez
eran simplemente anhelos de un señor que hablaba con la luna.

Qué vaina, murió el señor que pasaba todas las mañanas
y saludaba, “buenos días” “cómo amaneció” “qué tal está”
y silbaba cualquier rutina para enderezarse y descansarse la joroba.
Era el señor, el mayor, el maestro, era el viejito de todas las mañanas
con su carretilla, con su cara de abuelo que buscaba el agua
que todos los abuelos necesitan para lavarse ese olor a años de vejez.

Y se fue el señor, el abuelo, en su último viaje, quizás a buscar un río,
a lo mejor un lago o un océano para mitigar la concha de ser viejo
en un país, en una ciudad, en una casa que ya no tenía espacio
para recibir un cuarto creciente o la plenitud de una luna nueva.
No quise verlo, hablarle, ni saludarlo por última vez,
pero estoy seguro que era misterioso como suelen serlo los abuelos:
Guardaba fotos, tenía un álbum, regaba un jardín, tenía flores,
tenía muchos recuerdos de viajes, de crianzas, de abrazos en familia;
y estoy seguro, como suele uno estar seguro de un abuelo,
solía traer en carretilla como es costumbre hoy en mi país,
en mi ciudad, para no ahogarse solo en casa y con nostalgia,
traía, era más que un juramento, agua en botellones, en sus ropas,
para lavar los restos de una vejez
que nunca perdió la elegancia para tratar de sobrevivir. 


La calle



La calle donde vivo es la misma
desde que aprendí el saludo matutino.

La calle de siempre, donde me crie,
la que me enseñó el mejor sitio
para escurrirme del sudor, al mediodía
en la acera, allí donde el árbol generoso
de los mangos me daba dulce sombra,
me obsequiaba sus frutos en pompas de verdes
y amarillos ácidos, la que me empalagaba
con el ardor de su lomo negro de asfalto
con su orientación de subidas y bajadas
ha sido el acta de registro de todo lo que he sido,
hasta la alegría de recuperarme en la rutina
volver a construirme una permanencia de querer.

Es la misma, mi calle, por la tarde
cuando desde siempre, en su calma
de reposo, en sus amenazas de aguaceros
me revelaba su temor a un súbito silencio.

Es que siempre, ésta, mi calle en donde vivo
ha declarado, cada anochecer, a mi regreso
de los viajes por mi sangre ciudadana,
que la luna es como un gajo, una semilla de luz
que busca ser sembrada en cualquier jardín,
junto a las flores, al lado de los pájaros
muy cerca del sitio donde solemos, de cansancio,
descansar del olvido y elaborarnos la memoria.

La calle donde he vivido y se confunde con mi hogar
tiene un nombre, un número, una identidad determinada.
Tiene un rostro como suelen tenerlos los amantes.
Posee una apariencia que cambia de alegría se transforma de tristeza.
Lleva consigo una tarjeta catastral para no disolverse
en una declinación última de sus ya borrosos límites.



Compañera de viaje



Ter llevo conmigo en la piel profunda
de todos mis recuerdos torturados.
Tratando que el dolor no me confunda
hasta ver mis sentidos trastornados.

Es que me despido sin desearlo
al sentir la tristeza de mi tierra.
Busco así un nuevo sol para desearlo
y así emprender contigo nuestra guerra.

Será difícil desalojar a los traidores
en donde no habrá tregua ni descanso
y solo el crepitar de los horrores

encontrará en la muerte su remanso.
Estaré contigo ciego en horrores
esperando recobrar tu amor manso.



En voz alta



No es solamente entre nosotros la soledad.
No es únicamente el dolor que sentimos de seguir.
Tampoco es la memoria, sigilosa, perdurable, franca.
No es el desamparo, la incierta esperanza.
No es la incertidumbre, las carencias, las ausencias.
No busquemos entre nosotros ni oigamos voces desde afuera.
No demos créditos al mundo, ni a sus manifestaciones
de decir que se apiadan de nuestros hijos, hermanos y familias.
No creamos en sus propuestas solidarias, sus favores
mientras tengan sus miradas puestas en el Caribe
o hablen de acuerdos para seguir viendo sus cuerpos arrogantes.
No es el llanto de estar a punto de vencernos,
inmolar el entusiasmo, la resistencia que el amor soporta.
Son los niños perdidos en un mundo
donde el juego es una porfía con el hambre.
Son las madres desencajadas de llorar
porque el hogar es un encierro que les llega hasta el vientre.
Son los padres que no tienen coartadas
para explicarse el infraganti deterioro de toda la familia.
Son las calles en extinción ardiente.
Son los rostros pálidos de algunos transeúntes perdidos.
Son las flores marchitas al lado de las fuentes.
Son las canciones sin letra, es la mudez de los cantantes.
Son las luces oscuras de los anuncios callejeros.
Son los árboles sin raíces, sin sombra que ofrecer.
Los hogares de rutina.
Los amigos remotos.
Los jardines desolados.
Los automóviles sin marcha.
Los semáforos en blanco y negro.
Es el silencio siniestro de los pájaros.
Es el cansancio de olvidar el agua.
Es la oscuridad porque la luz cobra su renta.
Es la muerte alevosa de la alegría.
Es la tortura de estar consiente.
Es el presidio de los estados de palabras.
Un estallido de jóvenes para acallar los reclamos de la valentía.
Un enjambre de impunidad para premiar la complicidad.
Es que sí son ellos, siempre han sido ellos,
                                                                 Y los siguen siendo
                                                                 Continúan siéndolos
                                                                 Disfrutan poder serlos
Con sus bigotes, con sus calvas.
Con sus voces de quirópteros.
Con sus músculos y su bótox.
Con sus mantas orientales.
Con sus corbatas Louis Buitrón.
Con sus medallas de hojalatas.
Con sus pantalones orinados.
Con los soles y alucinaciones.
Con sus pijamas, sus chalecos, sus gorras y sus capas,
rojos como la sangre derramada
para mantenerse en el altar de la traición.
Para bailar el llanto del país.
Para olvidar que se tiene el alma atrapada en el cadalso.
Para ondear la bandera de la tiranía, de la usurpación.
Rojo color para ocultar la cobardía.
Rojo brillo propio de saqueos.
Rojo del socialismo del siglo XXI.
Rojo de estar donde solo pueden estar los condenados de Dios.

No es la angustia, no es la desesperación, ni mucho menos
es la resignación de tener que vivir con el rojo para siempre.

Son ellos, todos sabemos quiénes son, quiénes han sido.
Falta, únicamente, un volar de mariposas, un aletear de colibrí.
Está el amor, están las almas y están naciendo los temblores
de una era que, aunque imperceptible, estallará firme de ascenso.



Adiós, no para siempre



Cuando te despidas ten el cuidado de sellar
las roturas que tienes en el cotidiano asunto de vivir.
Sacúdete los restos de pensar que es tristeza lo que viene.
Que el adiós es irreversible porque has muerto de verdad.
Intenta completar el equipaje con todos los recuerdos más feroces,
esos que tienen el perfume y el sonido de la tierra en que naciste.
Ten como bártulo esencial el ritmo de tu acento,
las infatigables remesas que te dio el pozo de los años.
Siempre habrá, en todo camino que comienza,
nuevas formas de alcanzar un subsidio para ser feliz.
Calles, sol, rostros y canciones para encenderte
y lo más eterno de sentir, el ejemplo de amar sin plantarse en el olvido.

Si es inminente partir y dejar atrás el país donde nacimos
siempre cabrá, en cualquier maleta que cierres, un retorno que no claudicará.
Te acompañarán los atajos y acertijos que componen las calles que te habitan.
Volverás la vista, respirarás profundo y fijarás los límites exactos de tu casa.
Cualquier tristeza será una nostalgia viva para comenzar.

Si estás en un país donde es notorio que fluye la traición.
Si te abate la rutina usurpadora y te enardece el placer constante del esbirro.
Si el aire te agobia, la luz te alucina y el rostro de la amante te avergüenza.
Si estás a punto de encender los límites que te abren el sitio de la esperanza
el adiós es un punto de partida para regresar y rescatarte.


Pensamiento de panfleto




¿Saben ustedes cómo viven y piensan los tiranos?
Cómo son sus casas y cómo atienden a su servidumbre.
Cómo celebran y se adulteran en orgías, lo sabe, por si acaso.
No han visto cómo se arreglan el bigote a toda hora, se miran al espejo,
se balancean, reverencian el licor y dan palmaditas a sus vientres.
¿Saben cómo es la sonrisa arrogante de los tiranos?
Cuando una joven trata de preguntarle, bajo sospechas,
por los amigos que han sido detenidos por sus esbirros.
O mientras alguna madre le ruega una maldición
cuando suplica que su hijo es apenas un testigo de la juventud.
Cómo adulan la mentira, cómo comen y se esconden los tiranos.
Juegan a estar cuerdos, se deslizan furtivamente por los hogares.
Se acomodan el traje, se arreglan la corbata y pulen sus zapatos
para parecer unos tiranos bien vestidos y elegantísimos tiranos.
¿Saben de verdad, están enterados y están ustedes convencidos
de las casusas que hacen que el tirano esté orgulloso de su oficio?
Comparten ustedes la capacidad que tienen para tapar el sol,
oscurecer el alma, silenciar el corazón ajeno y aniquilar la alegría.
Sin dejar, ¡claro!, de ser el tirano que todos los días da una orden de matar.
¿Sabían ustedes cómo hacen los tiranos para burlarse del mundo?
Han pensado cómo comparten con sus demócratas
se sientan con los presidentes en banquetes y le espetan sus ínfulas.
¿Han llorado alguna vez porque los niños del país de los tiranos
no juegan al aire libre, no van al colegio con uniformes de colores?
Que las mujeres no cultivan rosas al amanecer,
cantan de amor, ni celebras a parir.
Ni que los hombres son simplemente
un registro en sus listas de sospechosos.
Saben ustedes que todos los tiranos tienen sus poetas,
sus pintores, sus intelectuales.
Los que escriben las metáforas, los colores, las ideas de una épica
que los ayuda a olvidar la cobardía,
a sentirse cómodos con su espíritu de tirano.
Pueden preguntarse dónde ejercen los tiranos sus hipocresías
Dónde establecen sus cuarteles, ejercen sus rutinas
y legitiman sus credenciales.
Todo tirano reside en la oscuridad, extermina toda diferencia, cualquier temor
aunque para ello deban elaborarse un simulacro de valor, un brazo de asesino.
¿Saben cuándo tienen miedo los tiranos, se devela su miserable cobardía?
Cuando mi país sea, en definitiva, la Venezuela de hace siempre.
La rosa de los vientos
Un punto cardinal insoslayable
La dureza de entender que es más fuerte
El amor de ver el sol en el profundo azul del cielo.
En ese aprendizaje del discurso para encenderse en el valor de arremeter.