miércoles, 6 de septiembre de 2023

 

¡Oh la tiranía, oh la libertad!


Ángel Madriz

Todo el mal que puede desplegarse en el mundo
 se esconde en un nido de traidores.
Francisco Petrarca




 Saturno devorando a uno de sus hijos. Francisco Goya

 

 

    Toda tiranía es innegablemente cruel. Es decididamente despiadada. Es intencionalmente represiva. Pero al final, en lo más íntimo, es cobarde y como tal, es sádica, inmoral, burda, corrupta. En síntesis es criminal. Se impone siempre a través de la traición porque sólo la mentira y la farsa la animan frente a la realidad. No hay decoro entre los traidores que la integran. Su código es el asalto, su cuerpo es la gavilla y su principal instrumento es la violencia apertrechada en el abuso, el atropello y la impunidad. Es que la tiranía se sustenta en el poder degradado por la ambición que despiertan los oropeles de las monedas y las bacanales ante las cuales se celebran su acumulación desenfrenada, orgía típica de quienes se alían para agredir, sin pudor ni escrúpulos. De hecho, entonces, toda tiranía es delincuente. Merece la pena del exterminio por quienes creen en la libertad, la dignidad y están, de verdad, convencidos de que es una gran mácula en la transparencia de todo futuro noble y lleno de sueños.

    En Venezuela, la tiranía se ha expresado en todo su vigor. Su músculo está tonificado por la indiferencia cómplice de la cultura occidental. Más aún, ella ensaya sus ejercicios para instaurarse en todos los confines. Es que su carta de presentación es ya el aval que imponderablemente actúa sin obstáculos civilizatorios. Más de veinte años convirtiendo a su población en desposeídos hambrientos, enfermos y torturados por la realidad llena de oscuridad, sequía, represión y muerte, libérrimamente y sin muestras de que existe un contrapeso en el mundo que los limite en su propósito de oscurecer la alegría. Mi pensar  en   acciones efectivas

    Nunca la tiranía podrá reconocerse como perversión. Jamás la tiranía podrá aceptarse, ante la cultura, como una vergüenza para quienes aman la libertad en muestras de trabajo creador, el ascenso espiritual y el amor o la bondad humanos; en ningún momento tirano alguno, conjuntamente con su séquito de tiranillos vulgares y cobardes, podrán concebirse como la expresión de la podredumbre, la antítesis de la felicidad, el bienestar y el progreso. No podrán hacerlo porque en sus almas y mentes está instalado el mal, la oscuridad, la crueldad, la ignorancia, la depravación y toda la bazofia que a ellos,  como carroñeros de oficio,  los identifica dentro de un aquelarre en el que se desempeñan como personajes hechos de la peor estirpe, esa que aún subsiste contraria a la grandeza,  el respeto, la diversidad y la dignidad. Su concreción más típica es el comunismo vomitado por Marx y sus exterminadores revolucionarios. Si no, veamos los bailes de Maduro, las risitas de J. Rodríguez, el cinismo de Tarek Saab, las mentiras de Delcy, las abyectas torturas de Diosdado, las burlas de Tareck el Aissami, el mediocre ateismo de Elías Jaua, la vergonzosa traición que nuestro ejército ha experimentado al aceptar la reverencia de Padrino López ante el Castrismo y las dolorosas y espeluznantes cifras (330.000 venezolanos)  de muertos que durante estos veinte años ha sufrido muestro país. Todo, para saquear una nación, para ejercer un poder,  para desplegar odios, implementar resentimientos y esparcir cual ántrax ideológico la virulencia del comunismo. Cercando los sueños y extinguiendo el bienestar universal. Mientras, la cultura contemporánea, los representantes de la libertad, los abanderados de la justicia, los defensores de los derechos universales, los insignes vigilantes de la felicidad, en oriente y occidente, desde el norte y desde el sur, despliegan sus retóricas, se refocilan en poltronas y estrados, venden sus solidaridades desde los tonos de múltiples micrófonos al mismo tiempo que ensayan sus propuestas maquilladas por el brillo de sus políticas. Ningún tratado, ninguna acción,  ninguna decisión que pueda poner en riesgo sus aquilatadas comodidades globales. Perdonen pero la soberanía les termina siendo más importante que un ascendente genocidio en un vulgar paisito  limítrofe del Mar Caribe. Y es que Thomas Paine tuvo razón cuando nos dijo que "Los que esperan cosechar las bendiciones de la libertad deben, como hombres, sufrir la fatiga de apoyarla", peto llevamos veinte años sufriendo. Puede que cuando menos lo pensemos, cuándo la podredumbre hiera el olfato de nuestros vecinos", cuándo la bazofia sea un asco en las calles de los amos del poder territorial, entonces sabrán que hubo tiempo. Mientras sólo invoco, mañana-tarde-noche, todos los días,  el poder que está más allá de cualquier frontera y por encima de cualquier bono cambiable en la bolsa internacional y dice:  


"El que habita al abrigo del Altísimo
se acoge a la sombra del Todopoderoso.
Yo le digo al Señor: «Tú eres mi refugio, mi fortaleza,
 el Dios en quien confío" 
 (Salmo 91)
  
 

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