lunes, 10 de agosto de 2009

Tríptico Rotativo
De realidad, cuento

y paradojas

Ángel Madriz




1

Arte y parte de toda la historia. Leía yo en 1967 El señor Presidente, la extraordinaria novela de Miguel Ángel Asturias, cuando de repente y sin saber cómo, me encontraba también leyendo el Manifiesto comunista, Cuba para principiantes y Los manuscritos económicos y filosóficos de 1844. Leía también, lo recuerdo como un enlace amoroso con esa época, a Jacques Prévert, Neruda, Lautréamont y los poetas de la vanguardia –surrealista, dadaístas, los de Apocalipsis y el grupo Casega. De vez en cuando me sentaba en el fondo de mi casa de la Pomona, bajo la mata de almendrón, entre gusanos peludos y el tabaco la señora María Eloísa, a escuchar “RADIO Habana, Cuba, territorio libre de América”. Sin darme cuenta también repentinamente un día, después de haber recorrido los diversos postes de mi calle del barrio, aprovechando cada tarde o noche, entre libros diversos, la luz que me permitía un diálogo con mis ganas de “ser alguien en la vida”, me estaba graduando de bachiller y Dios gracias, sin complicación alguna, sin nada de raro, con la marca de joven del barrio, ingresaba en la Universidad. Atrás, recientemente, el Mayo Francés y sus secuelas nacionales como la Reforma universitaria, me enseñaron que la diversidad podía expresarse sin paranoias, odios, ni resentimientos. Que el país, apenas comenzaba su definición sustentable en una realidad democrática consolidada, y que las protestas, las izquierdas, la droga y el amor, formaban parte de un estándar que nos identificaba como latinoamericanos dispuestos a no sucumbir ante el anonimato o la intención del poderoso imperio. Más allá, sin embargo, ultramar, el mágico enclave de la acción revolucionaria, se alzaba como la mueca insurgente del futuro. Aprendimos a ser profesionales y en el trayecto de la vida republicana, nuestra universidad se fortaleció, asumió su conciencia pluralista, su condición renovadora, su ética reivindicadora y su esencia protestataria, dialéctica, en fin, de su ser y hacer país. Muchos fuimos los que tuvimos la oportunidad de aprender de su diversidad y tolerancia, sin obviar ni temerle a la confrontación, la disidencia y menos aún a la acción de calle contra quien pudiera ser verde, blanco o amarillo, mientras la expresión de una idea con la cual no debíamos identificarnos adquiría su definidos contornos extraterritoriales, bien con los subcontinentales aires boreales o las profundidades pelágicas de los antiguos zares. Íbamos y veníamos entre gases buenos, nobles o entre brotes de cartuchos sonados al frente o simplemente alborotándonos el ser. Y mientras escupíamos, vomitábamos o ignorábamos las excrecencias de algún compañero que levantábamos del pavimento, pensábamos, en el mejor de los casos, camino a los patios del alma mater, a qué hora renovaríamos las acciones, de cuál día, mientras éramos arengados por los líderes “consecuentes” de entonces. Sin embargo, la alternancia se hizo razón de ser y la universidad, recinto para convivir en un dinámico estado de disidencia, ejercicio de contradicciones y expresión heterogénea, que siempre la identificaron como antigobiernista, el espacio de la libertad. Con este haber y con el derecho a ejercer la defensa de lo que históricamente conquistara como parte de nuestros bártulos, amparada en su condición de representante gremial, APUZ, cumpliendo con el mandato – síntesis de nuestras deliberaciones, en un día crucial de liderazgo colectivo y encabezada por su presidente-, decretó, era noviembre de1986, un paro que mantuvo a nuestra LUZ brillando de encono, miedo, valor, decepción, rabia, impotencia, resignación y resentimiento. Cuatro meses después, catalizados en nuestro orgullo, decidimos retomar nuestros pasos y demostrar en un arranque de furor académico, que los gobiernos pasan y las universidades siguen delineando las vías de la razón, la creación y la dignidad. Meses más, nuestro presidente era el receptáculo de la deshonra, la vergüenza y la indignidad. Un “Tú a mí no me jodes”, estalló en el rostro de todos los venezolanos quienes, sin apenas haber podido asimilarlo, descubrieron la ruindad de un paquete de discursos con el que se trató de desprestigiar a la comunidad universitaria. Sentimos que el triunfo, aunque los logros estuvieran más acá de los costos que la acción gremial trajo consigo, dejó claro que toda lucha cuyo estandarte sea el interés colectivo, es tan poderosa que trasciende a sus coyunturales portadores. Veinte años después la homologación, ese instrumento de compensación salarial que se nos impuso desde el despótico concilio ministerial de Luis Herrera Campin, ha revelado cuán arrogante fue esta administración. Desde su origen, fue motivo para muchos conflictos y desacuerdos. Las causas eran justificadas por nuestra representación gremial a la luz de todo el ordenamiento jurídico venezolano. El propio Luis Herrera, así como Jaime Lusinchi y esa huelga del 86-87 , Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera –ambos en su segundo mandato- experimentaron los “justos reclamos” que en materia laboral haríamos durante la “Cuarta República” y siempre, los más connotados líderes universitarios de entonces (no mencionaré a quienes todos recordamos en sus apasionadas y aleccionadoras intervenciones como asambleístas), avalaban y exigían la protesta, la manifestación y la acción de calle como expresión de lucha legítima, democrática y expedita. Una república después –no hay quinto malos, rezaba el imaginario venezolano, hoy ya no sabemos-, los mismos de ayer abdican ante las fuerzas estándares del poder. Protestar, para ellos hoy como para aquellos ayer, es subversión, desestabilización, traicionar la patria, acción antirrevolucionaria y pequeñoburguesa. En fin, no sabemos ya las fronteras entre la guarimba y la manifestación, la disensión y el comportamiento oligarca, la defensa del pluralismo y el pitiyanquismo. Para nada queda hoy claro ante los vientos del socialismo del siglo XXI, los principios filosóficos que permiten arremeter contra las organizaciones sindicales, el reclamo de los derechos obtenidos históricamente, el señalamiento de una desigualdad entre la oficialidad y el ciudadano común. De allí que nos confunda un “gas del bueno” obstruyendo la respiración de los venezolanos de hoy, cuando ayer, en las mismas calles y edificios, con las mismas armas, bombas y ballenas actuales, “la clase estudiantil y obrera” escupían sobre el polvo un amargo y acre sabor a represión. Eran tiempos cuartorrepublicanos que se repiten sin vergüenza, escrúpulo, ni remordimiento. Y es que la revolución hoy está encaramada en el andamiaje de la reacción de ayer. Ministros, diputados, alcaldes, gobernadores, magistrados y comisionados gubernamentales todos, adoptan la actitud omnisapiente de quien se cree el referente último de la verdad, aunque ella esté anclada en una semiótica adúltera, devaluada, pusilánime y despótica. El carnet adecocopeyano que todo lo abría es hoy el rojo rojito de una gorra y franela oprobiosas que encubren la verdadera esencia contrarrevolucionaria: el engaño, el oportunismo y la adulación. Ya lo dijo Lenin después de haber asesinado al zar y su familia. ¡Ah!, y ninguna revolución la hace esa clase que luego es manipulada, tomada como justificación y lanzada siempre a la cola de las grandes riquezas.

2

Érase una vez la acción o lo que queda en la memoria. Dentro de los habilidosos personajes que en la historia tienen su sitial como negociadores excepcionales, radicales e intemperantes o pacientes y oportunistas, podemos contar al Gato con botas y su miserable dueño el Marqués de Carabás, Caín llorando las primeras manifestaciones hipócritas sobre el cadáver de su difunto hermano Abel y Augusto Pinochet, regurgitando, dieciocho días después de haberlo hecho público ante Dios y la Patria, su juramento de apoyo a la democracia que había registrado históricamente a esa expresión ciudadano-chilena que se llamó Unidad Popular, al tiempo que calmaba sus quebrantos con la muerte de Salvador Allende. Episodios tales que nunca podrán permitir que un impulso de esta postmodernidad tan global e inusitada, como consecuencia natural de su propio devenir –no el de ellos-, pueda conducirlos o lanzarlos o llevarlos hasta el estado definitivo de la desmemoria, porque en cada cotidianidad nuestra se reproducen ellos, de alguna manera equidistante - temporal, y como consecuencia histórica inevitable, encontramos, como renovados en el marco de la global aldea siglo XXI actuando a sus análogos, equivalentes, homólogos o mejor aún, su émulos, contrapartes y en fin, como diría mi abuela Laudelina, sus dobles en carne y hueso. Y vaya que resultan estos amigos, líderes o cuentadantes de las decisiones en nuestras prácticas de delegación de responsabilidades, seres reiterativos de una sola cronología, reinventados en la fórmula del reacomodo, la oportunidad y el arribo. Ya la Ley de asignaciones especiales le recuerda al maracucho que en pleno ejercicio regional la etapa del “siento un nudo en la garganta” que produce los linderos más allá del puente, con ruta a Miraflores incluida, deja sin substancia las arengar regionalistas de un Arias Cárdenas gobernador, que desde los cuarteles derrumbados marchó con su palabra por delante para reivindicar la condición privilegiada del Estado Zulia en prácticas productivas, petrolera, agropecuaria, cultural, social y todos los etcéteras. Entre marchas, discursos, requiebros y “traiciones” defendió esa cuota parte a la que tiene derecho por ser soporte esencial de la pervivencia nacional. Ya una larga historia de periodismo nos había entrenado insistentemente a diario, con símbolos levantados sobre la cotidianidad doméstica, familiar y personal, la existencia de una realidad regional que debía ser defendida, reconocida y levantada como torre de defensa de los cuantiosos aportes brindados al “país nacional”. Asimismo, entre biombos y platillos jurídicos, políticos, geográficos, económicos, culturales, geopolíticos, académicos, comerciales, demográficos, electorales se impulsó la descentralización y no pudo haber líder pequeño, mediano, grande, local, regional, nacional, en la cola, reconocido o “enchufado” en cualquiera de las conexiones privadas, personales u oficiales, que no asistiera a las celebraciones, foros, debates, opiniones en donde el protagonista era Maracaibo, la región de occidente que comenzaba a redefinir su destino. Más de uno se deshizo en exaltaciones a la COPRE, se desgarró las vestiduras en actos públicos para darle la bienvenida a “una nueva etapa en el desarrollo histórico de nuestra nación”. Fue la época de los liderazgos regionales. Ésos que impulsaron proyectos, acciones y decisiones identificados con lo esencial de cada ubicación en la correspondencia geográfica estatal. Después de algo que podríamos considerar casi la década del “nuevo siglo”, sobre los límites de cada región se levantan los osarios políticos en donde reposan los restos de una época que comenzaba a delinear la pertinencia jurídica como marco de cualquier decisión en donde estuviera comprometida la organización política de Venezuela. No hubo necesidad de exhumar cuerpos, porque los enterradores, como expertos en eso de disecar vísceras con la substancia del despotismo que enseñan las amazonas del poder, olvidaron sus requiebros cuando juraban la defensa de las patrias pequeñas. Ya es historia nueva, hoy, en los discursos de los vehementes descentralizadores de ayer, la necesidad de una nueva geometría del poder, en la recentralización. Vuelve a latir la posible verticalidad en la jerarquía del poder. El Estado soy yo.




3

La verdad nunca es la mentira siempre. O cómo es opaco lo que brilla. Zenón de Eleas nos demostró que Aquiles, “el de los pies ligeros”, en una carrera planificada contra cualquier simpática, torpe y misteriosa tortuga, jamás podría triunfar. Me temo que en el ejercicio de vivir más de una vez ha tenido uno que aceptar la transitoria e inaprensible forma de la realidad. Sea esta la que cabalga nuestros lomos, la que encalla en nuestros sentidos o la que se confunde con nuestro sabio interior que es el morir. En todo caso, cualquiera de ellas nos hace testigo honorario de la experiencia existencial que tiende a trocarnos la rutina, desubicarnos los sesos, desvencijarnos la lógica. Mundo bizarro –decíamos, sin importarnos cuán insólito podría parecernos- que definitivamente se ha convertido en la impronta actual de nuestro mundo social que todo lo ha intervenido. Y así entonces terminamos exigiéndoles a los gringos, en el corazón del imperio que es la OEA, que termine de levantar el embargo a Cuba, pero que por vida de Dios nos invadan Honduras, para así garantizarle el poder a su legítimo presidente. Y desde Costa Rica, Venezuela, Nicaragua o México, Manuel Celaya, ondeando al aire su sombrero de ganadero convicto y confeso que lastra un recuento para todos conocidos, se hace el tonto para merecer la ahora necesaria perpetuidad de gobernar. Zuloaga ríe irónicamente mascullando graznidos a veces ininteligibles –como el acólito burgués del cuartopaís que siempre significó y de su burlesca mueca de llanto rabioso que resulta diariamente, es investido de un precioso don de sacrificio por sus compatriotas, amén, en peligro de extinguirse. Y sus victimarios, humildes ciudadanos defensores de la patria ha unos años, dejan ver sus nuevas pieles, esas que una vez, en los mil novecientos setenta revolucionarios subversivos años, jamás aparecieron para explicarnos que nada tenían que ver con la guerrilla guerrilleros socialistas perrevistas pecevistas miristas diezmados por las tropas a las que ellos, cincuentones sesentones setentones hombres de cuarteles militares de carrera, daban la cara en el oficio. Marxistas bolivarianos hoy, oficiales de las FAC ayer y siempre. Y el Pacto de Punto Fijo, instrumento para justificar el reparto del país, cae fulminado ante el podio de la magnificencia y el personalismo, mientras el propósito de la participación e inclusión son importunadas por la retórica chauvinista que culmina levantando muertos, refrescando moribundos, sanando incurables blanquiverdesamarillos. Puede Ledezma entonces, Pérez Vivas ¿cómo?, Capriles Radonski sin embargo, lavar el esparadrapo de la historia de sus años, con el detergente infecto de la riqueza quintorrepublicana, esa que mancha con el color rojo de una industria, inauditable ella para entonces, que un día fuera un estado dentro de un estado y que hoy es la batidora de la sujeción, la alcancía PSUVISTA que vigila el proyecto de igualdad revolucionaria. Igualdad a fuerza de ser obedientes, parcos, frugales, laboriosos y dispuestos a aceptar, como siempre, las migajas del poder. Entendamos que la cabellera seguirá siendo castaña a pesar de las vanidades químicas y las veleidades añosas. Siempre será, y eso terminamos entendiéndolo quienes nunca hemos posado para la posteridad, envueltos en los mantos de la legitimidad política o porque nos autorice el desfiladero coyuntural del poder. ¿O no siguen siendo los ricos más ricos y los pobres más pobres?, a pesar pensiones generalizadas, controles de precios, controles cambiarios, nacionalizaciones e intenciones antiimperialistas sobre el Mar Caribe convertido en ruta cotidiana. Y si no, que le pregunten a todo aquel clase media profesional trabajadora y productiva, lo que siente cuando ve interrumpida su aspiración legítima de conocer cualquier aspecto de esa historia universal y no puede porque Cadivi le devolvió la carpeta manila en donde consignó la documentación Kafkiana porque la misma era para zurdos y el no era diestro. Mientras los vuelos a Miami se cotizan en divisas multicolores que salen de la patria con el rigor del despotismo o con la aprobación de cuentas tradicionalmente supermillonarias. Es igual la cosa. La clase obrera internacional, los “proletarios del mundo” llevan ahora la aspiración de un cupo en internet o de viajero internacional, mientras la carrera hacia el poder reiterado les impone una magra posibilidad de subsistencia en laas tribunas de su máximo líder –ese que abarca la iconografía institucionalizada donde existía el imaginario personal. Creo, al final, que Aquiles termina ganado cuando decide descansar de su velocidad y da paso a la humildad, reconoce la entereza de su adversario.






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