Para Miguel Ángel a 3 años de su partida
No
son los recuerdos que permanecerán imborrables, en nuestras mentes, como el sol
diario que Dios nos brinda para iluminar nuestros destinos.
No es la ausencia, que el amor de nuestros
corazones convertirá en compañía cada vez que nuestros hálitos de vida soporten
la existencia de tenerte como cuando naciste para hacernos veintinueve años
derramándote de pasión por tenerte entre nosotros.
Es la imposibilidad que este mundo tiene,
hoy asechado por la tristeza, de almas nobles, miradas escrutadoras, sonrisas
encantadoras y acciones creadoras, para enriquecerlo como solías hacerlo cada
vez que un proyecto salía de tus ansias de vivir, imponía su ritmo y lo
conducía por las veredas que nuestro Señor nos mostraba con sus bendiciones.
Es simplemente reconocer que el mundo no es
hoy aquél que intentabas convertir en una gran galaxia de posibilidades.
¡Desde aquí,
nuestras bendiciones para que alcances tu comunión con Dios!
Tríptico rotativo
La esperanza no es una intención
Ángel Madriz
"no es que vamos a
sacar a la gente de
la pobreza para
llevarlas a la clase media
y que pretendan ser
escuálidos"
Héctor Rodríguez, Ministro de Educación
I
Militares.
Funcionarios. Ciudadanos. Caminar por el país es ya casi la
continuación de un riesgo que se convierte en la vigencia de la desesperanza.
En su actualización más inquietante. En una especie de risotada nerviosa que
termina por desajustarte el ritmo de la vida y el sentido de la sensibilidad.
Es como andar caminando de la mano de una cotidiana oscuridad, del temblor de
tus pies y alma que no encuentran lo que alguna vez fue la vía de la existencia
acostumbrada, eso que tanto nos llevó de un lado a otro de las diversas maneras
de asumir la realidad. Caminar por el país tiene una sola ruta, un solo vaivén,
una reducida vereda que nos arrincona contra los muros de la desazón y el
miedo. Andar por Venezuela es sentir la traición a un ideal, experimentar la
frustración de un proyecto que nos llevaba de la mano con sus múltiples
problemas, hacia un horizonte cierto y prometedor, problemas que nos recordaban
que la experiencia estaba ejercida por hombres y mujeres -jóvenes, maduros y adolescentes- que
concebían el error como una vivencia para levantarnos hacia la utopía que nos
impulsaba. Sitio de la perfectibilidad democrática. Observar a nuestro país,
palparlo, respirarlo o simplemente ejercerlo porque estamos vivos. Hoy, desde
hace ya casi la eternidad más subjetiva, nos llena de un amargo sabor a
desilusión, a un doloroso escozor en donde el odio, sembrado durante quince
años, es el sentimiento de presentación de quienes ven el mundo en rojo y
blanco.
Recientemente
tuve la oportunidad de viajar a Caracas y desde el mismo momento de llegar al
aeropuerto encontré solo ruinas de entusiasmo, escombros de iniciativas y desechos
de alegría. Un pasaje comprado con meses de antelación no tenía, para hacerse
efectivo según lo que indicaba el recibo de reservación, ni fecha ni hora
precisa de partida ni retorno. Después de estar a la deriva por más de dos
horas, una funcionaria nos indica los datos, como en un acto de misericordia,
contra quienes reclamábamos derechos que una vez fueron más que suficientes
para abordar y recorrer una ruta que hoy ya casi tiene el holograma de la
suerte, la casualidad o el hallazgo. Finalmente, funcionarios amenazando ante
nuestros reclamos, esplendorosamente vestidos del blanco rojo de la Viasa de
este régimen, nos premian con el número de la lotería de poder abordar el avión,
pero doce horas después. Abandonando el aeropuerto para regresar por la noche,
un joven, él vestido de verde oliva, con un arma que era compartida con la
sonrisa que componía su rostro, nos despide en silencio y en mi interior sentí
la amenaza de quien, junto a otros varios similares que hoy medran a la sombra
de viajeros que se debaten entre la angustia y la impotencia, una amenaza que
sórdidamente me enganchó las vísceras, porque sabía que aquellos señores tienen
en sus manos el permiso de violar tu intimidad para arrebatarte la rutina
sufrida de una bolsa de leche, tres jabones de baño o un frasco de champú o de
mayonesa, masticaban la prepotencia despótica que aprende a ejercer todo
militar en el poder.
Caracas es hoy un lamento de personas que se
mueven gracias al número de su cédula. Sabana Grande resulta ser un pasadizo
lleno de amas de casa, que se agolpan desde apenas el amanecer frente a
farmacias y tiendas donde puedan sospechar que haya existencia de productos
básicos; donde apenas al aparecer el sol rindiendo su inicio, señores se codean
entre las multitudes a las puertas de Central Madeirense para adquirir una
bolsa de leche, pollo o simplemente un kilo de arroz. Caracas es un tumulto de
mujeres que sin importar edades, abarrotan las puertas de Excelsior Gama, en
Chacaíto, para ver si es posible comprar un paquete de papel higiénico, una
caja de toallas sanitarias o medio kilo de margarina. En todos estos locales,
las colas eran custodiadas por funcionarios que controlaban el tráfico de
personas, para encubrir las preferencias familiares o la de los amigos,
mientras militares y guardias nacionales se hacían de la vista gorda porque era
esencial, según ellos, el comportamiento ciudadano. No había respeto por las
canas, consideración por las madres con los niños en los brazos. En fin,
funcionarios y militares conformaban una red de
aliados para sacarle provecho a la situación. En el Farmatodo situado en
el Centro Comercial Chacaíto me ubico en una cola, que descendía las escaleras
desde la entrada de esta tienda hasta la planta baja, porque me correspondía
comprar, por mi número de cédula. “Hay
pañales, leche y afeitadoras”; el rumor se expandía y la atmósfera se
impregnaba de ansiedad, desesperación y miedo. Mientras la cola avanzaba y las
escaleras eran subidas por nosotros, ciudadanos de espera, un guardia nacional
entrega unos números. Para mí, el ciento ochenta y cinco. Lo tomo y el militar
me dice: “Creo que si le va a dar tiempo de comprar, maestro”. Detrás de mí,
una joven con niña a cuestas, bolsas de otras compras y con un rostro de
trasnocho, tiembla ante esta expresión. Comienzo a entender que cualquier
situación diferente a esta no está pasando en el país. Todo es un esquema de
humillación que hace del funcionario un poderoso burócrata de pacotilla que
vende su honor por preferencias; que cada militar es un monigote vestido de
verde, armado y autorizado para amedrentar y ejecutar acciones contra quien no
siga las reglas del más dantesco racionamiento vivido por los habitantes de un
país que debería, libremente, conformar su esencia ciudadana. Entro a la
tienda, compro lo rumoreado y cuando salgo, me cruzo con la mirada feliz de esa
joven– “con niña a cuestas, bolsas de otras compras y con un rostro de
trasnocho”- que solo se llama ciento ochenta y seis. Caracas, mientras tanto,
es agredida por los cuatro puntos cardinales. “Ni de vaina vaya a ir para
Catia, señor”, me dice la joven. “Allá se consigue de todo, pero los buhoneros
que venden son unos ladrones”. Me regreso al hotel, pienso que he perdido una
mañana por unos artículos que no conforman ni el mínimo contenido de lo que se
necesita para vivir. Caracas sigue de pie al Ávila, pero sus habitantes no han
podido deglutir la demencial actitud de unos gobernantes que se divierten a sus
espaldas, babeando como cerdos en los estercoleros de la degradación. ¿Será que
la esperanza es una intensión que permite el hartazgo de dólares, la sobredosis
de prebendas, el frenesí de decidir la crisis y la orgía ante las bacanales de
un socialismo aniquilado por la desvergüenza?
II
Maracaibo es
monte y culebra, lo demás es los demás. Crónica de la vergüenza. Hace
aproximadamente siete u ocho años recibimos a unos amigos que vinieron desde
Caracas, desde el mismo Bello Monte, a pasar sus navidades en Maracaibo.
Durante esos años, familiares de Barquisimeto, Coro, Trujillo y Mérida nos visitaban
constantemente. Conjuntamente todos, amigos y familiares coincidían en que
Maracaibo era una ciudad que además de hermosa, estaba muy adelantada en cosas
como la vialidad, la infraestructura y la vigilancia. Nunca pensé en eso. Pero
hoy, cuando regreso de un pequeño viaje a la Costa Oriental y me atrevo, por
razones domésticas, a lanzarme a las calles de la ciudad, a cualquier hora de
cualquier día, me detengo a evocar aquellas valoraciones y recuerdo que lo que
más nos importaba para entonces era si la línea del metro debía comenzar donde
hoy parece terminar o si mejor debía arrancar por otras zonas; peleábamos
porque se sembraban algunos tipos de árboles y otros no eran tomados en cuenta;
discutíamos por qué la Vereda del Lago albergó a una universidad o porque daba
oportunidad a ciclistas, patinadores y caminantes a ocupar sus espacios, de
manera simultánea; nos quejábamos porque a cada momento se interrumpía, de
manera momentánea el tráfico vehicular para arreglar el estado de una calle o
avenida o simplemente para aclarar sus rayado. Nunca había tenido tanta
vigencia aquella expresión de nuestro regionalismo, que espetábamos a la cara
de los que no fueran maracuchos: “Maracaibo es Maracaibo, lo demás en monte y
culebra”, nunca había funcionado tan bien nuestra ciudad y como de costumbre,
cuestionábamos lo que había que cuestionar como actitud, legítima, del
ciudadano que ve funcionar sus espacios y desea la perfección. No había manera
de desconocer la labor constante que Manuel Rosales, a quienes sus detractores
llamaron el “Filósofo” por algunas expresiones que hacían de sus discursos una
voz destemplada de populismo y espontaneidad. Sin embargo, y a pesar de que nunca
voté por él ni colaboré en sus elecciones para alcalde o gobernador, hoy me avergüenza
que lo que fue no hace mucho una ciudad llena de promesas que poco a poco ese
personaje, con un equipo que no descansaba en concretar la ciudad que a muchos
nos seducía con su brillantez y su camino hacia una modernidad que, aunque
extemporánea nos comenzaba a salvar para la historia, se haya convertido en
menos de dos años, en un basurero, en una oscurana de calles sembradas de
inseguridad, rastrojos, desorden y colas humanas interminables que se agotan
bajo su sol agresivo, soportando los bufidos de guardias nacionales, los abusos
intemperantes de policías y milicianos improvisados, para que al final del día
puedan terminar sus jornadas en una pocas bolsas de comidas con las que
“solucionar el día” y estar dispuestos a recomenzar el ciclo de empujones,
gritos, amenazas y bachaqueo organizado. Cuadro citadino de lo más burdo que
cada vez nos aleja más del apego a los espacios que aún, míseramente quedan
paras sobrevivir.
Viajar de
Cabimas hasta llegar al puente Rafael Urdaneta es un acto riesgoso, que nos
revela la desidia de sus gobernantes regionales, la irresponsabilidad de sus
burócratas que solo se pelean por mantener sus curules. Huecos, reductores de
velocidad sin señalamientos, motorizados al ritmo del caos, ausencia de vigilancia,
amenazas de los pocos transeúntes y una iluminación inexistente convierten a
cada chofer en un héroe si logra llegar ileso a las barandas que atraviesan el
lago. Y si tomas la Lara Zulia, lo que comenzaba a ser una vía solamente vista
en las grandes urbes y por la que tanto se peleó el pequeño y delgado
gobernante al cual los mezquinos rojos rojitos trataban como un bufón, si
valientemente tomas esa opción para aligerar tu llegada a la Tierra del Sol Amada,
llegarás a la conclusión de que muy a pesar de blancos, azules, amarillos,
anaranjados, verdes o rojos, de que aunque no siempre cualquier pasado fue
mejor, hoy Maracaibo se perdió en la sanguaza de una política manchada por la
miseria, la inmoralidad y el desparpajo de la mentira.
Pasar por
Bellavista, Las Delicias, Cinco de Julio o simplemente tratar de llegar a La
Pomona, Los Haticos, La Limpia, al Norte, al Sur, al Este o al Oeste de
Maracaibo significa luchar con la angustia de un transporte desvencijado y casi
inexistente, con la disyunción de encontrarte con un policía que pueda ser tu
ejecutor; significa acometer una arritmia de andar a la espera de zarpazo
enemigo. Maracaibo es hoy un complejo compromiso con el miedo, un cruce por las
veredas de la anarquía, la difícil cuestión de amarla o detestarla, porque ya
no es simplemente la utopía de la ciudad que se habita. Maracaibo es hoy una
entelequia de ciudadanía que fue asesinada por los discursos de las
expropiaciones, del nacionalismo pacato y vulgar, del contrabando, el bachaqueo, la extorsión, la especulación,
las mafias de la gasolina y de los que sin nada de escrúpulos, como el “hombre
nuevo de estos quince años”, la desvalijan para dejarnos a las expensas de la
manipulación, la dádiva, el matraqueo y la amenaza de seguir siendo un
maracucho que puede exterminar su vida diariamente dentro de las múltiples
colas (alcabalas de milicos enseñados brutalmente por el sumo comandante) por
las que hay que pasar para subsistir. Al final, un ser humano deshecho en
cuerpo y alma para desear reconstruir lo que una vez “El Filósofo”, convirtió
en la ciudad más apetecible de Venezuela. Y para ello nunca necesitó saber que Las lanzas coloradas fue escrita por
Rómulo Gallegos, construir un puente bajo el agua, ni multiplicar los penes, ni
regalarle libros y libras a los estudiantes.
III
Entre venias,
reverencias y genuflexiones. La II CCU una expresión de mansedumbre. Será mucho o
poco lo que pueda decirse sobre las discusiones sobre la exigencia que, justamente
hacíamos los miembros de la comunidad universitaria venezolana de mejoras
salariales y por ende, académicas y sociales, ya que entre redes sociales y
reflexiones insistentes, por espacio de un período vacacional que nos llevaba
de la mano por las angustias de un país que ya no resiste un mínimo de caos,
anarquía, intimidación y entreguismo –servilismo sería mejor decir entre
adjetivos a una sociedad que antes tenía el brillante nombre que le adjudicaron
nuestros próceres-, no tuvimos la oportunidad de deslastrarnos de las
experiencias cotidianas y domésticas en las que se ha venido convirtiendo y
compartiendo el ejercicio de docencia e investigación universitaria. Y es que
entre el temor a que nos falle un artefacto, nos roben la batería del carro, se
nos pinche un caucho o simplemente tengamos que abastecer la despensa para un
mes o comprar algunos libros o cualquier instrumento de esos que se utilizan
para lograr los hallazgos que impulsan hacia el desarrollo –una laptop,
grabadora o un piche pen drive de cuatro gigas- , investigar y dar clases
termina por derrotarnos cualquier razón para no considerar tales experiencias
en una eternidad de escollos infranqueables. Pero bueno, necesito decir algunas
cosas, en un acto de legítima acción expresiva, esa que nos libera las
contracciones corporales y nos permiten comprender que cualquier lucha es digna
si se asume desde una mayoría favorecida por la claridad de la razón. Cuando en
abril o mayo del presente año se nos informaba que las diferentes
organizaciones gremiales que representan a la comunidad universitaria de las
diversas universidades autónomas de Venezuela, habían acordado un proyecto único
que recogía las aspiraciones salariales, académicas y sociales de todos los
universitarios, la cual bautizaron entre barullos, bravuconadas y picadas de
ojos. Segunda Convención Colectiva Única Universitaria (IICCU), no sé por qué
recordé a un incansable sindicalista del Magisterio Zuliano, Villapol Morales.
Conocí a Villapol cuando ejercía la docencia en educación media y lo recuerdo
ahora porque a él, en una oportunidad, le escuché decir algo así como que
cuando el patrón o patrono anda de manos agarradas con el trabajador o sus
representantes algo está buscando, algo quiere negociar en contra, algo se trae
de las manos. Y resultó que Villapol siempre tenía razón y hoy, la misma se
pone de manifiesto. No había pasado un día cuando todas las federaciones
universitarias habían consignado el proyecto del IICCU ante los organismos
competentes respectivos, cuando las federaciones habilitadas espuriamente por
el gobierno para contrarrestar la legitimidad, la actitud solidaria y el
espíritu de lucha histórica que tanto identificó a asociaciones y sindicatos,
en defensa del bienestar y las justas reivindicaciones de los universitarios y
que de una manera flagrantemente sumisa,
se unieron a federaciones advenedizas y de maletín que juntas, no representan
ni el veinticinco por cientos de los universitarios del país, salieron a
cuestionar, desconocer y rechazar el proyecto que poco antes los había unido en
una sola mesa en pro de sus agremiados. Imagino venias, reverencias y
genuflexiones ejecutadas y exaltadas entre vinos y champañas, entre bacanales y
cabriolas, ensayando, mostrando e intercambiando bolígrafos y estiletes para
las futuras firmas que el patrono, comandando la gran orgía de órdenes,
chanchullos y acuerdos, les entregaba a manos llenas para que contentos y revolucionarios,
ellos pudieran ejercer la entrega de la universidad libre, democrática, diversa
y autónoma. La voz de los Carlos López y de los Telémacos Figueroas, secundadas
posteriormente por el resto de sombras confederadas por un Estado que no se da
cuenta de su desgracia, cuando cada vez que desea imponerse al compás de la
fuerza, deslegitima todo el contexto legal acumulado de experiencias históricas
de luchas ciudadanas y hace de su práctica un condensado de maniobras, manipulaciones
y expresiones que terminan por arruinarlo más sobre la memoria infranqueable de
nuestro país, se reproducían día a día entre los atormentados universitarios
que, sin tener cómo hacer se deshacían y consumían sus ideas en las colas
degradantes de los racionamientos socialistas venezolanos. Nunca había sentido
tantas náuseas ante el ejercicio de la palabra de quien difiere como
contrapartida de las aspiraciones y deseos de una comunidad tan agredida como
la universitaria. ¿Cómo comprender que se le diga al patrón que estamos
exigiendo mucho, que las “aspiraciones contenidas en el proyecto que suscriben
las distintas federaciones que hacen vida sindical y gremial en las
universidades venezolanas no se corresponden con la situación económica del
país”, que nuestros derechos y
aspiraciones deben estar por debajo de las de los militares y trabajadores de
PDVSA, que los derechos adquiridos en décadas de lucha deben acomodarse a los
intereses de un Estado que solo ha dado ejemplos de derroche, dilapidación y
dispendio, nuestras
aspiraciones laborales puedan ser atendidas entre cálculos dadivosos, esguinces
de hojas de Excel o simplemente con intercambios de nomenclaturas –de grado a
niveles, de docente a trabajador universitario. No hay metáfora o figura alguna
que nos permita describir la arrogancia y desfachatez de estos señores,
convertidos en líderes de facto, a la hora de aprobar una IICCU sin el
consentimiento de la gran mayoría universitaria, representada en la FAPUV, con
el valor y la racionalidad de sus representantes legítimos. Ya para cuando
estemos leyendo estas líneas, habremos -quizás- derrochado y dilapidado parte
de un retroactivo que es la muestra más fehaciente de las migajas asignadas a
quienes tienen la responsabilidad de producir el conocimiento requerido para
ubicarnos al nivel que nos exige el SXXI. Eso no lo podrá entender este
gobierno, porque su mirada está nublada por los resplandores distorsionados y
los resortes desvencijados de un socialismo, cuyas oportunidades han sido
derrochadas por los vástagos de la insuficiencia. Lo que si quisiera saber,
como dato anecdótico, es el precio de los bolígrafos con los cuales los
firmantes aceptaron un acuerdo cuyas lesiones a la gran comunidad universitaria
venezolana serán la continuación del más profundo deterioro de nuestras casas
de estudio. Y la esperanza de recuperarlas, recuperando la mística de su gente
al tratarlas como personal de alta importancia y calidad cultural y científica,
será simplemente la intensión de unos pocos tratando de fracturar la decencia,
fuerza inequívoca con la que podemos conquistar el desarrollo, la soberanía y
la libertad, que impulsa la vida de muchos.
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