martes, 6 de octubre de 2015



Para Miguel Ángel a 3 años de su partida




No son los recuerdos que permanecerán imborrables, en nuestras mentes, como el sol diario que Dios nos brinda para iluminar nuestros destinos.
    No es la ausencia, que el amor de nuestros corazones convertirá en compañía cada vez que nuestros hálitos de vida soporten la existencia de tenerte como cuando naciste para hacernos veintinueve años derramándote de pasión por tenerte entre nosotros.
    Es la imposibilidad que este mundo tiene, hoy asechado por la tristeza, de almas nobles, miradas escrutadoras, sonrisas encantadoras y acciones creadoras, para enriquecerlo como solías hacerlo cada vez que un proyecto salía de tus ansias de vivir, imponía su ritmo y lo conducía por las veredas que nuestro Señor nos mostraba con sus bendiciones.
    Es simplemente reconocer que el mundo no es hoy aquél que intentabas convertir en una gran galaxia de posibilidades.

¡Desde aquí, nuestras bendiciones para que alcances tu comunión con Dios!




 Tríptico rotativo
La esperanza no es una intención
Ángel Madriz



 "no es que vamos a sacar a la gente de
la pobreza para llevarlas a la clase media
y que pretendan ser escuálidos"
Héctor Rodríguez, Ministro de Educación








I

Militares. Funcionarios. Ciudadanos. Caminar por el país es ya casi la continuación de un riesgo que se convierte en la vigencia de la desesperanza. En su actualización más inquietante. En una especie de risotada nerviosa que termina por desajustarte el ritmo de la vida y el sentido de la sensibilidad. Es como andar caminando de la mano de una cotidiana oscuridad, del temblor de tus pies y alma que no encuentran lo que alguna vez fue la vía de la existencia acostumbrada, eso que tanto nos llevó de un lado a otro de las diversas maneras de asumir la realidad. Caminar por el país tiene una sola ruta, un solo vaivén, una reducida vereda que nos arrincona contra los muros de la desazón y el miedo. Andar por Venezuela es sentir la traición a un ideal, experimentar la frustración de un proyecto que nos llevaba de la mano con sus múltiples problemas, hacia un horizonte cierto y prometedor, problemas que nos recordaban que la experiencia estaba ejercida por hombres y  mujeres -jóvenes, maduros y adolescentes- que concebían el error como una vivencia para levantarnos hacia la utopía que nos impulsaba. Sitio de la perfectibilidad democrática. Observar a nuestro país, palparlo, respirarlo o simplemente ejercerlo porque estamos vivos. Hoy, desde hace ya casi la eternidad más subjetiva, nos llena de un amargo sabor a desilusión, a un doloroso escozor en donde el odio, sembrado durante quince años, es el sentimiento de presentación de quienes ven el mundo en rojo y blanco.
Recientemente tuve la oportunidad de viajar a Caracas y desde el mismo momento de llegar al aeropuerto encontré solo ruinas de entusiasmo, escombros de iniciativas y desechos de alegría. Un pasaje comprado con meses de antelación no tenía, para hacerse efectivo según lo que indicaba el recibo de reservación, ni fecha ni hora precisa de partida ni retorno. Después de estar a la deriva por más de dos horas, una funcionaria nos indica los datos, como en un acto de misericordia, contra quienes reclamábamos derechos que una vez fueron más que suficientes para abordar y recorrer una ruta que hoy ya casi tiene el holograma de la suerte, la casualidad o el hallazgo. Finalmente, funcionarios amenazando ante nuestros reclamos, esplendorosamente vestidos del blanco rojo de la Viasa de este régimen, nos premian con el número de la lotería de poder abordar el avión, pero doce horas después. Abandonando el aeropuerto para regresar por la noche, un joven, él vestido de verde oliva, con un arma que era compartida con la sonrisa que componía su rostro, nos despide en silencio y en mi interior sentí la amenaza de quien, junto a otros varios similares que hoy medran a la sombra de viajeros que se debaten entre la angustia y la impotencia, una amenaza que sórdidamente me enganchó las vísceras, porque sabía que aquellos señores tienen en sus manos el permiso de violar tu intimidad para arrebatarte la rutina sufrida de una bolsa de leche, tres jabones de baño o un frasco de champú o de mayonesa, masticaban la prepotencia despótica que aprende a ejercer todo militar en el poder.
     Caracas es hoy un lamento de personas que se mueven gracias al número de su cédula. Sabana Grande resulta ser un pasadizo lleno de amas de casa, que se agolpan desde apenas el amanecer frente a farmacias y tiendas donde puedan sospechar que haya existencia de productos básicos; donde apenas al aparecer el sol rindiendo su inicio, señores se codean entre las multitudes a las puertas de Central Madeirense para adquirir una bolsa de leche, pollo o simplemente un kilo de arroz. Caracas es un tumulto de mujeres que sin importar edades, abarrotan las puertas de Excelsior Gama, en Chacaíto, para ver si es posible comprar un paquete de papel higiénico, una caja de toallas sanitarias o medio kilo de margarina. En todos estos locales, las colas eran custodiadas por funcionarios que controlaban el tráfico de personas, para encubrir las preferencias familiares o la de los amigos, mientras militares y guardias nacionales se hacían de la vista gorda porque era esencial, según ellos, el comportamiento ciudadano. No había respeto por las canas, consideración por las madres con los niños en los brazos. En fin, funcionarios y militares conformaban una red de  aliados para sacarle provecho a la situación. En el Farmatodo situado en el Centro Comercial Chacaíto me ubico en una cola, que descendía las escaleras desde la entrada de esta tienda hasta la planta baja, porque me correspondía comprar, por mi número de cédula.     “Hay pañales, leche y afeitadoras”; el rumor se expandía y la atmósfera se impregnaba de ansiedad, desesperación y miedo. Mientras la cola avanzaba y las escaleras eran subidas por nosotros, ciudadanos de espera, un guardia nacional entrega unos números. Para mí, el ciento ochenta y cinco. Lo tomo y el militar me dice: “Creo que si le va a dar tiempo de comprar, maestro”. Detrás de mí, una joven con niña a cuestas, bolsas de otras compras y con un rostro de trasnocho, tiembla ante esta expresión. Comienzo a entender que cualquier situación diferente a esta no está pasando en el país. Todo es un esquema de humillación que hace del funcionario un poderoso burócrata de pacotilla que vende su honor por preferencias; que cada militar es un monigote vestido de verde, armado y autorizado para amedrentar y ejecutar acciones contra quien no siga las reglas del más dantesco racionamiento vivido por los habitantes de un país que debería, libremente, conformar su esencia ciudadana. Entro a la tienda, compro lo rumoreado y cuando salgo, me cruzo con la mirada feliz de esa joven– “con niña a cuestas, bolsas de otras compras y con un rostro de trasnocho”- que solo se llama ciento ochenta y seis. Caracas, mientras tanto, es agredida por los cuatro puntos cardinales. “Ni de vaina vaya a ir para Catia, señor”, me dice la joven. “Allá se consigue de todo, pero los buhoneros que venden son unos ladrones”. Me regreso al hotel, pienso que he perdido una mañana por unos artículos que no conforman ni el mínimo contenido de lo que se necesita para vivir. Caracas sigue de pie al Ávila, pero sus habitantes no han podido deglutir la demencial actitud de unos gobernantes que se divierten a sus espaldas, babeando como cerdos en los estercoleros de la degradación. ¿Será que la esperanza es una intensión que permite el hartazgo de dólares, la sobredosis de prebendas, el frenesí de decidir la crisis y la orgía ante las bacanales de un socialismo aniquilado por la desvergüenza?      






II

Maracaibo es monte y culebra,  lo demás  es los demás. Crónica de la vergüenza. Hace aproximadamente siete u ocho años recibimos a unos amigos que vinieron desde Caracas, desde el mismo Bello Monte, a pasar sus navidades en Maracaibo. Durante esos años, familiares de Barquisimeto, Coro, Trujillo y Mérida nos visitaban constantemente. Conjuntamente todos, amigos y familiares coincidían en que Maracaibo era una ciudad que además de hermosa, estaba muy adelantada en cosas como la vialidad, la infraestructura y la vigilancia. Nunca pensé en eso. Pero hoy, cuando regreso de un pequeño viaje a la Costa Oriental y me atrevo, por razones domésticas, a lanzarme a las calles de la ciudad, a cualquier hora de cualquier día, me detengo a evocar aquellas valoraciones y recuerdo que lo que más nos importaba para entonces era si la línea del metro debía comenzar donde hoy parece terminar o si mejor debía arrancar por otras zonas; peleábamos porque se sembraban algunos tipos de árboles y otros no eran tomados en cuenta; discutíamos por qué la Vereda del Lago albergó a una universidad o porque daba oportunidad a ciclistas, patinadores y caminantes a ocupar sus espacios, de manera simultánea; nos quejábamos porque a cada momento se interrumpía, de manera momentánea el tráfico vehicular para arreglar el estado de una calle o avenida o simplemente para aclarar sus rayado. Nunca había tenido tanta vigencia aquella expresión de nuestro regionalismo, que espetábamos a la cara de los que no fueran maracuchos: “Maracaibo es Maracaibo, lo demás en monte y culebra”, nunca había funcionado tan bien nuestra ciudad y como de costumbre, cuestionábamos lo que había que cuestionar como actitud, legítima, del ciudadano que ve funcionar sus espacios y desea la perfección. No había manera de desconocer la labor constante que Manuel Rosales, a quienes sus detractores llamaron el “Filósofo” por algunas expresiones que hacían de sus discursos una voz destemplada de populismo y espontaneidad. Sin embargo, y a pesar de que nunca voté por él ni colaboré en sus elecciones para alcalde o gobernador, hoy me avergüenza que lo que fue no hace mucho una ciudad llena de promesas que poco a poco ese personaje, con un equipo que no descansaba en concretar la ciudad que a muchos nos seducía con su brillantez y su camino hacia una modernidad que, aunque extemporánea nos comenzaba a salvar para la historia, se haya convertido en menos de dos años, en un basurero, en una oscurana de calles sembradas de inseguridad, rastrojos, desorden y colas humanas interminables que se agotan bajo su sol agresivo, soportando los bufidos de guardias nacionales, los abusos intemperantes de policías y milicianos improvisados, para que al final del día puedan terminar sus jornadas en una pocas bolsas de comidas con las que “solucionar el día” y estar dispuestos a recomenzar el ciclo de empujones, gritos, amenazas y bachaqueo organizado. Cuadro citadino de lo más burdo que cada vez nos aleja más del apego a los espacios que aún, míseramente quedan paras sobrevivir.
Viajar de Cabimas hasta llegar al puente Rafael Urdaneta es un acto riesgoso, que nos revela la desidia de sus gobernantes regionales, la irresponsabilidad de sus burócratas que solo se pelean por mantener sus curules. Huecos, reductores de velocidad sin señalamientos, motorizados al ritmo del caos, ausencia de vigilancia, amenazas de los pocos transeúntes y una iluminación inexistente convierten a cada chofer en un héroe si logra llegar ileso a las barandas que atraviesan el lago. Y si tomas la Lara Zulia, lo que comenzaba a ser una vía solamente vista en las grandes urbes y por la que tanto se peleó el pequeño y delgado gobernante al cual los mezquinos rojos rojitos trataban como un bufón, si valientemente tomas esa opción para aligerar tu llegada a la Tierra del Sol Amada, llegarás a la conclusión de que muy a pesar de blancos, azules, amarillos, anaranjados, verdes o rojos, de que aunque no siempre cualquier pasado fue mejor, hoy Maracaibo se perdió en la sanguaza de una política manchada por la miseria, la inmoralidad y el desparpajo de la mentira.
Pasar por Bellavista, Las Delicias, Cinco de Julio o simplemente tratar de llegar a La Pomona, Los Haticos, La Limpia, al Norte, al Sur, al Este o al Oeste de Maracaibo significa luchar con la angustia de un transporte desvencijado y casi inexistente, con la disyunción de encontrarte con un policía que pueda ser tu ejecutor; significa acometer una arritmia de andar a la espera de zarpazo enemigo. Maracaibo es hoy un complejo compromiso con el miedo, un cruce por las veredas de la anarquía, la difícil cuestión de amarla o detestarla, porque ya no es simplemente la utopía de la ciudad que se habita. Maracaibo es hoy una entelequia de ciudadanía que fue asesinada por los discursos de las expropiaciones, del nacionalismo pacato y vulgar, del contrabando,  el bachaqueo, la extorsión, la especulación, las mafias de la gasolina y de los que sin nada de escrúpulos, como el “hombre nuevo de estos quince años”, la desvalijan para dejarnos a las expensas de la manipulación, la dádiva, el matraqueo y la amenaza de seguir siendo un maracucho que puede exterminar su vida diariamente dentro de las múltiples colas (alcabalas de milicos enseñados brutalmente por el sumo comandante) por las que hay que pasar para subsistir. Al final, un ser humano deshecho en cuerpo y alma para desear reconstruir lo que una vez “El Filósofo”, convirtió en la ciudad más apetecible de Venezuela. Y para ello nunca necesitó saber que Las lanzas coloradas fue escrita por Rómulo Gallegos, construir un puente bajo el agua, ni multiplicar los penes, ni regalarle libros y libras a los estudiantes.     




III


Entre venias, reverencias y genuflexiones. La II CCU una expresión de mansedumbre. Será mucho o poco lo que pueda decirse sobre las discusiones sobre la exigencia que, justamente hacíamos los miembros de la comunidad universitaria venezolana de mejoras salariales y por ende, académicas y sociales, ya que entre redes sociales y reflexiones insistentes, por espacio de un período vacacional que nos llevaba de la mano por las angustias de un país que ya no resiste un mínimo de caos, anarquía, intimidación y entreguismo –servilismo sería mejor decir entre adjetivos a una sociedad que antes tenía el brillante nombre que le adjudicaron nuestros próceres-, no tuvimos la oportunidad de deslastrarnos de las experiencias cotidianas y domésticas en las que se ha venido convirtiendo y compartiendo el ejercicio de docencia e investigación universitaria. Y es que entre el temor a que nos falle un artefacto, nos roben la batería del carro, se nos pinche un caucho o simplemente tengamos que abastecer la despensa para un mes o comprar algunos libros o cualquier instrumento de esos que se utilizan para lograr los hallazgos que impulsan hacia el desarrollo –una laptop, grabadora o un piche pen drive de cuatro gigas- , investigar y dar clases termina por derrotarnos cualquier razón para no considerar tales experiencias en una eternidad de escollos infranqueables. Pero bueno, necesito decir algunas cosas, en un acto de legítima acción expresiva, esa que nos libera las contracciones corporales y nos permiten comprender que cualquier lucha es digna si se asume desde una mayoría favorecida por la claridad de la razón. Cuando en abril o mayo del presente año se nos informaba que las diferentes organizaciones gremiales que representan a la comunidad universitaria de las diversas universidades autónomas de Venezuela, habían acordado un proyecto único que recogía las aspiraciones salariales, académicas y sociales de todos los universitarios, la cual bautizaron entre barullos, bravuconadas y picadas de ojos. Segunda Convención Colectiva Única Universitaria (IICCU), no sé por qué recordé a un incansable sindicalista del Magisterio Zuliano, Villapol Morales. Conocí a Villapol cuando ejercía la docencia en educación media y lo recuerdo ahora porque a él, en una oportunidad, le escuché decir algo así como que cuando el patrón o patrono anda de manos agarradas con el trabajador o sus representantes algo está buscando, algo quiere negociar en contra, algo se trae de las manos. Y resultó que Villapol siempre tenía razón y hoy, la misma se pone de manifiesto. No había pasado un día cuando todas las federaciones universitarias habían consignado el proyecto del IICCU ante los organismos competentes respectivos, cuando las federaciones habilitadas espuriamente por el gobierno para contrarrestar la legitimidad, la actitud solidaria y el espíritu de lucha histórica que tanto identificó a asociaciones y sindicatos, en defensa del bienestar y las justas reivindicaciones de los universitarios y que  de una manera flagrantemente sumisa, se unieron a federaciones advenedizas y de maletín que juntas, no representan ni el veinticinco por cientos de los universitarios del país, salieron a cuestionar, desconocer y rechazar el proyecto que poco antes los había unido en una sola mesa en pro de sus agremiados. Imagino venias, reverencias y genuflexiones ejecutadas y exaltadas entre vinos y champañas, entre bacanales y cabriolas, ensayando, mostrando e intercambiando bolígrafos y estiletes para las futuras firmas que el patrono, comandando la gran orgía de órdenes, chanchullos y acuerdos, les entregaba a manos llenas para que contentos y revolucionarios, ellos pudieran ejercer la entrega de la universidad libre, democrática, diversa y autónoma. La voz de los Carlos López y de los Telémacos Figueroas, secundadas posteriormente por el resto de sombras confederadas por un Estado que no se da cuenta de su desgracia, cuando cada vez que desea imponerse al compás de la fuerza, deslegitima todo el contexto legal acumulado de experiencias históricas de luchas ciudadanas y hace de su práctica un condensado de maniobras, manipulaciones y expresiones que terminan por arruinarlo más sobre la memoria infranqueable de nuestro país, se reproducían día a día entre los atormentados universitarios que, sin tener cómo hacer se deshacían y consumían sus ideas en las colas degradantes de los racionamientos socialistas venezolanos. Nunca había sentido tantas náuseas ante el ejercicio de la palabra de quien difiere como contrapartida de las aspiraciones y deseos de una comunidad tan agredida como la universitaria. ¿Cómo comprender que se le diga al patrón que estamos exigiendo mucho, que las “aspiraciones contenidas en el proyecto que suscriben las distintas federaciones que hacen vida sindical y gremial en las universidades venezolanas no se corresponden con la situación económica del país”, que nuestros derechos y aspiraciones deben estar por debajo de las de los militares y trabajadores de PDVSA, que los derechos adquiridos en décadas de lucha deben acomodarse a los intereses de un Estado que solo ha dado ejemplos de derroche, dilapidación y dispendio, nuestras aspiraciones laborales puedan ser atendidas entre cálculos dadivosos, esguinces de hojas de Excel o simplemente con intercambios de nomenclaturas –de grado a niveles, de docente a trabajador universitario. No hay metáfora o figura alguna que nos permita describir la arrogancia y desfachatez de estos señores, convertidos en líderes de facto, a la hora de aprobar una IICCU sin el consentimiento de la gran mayoría universitaria, representada en la FAPUV, con el valor y la racionalidad de sus representantes legítimos. Ya para cuando estemos leyendo estas líneas, habremos -quizás- derrochado y dilapidado parte de un retroactivo que es la muestra más fehaciente de las migajas asignadas a quienes tienen la responsabilidad de producir el conocimiento requerido para ubicarnos al nivel que nos exige el SXXI. Eso no lo podrá entender este gobierno, porque su mirada está nublada por los resplandores distorsionados y los resortes desvencijados de un socialismo, cuyas oportunidades han sido derrochadas por los vástagos de la insuficiencia. Lo que si quisiera saber, como dato anecdótico, es el precio de los bolígrafos con los cuales los firmantes aceptaron un acuerdo cuyas lesiones a la gran comunidad universitaria venezolana serán la continuación del más profundo deterioro de nuestras casas de estudio. Y la esperanza de recuperarlas, recuperando la mística de su gente al tratarlas como personal de alta importancia y calidad cultural y científica, será simplemente la intensión de unos pocos tratando de fracturar la decencia, fuerza inequívoca con la que podemos conquistar el desarrollo, la soberanía y la libertad, que impulsa la vida de muchos.

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