sábado, 6 de junio de 2009


Los tres de Cal y Agua

Cuando me percaté un día, de que la muerte me rondaba en la amistad, con el nombre cercano de José Parra –el Gordo- escribí un texto que como tantos, por ser hechos para pensar en lo que amamos, quedó así, en los aires desconocidos de mucha gente. Debo hoy leérselos: Aquí estás todavía, viejo amigo. Con toda tu historia convertida en esperanza fundamental para existir. Con tus palabras de viento enseñándonos el valor que tiene cualquier expresión de amor y de paciencia. Con tus viejos cantos que hoy son tan nuevos como las recientes batallas de los hombres. Con la decisión de reaprender las rutas obligadas por donde deben pasar los hombres. Y los recuerdos son apenas una pequeña muestra de lo grande que es tu corazón lleno de savia solidaria, apenas salido de los presagios dolorosos que te llaman al destino de muchos años por venir. Sea este poema, amigo, una expansión de la amistad que muchos años, muchas derrotas, muchas luchas y muchas victorias decidieron levantar como muestra de nuestra gran forma de amar la empecinada amistad.


POÉTICA


a José Parra Finol

Posee uno el alfabeto de los dioses.
En vilo aprende a soportar los designios de calor.
Espera uno el fracaso de la lluvia como siempre
y en pleno ejercicio de violencia ciudadana
cae fulminado por el rayo de la desesperación acuática.
El recuerdo es entonces la expresión del odio.
Odio de ser espécimen típico
en una ciudad sin rostro para la posteridad.
Odio a la razón que explica
el ocaso de la oralidad racial que vivenciamos.
Odio al amor urbano
que construye las marcas del infortunio regional.
Odio al ritmo al acento la pasión Odio al ingenio
levantando la retórica para la improvisación de un Oeste Nacional.
De la fumarola cotidiana saldrá cual decisión total
-construyéndose las alas para el vuelo universal-
el verso sustancial y tormentoso
que nos defina de sangre de piel y como todos de dolor.

Y repentinamente, la derrota final. El silencio. La ausencia. Maracaibo, después y como siempre, calló para no reconocer que como matrona había permitido que otro de sus hijos fuera abortado por sus múltiples inercias. Hinno final guardado en el espacio de la memoria.
Alfredo, años atrás, se había convertido en transeúnte invencible de esa eterna soledad, transfigurada por sus metáforas de profundos cantos a esa extraña inmortalidad de amor por el nombre que es, Maracaibo, permanentemente y casi sin darnos cuenta, una vez que Cal y agua recobrara en este nuevo siglo su presencia y nos permitiera presenciar la reinvención de un nuevo rostro para inventariar la historia de esta ciudad, Ricardo, el último de Etral en ser consciente, nos deja transitoriamente y con él, se diluyen los materiales esenciales que requerimos para lavar los trastes inmundos de una ciudad que nunca tuvo la intensión de acogerlos con sus bondadosas, valientes…inteligentes formas de ser poetas y revertir sus impurezas. Hoy, recordemos que seguirán siendo, desde ayer
, por hoy y para siempre los tres de Cal y agua. Agua para purificar. Cal para disipar.

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