Balances sobre lo conocido
Ángel Madriz

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Rotación de 1: La cantidad de víctimas fatales en Venezuela entre 1998 y 2004 fue de 90.027, es decir 40 personas por cada 100 mil. Durante 2011 se registraron 19.710 muertes causadas por la violencia, es decir 54 diarias, 379 semanales y 1642,5 mensuales. Estos datos fueron tomados de los datos suministrados por la prensa nacional.

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Entre la ciudad, el amor y el odio. La palanca de la decepción. Que nuestros dirigentes –llamemos así a presidentes, gobernadores, alcaldes, diputados, directores, coordinadores, rectores…jefes en síntesis- no tengan imaginación o sean incultos, para nada nos sorprende ni es nada novedoso, si hacemos una simple, rápida, superficial e ingenua revisión de lo que los convirtió en nuestros líderes. No hagamos el análisis, de eso no se tratan estas porfiadas líneas. De incultos e iletrados está versada nuestra historia política e institucional. Pero que nuestros destinos ciudadanos estén en manos de conductores que no posean sentido común me conmueve y llena de profundas inquietudes, de insoportables desazones, de incontrolables aprehensiones y de normales…arrecheras. Es lo que pasa en nuestra ciudad. Cuento para tratar de resumir: Un día cualquiera salgo, bien temprano, a mi trabajo (a eso de las seis y treinta de la mañana). Debo tomar la avenida principal (vivo en el Barrio La Pomona) para irme por la autopista número uno. A la altura del distribuidor La Pomona me encuentro con una cola bestial. Después de diez minutos me entero de que están retirando el asfalto del puente de este distribuidor. El “raspado” hecho a hora pico, indudablemente complica más aun la circulación, por la cantidad de tráfico que inicia la multiplicidad de tareas a desarrollar cotidianamente. Con mucha paciencia –estamos calentando los motores apenas- y con algo de suerte logro salir de aquella enorme tranca, lo que me obliga a tomar la ruta que la construcción del Metro de Maracaibo ha hecho intransitable y nuevamente la urgencia de reasfaltado, olvidado durante casi diez años, interrumpe por segunda vez mi intención de llegar oportunamente a mi oficina; pasando entre colas y tratando de salir de aquella pesadilla matutina logro escabullirme y salir a la avenida La Limpia; angustia e impaciencia cunden los rostros de los desesperados transeúntes maracuchos, quienes al fragor de la mañana, maldicen y buscan salidas emergentes en lo que antes era un fluir sin contratiempos inoportunos. Ya en la vía recuerdo nuevamente que debo poner gasolina, si es posible encontrar alguna estación de servicio que haya podido ser cargada en el contexto de una escasez inexplicable que hace aún más complicado el fluir del tránsito. Me siento salvado en mi itinerario y concluyo que sí hay tiempo todavía para llenar el tanque de mi camioneta. Comienzo a recuperar mi calma. “Deben arreglar las vías”, me digo en un ejercicio de ponderación. Y nuevamente aparece el caos. Carros, camiones, motocicletas, autobuses, Maracaibo en gran parte está detenida a la entrada de la Av. 70. Subo la ventana después de escuchar a alguien “Están tapando los huecos de la esquina, en el semáforo”. Un temblor se apodera de mi paciencia y después de muchas intemperancias y blasfemias logro superar este nuevo escollo al escabullirme por entre callecitas, aceras y solares, para lograr salir a la Av. 5 de Julio. Respiro profundamente y la tranquilidad, que comenzaba a calmarme el alma, a estas horas ya toda hecha una porquería de odios, se deshace nuevamente. Paroxismo. Clímax. Exacerbación. Aniquilamiento ciudadano. Nueva tranca. Maquinarias, obreros, vallas con “La Gobernación del Zulia trabaja para ti” o “La Alcaldía de Maracaibo asfalta tu ciudad”, se interponen en tu vía y luego de ser atravesados con el discurso de la desesperación, nos damos cuenta de que han pasado dos horas en un recorrido que pudo durar quince minutos. El día, luego, transcurre como suele hacerlo: lleno de oportunidades para que demostremos que si no fuera por nosotros el país ya fuera una simple huella en el desierto que hoy suele ser nuestra ciudad. Y es que “A un gran corazón –como dijo Tolstoi-, ninguna ingratitud lo cierra, ninguna indiferencia lo cansa”. Y Maracaibo, suele tener, en el recinto de la ciudadanía, un corazón que alienta la imaginación, enriquece su ser cultural, ejercita la imaginación y banaliza las superficialidades monótonas del poder.
Rotación de 2: Si se escuchara los diversos comentarios que diariamente se hacen en los diversos ambientes de la cotidianidad maracucha, podremos concluir que el ciudadano normal, común y trabajador, se pregunta las causa por las cuales los trabajos de bacheo y reparación en nuestra ciudad no se realizan durante horas, momentos, días y fechas durantes los cuáles no se produzcan tantas molestias y sus concebidas pérdidas de horas de trabajo o de descanso, con sus inexorables arrebatos de furia ciudadana. Preguntas: ¿Reasfaltar en Navidad? ¿Reparar una acera a las 12;00 m o a las 6:00 p.m.?

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Homologación. Paros y divisiones. Divide y vencerás. Recuerdo que en 1982, cuando se aprobaron las Normas de Homologación, como instrumento para determinar la escala de sueldos y salario del personal docente, administrativo y obrero de las universidades nacionales, así como los beneficios adicionales como primas y bonos, dejando, al mismo tiempo clarificadas las relaciones de trabajo de este personal y el Estado Venezolano, se produjo una relación conflictiva entre los dos sectores. Sin embargo, una vez resueltas las contradicciones iniciales que causó esta normativa, la misma permitió que hasta el año 1994, se pudiera llegar a acuerdos, a través de los cuales el Estado logró definir un procedimiento único y bianual para la actualización de los derechos socioeconómicos del personal universitario. En algunos años, las altas tasas de inflación que marcaron nuestra economía, convirtió al mismo en un instrumento que constantemente impulsó a su desconocimiento por parte de los alternativos gobiernos de turno. Sin embargo, a pesar de dichos intentos, en el peor de los momentos –podemos hablar del segundo período presidencial del Dr. Rafael Caldera- siempre, después de confrontaciones fuertes que comprometían el destino académico de nuestras instituciones universitarias, se llegaban a acuerdos que conjuraban cualquier violación a la norma y con ello a la legalidad e institucionalidad. Cada dos años, por espacio de más de una década, se pudieron alcanzar algunos beneficios que permitieron el funcionamiento acorde con un sinnúmero de expectativas, en donde cada universidad era centro de innumerables cuestionamientos a las actitudes gremiales y a las posiciones estatales. De todas formas, la realidad en cada una de ellas estaba compuesta de profundas diversidades a las que respondíamos con salidas concertadas y que nos ponían en la ruta utópica del bien colectivo. La universidad tratando de darle respuesta a la compleja problemática nacional. El poder tratando de cuantificar una inversión cada vez más elevada, pero sin decidir una vía legal y legítima que pudiera darle respuesta urgente a esta necesidad de tener una institución universitaria sólida y libre de coyunturas financieras. De todas maneras, todo el aparato gremial e institucional logró tomar forma y expresión en una oferta de voz común y pudimos confundirnos en un poderoso frente de discusión que logró que el discurso fuera dirigido a un solo interlocutor: Lo que un gremio logre se hará extensivo a todos los demás. Profesores, empleados, obreros en una intergremial que trascendió la tan precaria y elemental visión clasista que hoy ha sido introducida como instrumento de intervención oficial. Una vez disuelta la unidad gremial, se discute –cuando dicen que lo hacen desde un estado que desconoce convenios, normas y logros históricos- entre amigos (que antes eran llamados esquiroles) y dirigentes dedosnombrados, lo que será de toda la comunidad universitaria venezolana. Y las dádivas surten su efecto. Cada quien por su lado ahora, sin importar cuán débiles resultamos ante un estado que cada día es más poderoso. Qué puede importar si los jubilados y los activos, los contratados y los ordinarios, los casados o solteros puedan ser docentes, administrativos u obreros. Lo que sí realmente ha importado, desde que “ser rico es ser malo” o desde que los “profesores oligarcas son agentes de la CIA”, es que la voz cantante la tiene un sector de los trabajadores universitarios, que maquiavélicamente es reconocido por el patrón –léase Ministerio del Poder Popular para la Educación Universitaria o simplemente Presidencia de la República. Por ahora. Resultó que durante el año dos mil once fue de grandes logros para el sector administrativo y obrero de nuestras universidades, según cuentan algunos de sus dirigentes y unos cuantos de sus miembros. Todo, enhorabuena. Pero con ello, la violentación de la norma de homologación, en detrimento de grandes acuerdos alcanzado a través de la historia, queda relegada al festejo sectario de la clase gremial. El desconocimiento del bono salud de los jubilados, en iguales condiciones que la cesta ticket de los activos; la prima por hogar negada a los profesores jubilados y el desconocimiento de la deuda por no aplicar los ajustes socioeconómicos en el 2009 y 2010, sin que se haya acordado alguna forma de subsanar dicha deuda, son algunos ejemplos; mientras tanto, el aparato gubernamental cobra más fuerza para lanzarnos al rostro los nuevos cálculos con los cuales cumplirle a unas universidades que languidecen entre su descapitalización intelectual y el derrumbe de sus dependencias más emblemáticas. Impecable resolución algorítmica para la tan compleja expresión de discutir bianualmente las normas de homologación, que nos hubiera puesto a tono con la posibilidad de solucionar la problemática financiera de nuestras casas de estudio.
Rotación de 3: La desintegración de la intergremialidad ha llegado tan lejos que en nuestras dependencias parauniversitarias se experimentas prácticas que debilitan más a las ya débiles y convierten a las más fuertes en espacios solemnes que poco a poco se extrañan de nosotros. Es el caso del IPPLUZ y CAPROLUZ. Me explico: Estas dos dependencias comparten, para funcionar, el mismo edificio. Todos sabemos la situación financiera por la que atraviesa la primera de éstas. Ambas funcionan gracias a los aportes que hacemos y en el caso de la segunda, estos aportes permiten la realización de actividades financieras que recapitalizan nuestra inversión. No entendemos cómo el funcionamiento de áreas de esta edificación, por ejemplo los ascensores, esté tan comprometida porque el IPPLUZ no haya invertido en ellos –porque le “corresponde”, sabiendo que tal gasto disminuiría aún más su tan deficitario presupuesto, en detrimento de nuestros requerimientos para la salud.