miércoles, 20 de agosto de 2014

Tríptico rotativo
Ética y lógica  del rastacuerismo
Ángel Madriz


Entre el gobierno que hace el mal y el pueblo que lo consiente, 
hacia cierta solidaridad vergonzosa.
Víctor Hugo




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La cotidianidad como desesperanza. El poeta franco uruguayo Isidore Ducasse, mejor conocido como Conde de Lautréamont, en su extraordinario libro Los cantos del maldoror desarrolla toda una estética del mal y nos dice, al comienzo del mismo, que solo una “lógica rigurosa” y una tensión espiritual equivalente, por lo menos a una ética racional, permitiría a los lectores no ser impregnados por el contenido mortífero de sus páginas. Lautréamont nos aclara, que su exaltación del mal no es más que una forma de hacer que los seres humanos deseen el bien como remedio y todo el mundo de cuestionamiento a la realidad humana que desarrolla magistralmente en los seis cantos de su libro, estalla en un hermoso y original ejemplo de ambiciosa búsqueda de salvación y trascendencia. En fin, lógica y ética para la interpretación de un mundo que requiere ser equilibrado, exorcizado, reacomodado. Cuando paso una mirada por “esa realidad” que tanto he respirado y en la que tanto he compartido las desazones de vivir, siento que algo como una atmósfera indescifrable se ha adherido a la mirada, a la voz y a los corazones de la población y que define cada gesto, cada palabra y cada acto de cada ciudadano o espectador que se entrecruzan entre dardos de duras decisiones. No puedo dejar de extrañarme ante tanta conformidad  y ante tanta resignación. Es como si anduviéramos en un mundo en donde la desigualdad, las carencias, el deterioro citadino, los incuestionables rostros de angustias ante la nada oficial que los confunde con simples operarios políticos del status, la violencia de colas interminables para solucionar cualquier acto doméstico, cualquier trivial requerimiento o algún trámite civil fueran una respuesta al bien que se dibuja en la más alta esfera de la nacionalidad, de donde todo pretende derivarse en cascadas de bienestar y total normalidad. Y es que la solidaridad, la patria, el socialismo, antiimperialismo o simplemente la libertad y la soberanía –alimentaria o política- resultan redundantes de retórica ejecutiva, ministerial o gubernamental, en un país que, por más de quince años, ha venido desintegrándose en sus manifestaciones de cotidianidad, hasta tener que utilizar la lógica de quien debe subsistir, sin que con ello sufra un quiebre ético ante tanta angustia producida por la inutilidad de quien habla sin decir nada parecido a lo vivido realmente.
    Sea el caso de la compra a cincuenta bolívares de un artículo regulado en su precio a doce bolívares –como la harina de maíz-, o comprar un aire acondicionado a cuarenta o cincuenta mil bolívares, cuando quien nos lo vende lo obtuvo a  diez o quince mil bolívares, muestras simplemente de que amas de casa, señores, empleados de almacenes o supermercados, policías o guardias nacionales “aprovechan” la exaltación del valor solidario y se inclinan por la repulsa y el egoísmo como remedio y salvación. Así mismo podemos exaltar reiteradamente Patria, Soberanía y Libertad al tiempo que la voz sufragada por los entornos de la satrapía institucional es sumida como puente verificador de la más convencional y descarnada acción de entrega a los capitales foráneos, dándoles satisfacción provinciana a los resentimientos históricos hacia los gendarmes del norte –qué más talante rastacuero el que nos hace dependientes de la maquila asiática-, o cuando tenemos que saciar el aseo, la movilidad por las calles de nuestra región o país, cuando angustiados por un deseo de elemental degustación gastronómica o simplemente cuando impulsados por las veleidades de la tecnología debemos acudir a los escarceos con colas multitudinarias, apaciguar nuestras mórbidas paciencias o irremisiblemente batirnos a duelos con la estafa para terminar creyendo que nuestro país aún es un espacio en donde podemos satisfacer nuestras escandalosas costumbres pequeñoburguesas. La solidaridad adquiere el rostro del asalto por parte de los conciudadanos más comunes, por el color verde oliva que en los recovecos de los puestos estratégicos, mengua de autoridad para impedir que el contrabando con nombre de bachaqueo sea un oficio contestatario cuya legitimidad ha sido construida con la ética liviana de la viveza, en un país donde la lógica está del lado de una supervivencia cuya alma es tan cerril como la corrupción que defiende la entrega de la disidencia en nombre de un hombre nuevo que se ha agotado a fuerza de hacerse el loco y recibir migajas para saciar el hambre de un hoy que tiene más de tres lustros. Dios, entonces, parece ser un subterfugio que justifica la oscuridad inoportuna de un país que en el pasado exhibía la eficiencia de una empresa eléctrica envidiada por toda Latinoamérica, ostentaba una economía que a pesar de sus injustas desigualdades en el reparto de la riqueza petrolera nos permitió instaurar instrumentos civiles con los que revertir tan indeseadas taras sociales; era Venezuela un espacio para el debate sin chantajes que hoy no pueden ser condenados porque es la esencia del bien que nos impulsa a desear la desidia, la complicidad, la sumisión y el rastacuerismo como un bien colectivo en donde tenemos que inscribirnos.            






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La palabra ya no es la misma. Leía una expresión de Pedro León Zapata en donde expresaba que el humorismo no puede estar del lado del poder, de estas palabras podemos inferir que el poder tampoco puede tener poetas. Claro que existirán humoristas que halaguen al poderoso como poetas le canten al mismo, pero el primero será simplemente la secuela del dolor o el ditirambo de la sumisión, en el caso de la poesía será la metáfora de la complacencia, la expresión de lo convencional, la lisonja en versos de trivial egolatría, algo así como una orgía fabricada en estrofas a múltiples manos, en el espacio dónde los ejecutivos y los burócratas ensayan sus lógicas y codifican su éticas.
  Defender con palabras lo que se define con acciones es un lujo que el poeta o escritor deben aprender a digerir. La única realidad que alimenta a quien escribe es la que él puede reinventar cotidianamente cuando existe, ama, odia o se llena de esperanza. Cuando el poeta o escritor tiene que seguir las pautas del leguaje del poder es que ya no tiene nada que decir y si lo hace se acomoda en las estancias de la institución, en la lógica del rastacueros, coquetea y se insufla de bienestar o amargamente no consigue entender las fuerzas de la insurgencia en diferentes formas de escribir porque hay viejas formas de pensar, actuar y gobernar. Vemos entonces que las palabras se agotan en sí mismas, no tienen la magia del espíritu, se volvieron inútiles y deben ser reinstaladas dentro de la misma semántica que las desvencijó. Antes fueron “Patria o Muerte” o “Patria Bonita”, hoy es “La Patria es de todos”; antes fue “Quinta República” o “PSUV” o “PPT”, hoy es “Derecha Endógena” o “Los Pragmáticos” o “Proyecto Estado”; antes fue “Escuálidos” o “Majunche” o “El Filósofo”, hoy es “Derecha fascista” “Golpistas disociados”  y los poetas y escritores, leamos lo que escriben, todos caminan y sienten al ritmo del discurso dominante, no ha habido opción. Terminamos, entonces, saliéndonos a percibir que el poder es el poder y que su discurso, no convincente para hallar el camino de la redención, es desoído en una acción de alineación con la acción contraria a la solidaridad, la frugalidad, el respeto, la racionalidad y la austeridad. Para ello, la picardía, el sobreprecio, el acaparamiento, el contrabando, la matraca, la estafa, el soborno, la informalidad del trabajo con la intención de formalizar la trampa. Ética de la sobrevivencia a cualquier costo sustentada por la lógica del individualismo.      






3


Compromiso de nadie, complicidad de todos. Contra el poder no se puede luchar solo. Y es que el hombre (¿y la mujer? ya no lo sé) al enfrentarse a la decadencia de los principios que justifican su existencia requiere reformular sus cánones, enderezar sus vías, purgar sus entuertos y ha sabido hacerlo, desde que Don Quijote, un día consciente de su locura, decidió contarle al mundo sus derrotas y desengaños como resultado de un viaje por los parajes del mal colectivo. Resultó que su lucha lo volvió a una cordura desde la cual era imposible emprender o continuar cualquier empresa reivindicadora de la raza humana, y terminó por abandonar la existencia y convertirse en mito, vivir más allá del bien que deseaba defender, más acá del mal al que sabía que podía derrotar con las fuerzas de la locura de amar y de vivir. Cuando nos regimos por la voluntad de insurgir contra el mal, cualquier opción expresiva nos resulta ingrata o vulgarmente peligrosa. Sin embargo, como escritores, nuestra palabra debe estar inmersa en la rebeldía, debe estar impulsada por la ruptura. De lo contrario terminamos siendo una especie de bufón con libros que nada dicen aunque muchos escriben. Sucede lo mismo con la sociedad toda. Si nos sentamos a esperar que lo que está deje de ser, simplemente nos convertimos en lo que no queremos ser. O en lo que no hemos podido ser. O peor aún, en lo que podemos llegar  ser con el permiso de lo que es y seguirá siendo. Durante todo este tiempo de pérdida de su civilismo, Venezuela no ha tenido una oposición al poder comprometida con un destino más del siglo XXI, con una nación más sincera en sus ofertas, más ajustada a sus posibilidades y más transparente en lo que debe ser su ética y su lógica. Ni los empresarios, ni los políticos, ni los académicos, ni los creadores, ni sus religiosos, ni sus ciudadanos de a pie han podido fraguar una salida de propuestas cónsonas con sus derechos a la libertad, la creación, la expresión, el trabajo y todos esos derechos que universalmente está consagrados para la constitución de cualquier sociedad moderna y emprendedora. Sólo se escucha la voz abusiva del poder. La verborrea oficial. El vulgar soliloquio gubernamental. El sórdido y brutal logos del mando pseudocivil, cuasi militar.
Desde él se  pretende imponer una enseñanza que da al ristre con cualquier voz disidente. Amenaza y no surge una respuesta de vanguardia que clarifique el ofuscamiento estatal, la paranoica voz del mando palaciego, la esquizofrénica moral del cuartel adocenado. Todos estamos a la espera de que el bien siga el curso del molde al que ha sido sometido en nombre de unos símbolos patrios que ya no tienen héroes, que fueron secuestrados por el espíritu patriótico de otros horizontes y contra el cual tan sólo el mal ha podido imponerse con sus ínfulas diversas de múltiples empresas y múltiples formas de la maraña. Venezuela es hoy un país cuya ética de la reflexión y el conocimiento fue sustituida por una ética de la coyuntura y su lógica rigurosa que la encausaba a la perfectibilidad –como método de solución de sus múltiples problemas- social, fue sustituida por una lógica sórdida compuesta por la intrascendencia y el oportunismo. En ella se vive exaltando un bien trivial y elemental para que su gente tenga que practicar las complejas fórmulas del mal.    



Expresiones más comunes del rastacuerismo en Venezuela:

-Las colas son necesarias porque así todos podemos obtener pollo, papel sanitario, leche, margarina y los alimentos regulados.
-No tenemos artículos de primera necesidad porque todo se lo están llevando pa’ Colombia los empresarios.
-No hay medicamentos porque la gente los está acaparando.
-Gracias a los apagones nos podemos reunir en familia para compartir.
-No hay carros porque la gente los compra pa’ revenderlos al triple de su costo.
-No hay que darle los títulos de propiedad de las casas a la gente para que no las vendan.
-Hay que racionar la electricidad para que la gente aprenda a no encender tantos aparatos de aire acondicionado.
-La violencia ciudadana es culpa de los medios de comunicación que informan sobre las muertes de los ciudadanos que les gusta estar todo el tiempo en la calle.

-La escasez es culpa del imperio y de sus planes magnicidas.




3 comentarios:

  1. Dr. Madriz, mi nombre es Alberto Morreo, le escribo desde Caracas, de la Librería Lugar Común. Hemos estado tratando de contactarlo, si puede devuelva la llamada a (212) 261 67 16, o escribanos a libreria.lugarcomun@gmail.com

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    1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    2. No les había escrito porque no suelo releer mis textos. Hoy incluyendo unas imágenes me encuentro con su comentario. Disculpe. Mi Cel.: 04246954614.

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