martes, 26 de abril de 2011


Que ayer y hoy sea siempre poesía

Poemas de Lina Torres

Ángel Madriz


Definitivamente la poesía tiene su justificación en la totalidad de vida que asumimos como poeta y la confesamos o, como suele suceder casi sin darnos cuenta hasta que el libro es publicado y cada poema nos reencuentra con episodios pasados, presentes o deseados en el futuro más cercano. Si, la poesía y más aun esa que escribimos porque se nos agolpa en cada palabra que no pronunciamos, en cada idea que es relegada para “otro día”, en cada suceso que nos hace reír-llorar-amar-odiar-morir-renacer en cada suspensión de la m irada para dormir y olvidarnos, por instantes de que somos seres con sangre a punto de salir expelida en brotes de esperanzas o en reductos de fracasos. Si, esa poesía se parece mucho a cada instante que vivimos aunque sea una promesa que nos hace cualquier amigo, amante o ciudadano cualquiera. Es de carne y hueso. De ciudad perdida. De calor suturado a nuestra alma. De olvido inesperado. De razón de ser aniquilado por el tedio. En fin, ella, esa poesía, no podría existir si no somos un jirón de fracaso amoroso sustancial. Es que para ello la poesía tiene el valor de las primeras promesas, de las infranqueables soledades, de las inimaginables sucesiones existenciales –esas por las que recordamos la inminencia de cada una de nuestras entregas- que nos llevan a la ruptura, al adiós, a la separación que se dilata y espera pero que al doblar el recuerdo se repara, da la bienvenida y se reencuentra. Y luego desdecimos de cada episodio retornado a nuestras memorias, la del ayer y la del hoy, la del mañana es tan dolorosa que se desdibuja en nuestros propósitos. Así la poesía es la reconstrucción del itinerario interrumpido, con la que al final terminamos por armar una ruta paralela que nos hace nuevamente apetecibles, nuevamente esenciales y maravillosos de piel y esencia curtidas. Así son estos poemas que Lina Torres organiza en su libro Ayer sea hoy de la Colección Cal y agua, editado por EDILUZ en julio de 2008.. Puede que de obvia, nuestra historia personal sea el conector entre la palabra que nos universaliza y la historia que nos ubica. Cada día me convenzo más de que el amor en poesía es la muestra más significativa de que son las situaciones vivenciales que más nos asemejan con los seres humanos del mundo que los estados o condiciones que nos diferencias. Sentir la ausencia del amante, experimentar su inapetencia, soportar su mutismo, vivir a su lado sin encontrarlo apto para reconocernos, significa un sigilo perenne para no terminar por descubrir el inminente desamor. Significa redundar sobre la esperanza de rescatar lo que se pierde después de varias décadas inventariadas. Algo así son los poemas de Lina y entonces el Ayer es una excusa para no terminar resignados en las puertas de la separación absoluta. Ayer que es de sustancias amatorias, de líquidos vitales, de esencias corporales, pero fundamentalmente de contenidos históricos irreversibles. Es el Hoy que nos lanza su atado de edades, su red de impaciencias, su abundancia de experiencias, en fin, su inagotable fuente de recuerdos que es el poder para existir. Lina hace afortunadamente que la expresión, entonces, sea el lindero entre la confesión intrascendente y la vivencia insoslayable de toda poesía siempre. Una poesía en la que se nos permite tener un tiempo para recapacitar y retomar el sendero de nuestro destino.


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