miércoles, 1 de febrero de 2012

Tríptico rotativo

Balances sobre lo conocido

Ángel Madriz




1

De viaje, lecturas y reflexiones. Más allá de cualquier proyecto. Siempre hemos afirmado que todo proyecto que uno proponga es, de alguna manera, un vínculo indiscutible con alguna vía de existencia. Puede, en su discurrir, convertirse en utopía o simplemente ser un ejercicio –complejo o elemental- esencial para la consecución de la felicidad. Eso hace que el ser humano sea un irreductible centro de búsqueda y hallazgo. En esa dialéctica simple y fundamental cualquier proyecto termina por hacerse ruta de vida, itinerario de vivencias, objetivo de trascendencia. Así vemos nosotros todo lo que pensamos, sentimos, deseamos y hacemos. Nunca a medias cualquier cosa. Nunca a ciegas, jamás sectariamente, jamás egotistamente; nunca jamás a consenso estipulado, ni a juro por lo que nos gusta en la poltrona del individualismo. Siempre todo proyecto nuestro lleva la marca de una existencia colectiva en donde cada uno sin dejar de serlo vive y muere en un todo cultural, intelectual, social y político. Ya Fernando Savater nos lo recordaba en esa actividad constante que hace del hombre creador y autor del mundo en donde se crea a si mismo sin descanso alguno. Es entonces un triunfo del alma y del cuerpo que hayamos franqueado las barreras del 2011, que nos hayamos instalado en los albores de un nuevo año diciéndonos que hoy como ayer, seguimos con nuestra ruta proyectada al horizonte en donde se dibujan nuestros más ansiados deseos y se siluetea el cuerpo de dejados lastres. Ya Philip Farmer decía que el origen de cualquier sonrisa es el dolor y vaya cuánto nos ha costado dibujarnos de felicidad cuando el mundo, o gran parte de él se derrumbaba entre guerras, asesinatos, desastres naturales, crisis económicas, despotismos, engaños; indolencias frente a la miseria, la muerte ciudadana, el genocidio, la mentira y la egolatría; la soberbia de los personalismos exacerbados imponiéndose a fuerza de un carácter en el cual se desconoce la totalidad histórico-cultural y se erige alguna parcialidad que apasiona como modelo para justificar el desconocimiento del otro, violentarlo y reducirlo, sin darle oportunidad a la discrepancia, sin permitirle un instante para ejercer su derecho al disenso y a la acción diversa, en fin, cuando nos damos cuenta de que apenas si pudimos disfrutar de las sendas y bondades universales, mientras las grandes contradicciones que nos han permitido conocer –a lo largo de más de tres mil años de ficciones y literalidades- a dioses y demonios son reducidas al polvo de la expresión hegemónica que se impone desde los balcones del poder mesiánico, etéreo y laxo. De más está describir los resultados históricos de la cual son réplicas en un hoy occidental, oriental, boreal o austral donde pueda hacer gala de presencia y recalcitrar el don de la contradicción, la confrontación, para blandir la síntesis del odio, el inmediatismo, la desintegración.
Debo decir que más allá del mar caribe, la carretera panamericana, el ecuador y el meridiano de Greenwich, existe un mundo que jamás, ante nuestros ojos, había estado tan lleno de posibilidades, tan poblado de diversidades, tan rico en complementariedades y tan presto a enmarcar nuestro desiderátum actual, tan cotidiano él en la tristeza de nuestras carencias, nuestras limitaciones, nuestros miedos y nuestras indignaciones, pero al mismo tiempo tan novedoso en nuestras búsquedas intelectuales, en nuestras contradicciones ideológicas, en nuestras aspiraciones individuales.
Pero también tras el umbral de los límites que nos depara el país, más allá del banco natural que son los tres millones de hectáreas en donde se exfolian las precámbricas “islas del tiempo” que son los tepuyes de Canaima, y como traspasando la cortina que se despliega al cuerpo de la cretácica cordillera andina, nuestras miradas se expanden y asumen la aprehensión que suele invadir a quienes se sorprenden de sus estancas realidades cotidianas, si frente a frente pueden verificar la verdad histórica de la riqueza diaria que, gracias a un modelo creador fundamentado en el respeto, la pluralidad y la discusión, puede recomponer, trascender e impulsar cualquier pasado por ominoso que haya podido significar.
Abundan esas disyunciones, propias de la vida contemporánea: Ser uno con la heterogeneidad compleja que debe verificar en cada uno de los actos ordenadores del universo, o simplemente acogerse a la precariedad de la retórica mediana y convertirse en ícono visceral de esa histriónica acción tropical que actualmente seduce a nuestros dirigentes.
El año 2011 fue para mí una oportunidad para probar la atmósfera que se percibe fuera de Venezuela. Salvada la agonía de dos meses entre carpetas, providencias, solicitudes, esperas y beligerancias, llega uno a descubrir que cualquier tiempo pasado puede ser mejor. Buenos Aires significó para mí un momento de entera libertad. Una oportunidad para reencontrarme con viejos amigos, con importantes recuerdos. Me infundió un respeto que sólo suelen brindar las complejas, contradictorias y grandiosas ciudades del mundo. En sus calles, cafés, parques y teatros pude reencontrarme con gran parte de los personajes de esa literatura que tanto nos deslumbró en la adolescencia. Al regreso, su música me hizo entrar en cuenta de otra realidad, la de mis calles, en donde transita, irreconocible, la violencia que todo nos arrebata. Quizás, como dijo Cavafi, allá o en cualquier parte a donde uno vaya nuestra ciudad se hará la misma, y quizás vagaremos
“por las mismas calles. Y en los mismos barrios” puede que descubramos que las tristezas son las mismas. Pero los enseres de la rutina, que a veces son en nuestros espacios como irreversiblemente el dolor de morir, en una esquina sin oportunidad de ver el sol radiante que nos ha acompañado siempre, esos que nos deslumbrar con su múltiple existencia, si aspavientos, despreciando la mezquina univocidad, esa que nos permite elegir sin apremios, la que nos recuerda la universalidad que tanto fuimos, esos enseres se quedan como testigo de que apenas, al regresar, lo hacemos a una ciudad que un día fue brillante, diversa y rica de bártulos que hoy solemos buscar como se busca la certeza ser vivo. Buenos Aires me recordó que en Venezuela, hace mucho, la abundancia era una marca de la felicidad.

Rotación de 1: La cantidad de víctimas fatales en Venezuela entre 1998 y 2004 fue de 90.027, es decir 40 personas por cada 100 mil. Durante 2011 se registraron 19.710 muertes causadas por la violencia, es decir 54 diarias, 379 semanales y 1642,5 mensuales. Estos datos fueron tomados de los datos suministrados por la prensa nacional.


2

Entre la ciudad, el amor y el odio. La palanca de la decepción. Que nuestros dirigentes –llamemos así a presidentes, gobernadores, alcaldes, diputados, directores, coordinadores, rectores…jefes en síntesis- no tengan imaginación o sean incultos, para nada nos sorprende ni es nada novedoso, si hacemos una simple, rápida, superficial e ingenua revisión de lo que los convirtió en nuestros líderes. No hagamos el análisis, de eso no se tratan estas porfiadas líneas. De incultos e iletrados está versada nuestra historia política e institucional. Pero que nuestros destinos ciudadanos estén en manos de conductores que no posean sentido común me conmueve y llena de profundas inquietudes, de insoportables desazones, de incontrolables aprehensiones y de normales…arrecheras. Es lo que pasa en nuestra ciudad. Cuento para tratar de resumir: Un día cualquiera salgo, bien temprano, a mi trabajo (a eso de las seis y treinta de la mañana). Debo tomar la avenida principal (vivo en el Barrio La Pomona) para irme por la autopista número uno. A la altura del distribuidor La Pomona me encuentro con una cola bestial. Después de diez minutos me entero de que están retirando el asfalto del puente de este distribuidor. El “raspado” hecho a hora pico, indudablemente complica más aun la circulación, por la cantidad de tráfico que inicia la multiplicidad de tareas a desarrollar cotidianamente. Con mucha paciencia –estamos calentando los motores apenas- y con algo de suerte logro salir de aquella enorme tranca, lo que me obliga a tomar la ruta que la construcción del Metro de Maracaibo ha hecho intransitable y nuevamente la urgencia de reasfaltado, olvidado durante casi diez años, interrumpe por segunda vez mi intención de llegar oportunamente a mi oficina; pasando entre colas y tratando de salir de aquella pesadilla matutina logro escabullirme y salir a la avenida La Limpia; angustia e impaciencia cunden los rostros de los desesperados transeúntes maracuchos, quienes al fragor de la mañana, maldicen y buscan salidas emergentes en lo que antes era un fluir sin contratiempos inoportunos. Ya en la vía recuerdo nuevamente que debo poner gasolina, si es posible encontrar alguna estación de servicio que haya podido ser cargada en el contexto de una escasez inexplicable que hace aún más complicado el fluir del tránsito. Me siento salvado en mi itinerario y concluyo que sí hay tiempo todavía para llenar el tanque de mi camioneta. Comienzo a recuperar mi calma. “Deben arreglar las vías”, me digo en un ejercicio de ponderación. Y nuevamente aparece el caos. Carros, camiones, motocicletas, autobuses, Maracaibo en gran parte está detenida a la entrada de la Av. 70. Subo la ventana después de escuchar a alguien “Están tapando los huecos de la esquina, en el semáforo”. Un temblor se apodera de mi paciencia y después de muchas intemperancias y blasfemias logro superar este nuevo escollo al escabullirme por entre callecitas, aceras y solares, para lograr salir a la Av. 5 de Julio. Respiro profundamente y la tranquilidad, que comenzaba a calmarme el alma, a estas horas ya toda hecha una porquería de odios, se deshace nuevamente. Paroxismo. Clímax. Exacerbación. Aniquilamiento ciudadano. Nueva tranca. Maquinarias, obreros, vallas con “La Gobernación del Zulia trabaja para ti” o “La Alcaldía de Maracaibo asfalta tu ciudad”, se interponen en tu vía y luego de ser atravesados con el discurso de la desesperación, nos damos cuenta de que han pasado dos horas en un recorrido que pudo durar quince minutos. El día, luego, transcurre como suele hacerlo: lleno de oportunidades para que demostremos que si no fuera por nosotros el país ya fuera una simple huella en el desierto que hoy suele ser nuestra ciudad. Y es que “A un gran corazón –como dijo Tolstoi-, ninguna ingratitud lo cierra, ninguna indiferencia lo cansa”. Y Maracaibo, suele tener, en el recinto de la ciudadanía, un corazón que alienta la imaginación, enriquece su ser cultural, ejercita la imaginación y banaliza las superficialidades monótonas del poder.

Rotación de 2: Si se escuchara los diversos comentarios que diariamente se hacen en los diversos ambientes de la cotidianidad maracucha, podremos concluir que el ciudadano normal, común y trabajador, se pregunta las causa por las cuales los trabajos de bacheo y reparación en nuestra ciudad no se realizan durante horas, momentos, días y fechas durantes los cuáles no se produzcan tantas molestias y sus concebidas pérdidas de horas de trabajo o de descanso, con sus inexorables arrebatos de furia ciudadana. Preguntas: ¿Reasfaltar en Navidad? ¿Reparar una acera a las 12;00 m o a las 6:00 p.m.?




3

Homologación. Paros y divisiones. Divide y vencerás. Recuerdo que en 1982, cuando se aprobaron las Normas de Homologación, como instrumento para determinar la escala de sueldos y salario del personal docente, administrativo y obrero de las universidades nacionales, así como los beneficios adicionales como primas y bonos, dejando, al mismo tiempo clarificadas las relaciones de trabajo de este personal y el Estado Venezolano, se produjo una relación conflictiva entre los dos sectores. Sin embargo, una vez resueltas las contradicciones iniciales que causó esta normativa, la misma permitió que hasta el año 1994, se pudiera llegar a acuerdos, a través de los cuales el Estado logró definir un procedimiento único y bianual para la actualización de los derechos socioeconómicos del personal universitario. En algunos años, las altas tasas de inflación que marcaron nuestra economía, convirtió al mismo en un instrumento que constantemente impulsó a su desconocimiento por parte de los alternativos gobiernos de turno. Sin embargo, a pesar de dichos intentos, en el peor de los momentos –podemos hablar del segundo período presidencial del Dr. Rafael Caldera- siempre, después de confrontaciones fuertes que comprometían el destino académico de nuestras instituciones universitarias, se llegaban a acuerdos que conjuraban cualquier violación a la norma y con ello a la legalidad e institucionalidad. Cada dos años, por espacio de más de una década, se pudieron alcanzar algunos beneficios que permitieron el funcionamiento acorde con un sinnúmero de expectativas, en donde cada universidad era centro de innumerables cuestionamientos a las actitudes gremiales y a las posiciones estatales. De todas formas, la realidad en cada una de ellas estaba compuesta de profundas diversidades a las que respondíamos con salidas concertadas y que nos ponían en la ruta utópica del bien colectivo. La universidad tratando de darle respuesta a la compleja problemática nacional. El poder tratando de cuantificar una inversión cada vez más elevada, pero sin decidir una vía legal y legítima que pudiera darle respuesta urgente a esta necesidad de tener una institución universitaria sólida y libre de coyunturas financieras. De todas maneras, todo el aparato gremial e institucional logró tomar forma y expresión en una oferta de voz común y pudimos confundirnos en un poderoso frente de discusión que logró que el discurso fuera dirigido a un solo interlocutor: Lo que un gremio logre se hará extensivo a todos los demás. Profesores, empleados, obreros en una intergremial que trascendió la tan precaria y elemental visión clasista que hoy ha sido introducida como instrumento de intervención oficial. Una vez disuelta la unidad gremial, se discute –cuando dicen que lo hacen desde un estado que desconoce convenios, normas y logros históricos- entre amigos (que antes eran llamados esquiroles) y dirigentes dedosnombrados, lo que será de toda la comunidad universitaria venezolana. Y las dádivas surten su efecto. Cada quien por su lado ahora, sin importar cuán débiles resultamos ante un estado que cada día es más poderoso. Qué puede importar si los jubilados y los activos, los contratados y los ordinarios, los casados o solteros puedan ser docentes, administrativos u obreros. Lo que sí realmente ha importado, desde que “ser rico es ser malo” o desde que los “profesores oligarcas son agentes de la CIA”, es que la voz cantante la tiene un sector de los trabajadores universitarios, que maquiavélicamente es reconocido por el patrón –léase Ministerio del Poder Popular para la Educación Universitaria o simplemente Presidencia de la República. Por ahora. Resultó que durante el año dos mil once fue de grandes logros para el sector administrativo y obrero de nuestras universidades, según cuentan algunos de sus dirigentes y unos cuantos de sus miembros. Todo, enhorabuena. Pero con ello, la violentación de la norma de homologación, en detrimento de grandes acuerdos alcanzado a través de la historia, queda relegada al festejo sectario de la clase gremial. El desconocimiento del bono salud de los jubilados, en iguales condiciones que la cesta ticket de los activos; la prima por hogar negada a los profesores jubilados y el desconocimiento de la deuda por no aplicar los ajustes socioeconómicos en el 2009 y 2010, sin que se haya acordado alguna forma de subsanar dicha deuda, son algunos ejemplos; mientras tanto, el aparato gubernamental cobra más fuerza para lanzarnos al rostro los nuevos cálculos con los cuales cumplirle a unas universidades que languidecen entre su descapitalización intelectual y el derrumbe de sus dependencias más emblemáticas. Impecable resolución algorítmica para la tan compleja expresión de discutir bianualmente las normas de homologación, que nos hubiera puesto a tono con la posibilidad de solucionar la problemática financiera de nuestras casas de estudio.

Rotación de 3: La desintegración de la intergremialidad ha llegado tan lejos que en nuestras dependencias parauniversitarias se experimentas prácticas que debilitan más a las ya débiles y convierten a las más fuertes en espacios solemnes que poco a poco se extrañan de nosotros. Es el caso del IPPLUZ y CAPROLUZ. Me explico: Estas dos dependencias comparten, para funcionar, el mismo edificio. Todos sabemos la situación financiera por la que atraviesa la primera de éstas. Ambas funcionan gracias a los aportes que hacemos y en el caso de la segunda, estos aportes permiten la realización de actividades financieras que recapitalizan nuestra inversión. No entendemos cómo el funcionamiento de áreas de esta edificación, por ejemplo los ascensores, esté tan comprometida porque el IPPLUZ no haya invertido en ellos –porque le “corresponde”, sabiendo que tal gasto disminuiría aún más su tan deficitario presupuesto, en detrimento de nuestros requerimientos para la salud.

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