sábado, 6 de junio de 2009


La literatura como credencial


En 1982 L.U.Z. fue escenario de un inolvidable concurso que conmovió laboral, académica y administrativamente sus estamentos institucionales. Hoy aún, ese fantasma agita sus cadenas y nos recuerda cuán frágiles son los límites entre la objetividad y lo que debe ser. En el contexto de ese concurso, un connotado y paradigmático profesor, en el campo de la investigación, que se desempeñaba como jurado, expresó que algunos de los participantes en dicho concurso “tenían hasta cuentos y poemas en sus credenciales”. El poeta José Parra Finol era uno de esos concursantes. Gracias a él estamos hoy aquí reunidos, porque nos dejó una obra. Porque “tenía hasta cuentos y poemas en sus credenciales”. Y llegó a tener, para fortuna de todos nosotros, muchos más cuentos y muchos más poemas en sus mismas credenciales.
Creo que el emblemático profesor al que me referí, hoy administra, como siempre desde entonces, una dependencia universitaria. Su obra algún día puede que nos reúna. Por ahora, su ciencia tan sólo han originado, que yo sepa, algunos comentarios intrascendentes por la radio local deportiva.
El poeta Alfredo, con quien nos reuníamos para hablar de poesía y de lo poetizable, reía sarcásticamente ante aquella actitud discriminatoria de alguien que, dentro de la universidad, era expresión de poder, aunque tan sólo fuera mediático ante la ausencia de una obra que lo sustentara. Reíamos, aunque el poeta Alfredo tocaba la llaga que nunca ha querido ser tratada para bien de nuestra historia ciudadana. Y es que nuestra ciudad siempre ha sido así. Indolente, indiferente, fría y déspota contra la acción trascendental. Y Alfredo se nos fue, al igual que Parra, sin que se haya producido, en los espacios de un Maracaibo al que le dedicaron lo mejor de sus vidas, tan siquiera sutilmente, el murmullo reconocedor –o al tanto por lo menos de su obra- de nuestros regionalistas administradores, gobernantes y conductores pequeños, medianos o simplemente beneficiarios de sus extraordinarios talentos.
Del poeta Ricardo Ruiz Caldera, el legado de sus escritos nos impulsa a desear que, sea cual fuere el lugar donde hoy habita, definitivamente el mismo se parezca a la aldea en donde al fin la vida aparataria haya sido derrotada por la felicidad. Ya en aquellos días, su estrecha sonrisa aclaraba que la auténtica vida universitaria estaba en las aulas y en el corazón de los creadores que aún deambulaban por sus pasillos. Y la jubilación se lo llevó, con sus incontables reflexiones filosóficas, hasta el resquicio del anonimato. Como de tantos jubilados más, nadie sabe en dónde, cómo y para qué puede estar funcionando su fuerza creadora.
Dios gracias, la historia nos dejó el ímpetu de una época en donde Cal y Agua fueron los ingredientes para blanquear la mugre de nuestra historia. Mugre instaurada en la banalidad del cargo, en la volubilidad del poder, en la trivialidad de sus acciones. Dios gracias nos quedó Etral, expresión y convicción de que la palabra es la luz, el sonido, la existencia y el movimiento de la perennidad. Y por ello, esta antología, la de la obra de los tres de Cal y Agua. Libro no de homenaje, sino de necesario rescate, de impostergable agradecimiento. Gracias poetas.
Quiero finalizar recordando lo que dijo una empleada de un despacho de una autoridad rectoral: Para qué publicar poesía o libros como esos, si “eso”, nadie lo lee, sino que se queda en los estantes. Sobre similar opinión, ya Jesús Semprum, uno de nuestros más importantes críticos, también olvidado, como siempre, decía: “Cervantes fue duramente descalificado. Hoy su obra permanece. ¿En dónde están sus detractores?” Los poetas José Parra Finol. Alfredo Áñez Medina y Ricardo Ruis Caldera permanecen y sus espíritus, corazones, músculos, risas y dolores, están entre nosotros. Los libros poco leídos quizás en nuestros días, y publicados para celebrar la transparencia de Cal y agua, y develar la magia de sus creadores, con valor, por Ebrahim Faría en función de Editor, quedarán, como muchos, en la larga historia editorial universitaria (Arte y Letras la más antigua, Los inéditos, la más reciente), a la espera del gran descubridor que, seguro estoy, será de alguna de nuestras universidades, y que nos hará avergonzarnos de nuestras actuales limitaciones. Así será como testimonio de esta época que vigila lo que hacemos esta pequeña lista de legado literario: Acomodo de Iliana Morales, La reinas del carnaval visten de rosado de José Luis Angarita, Relatos con i de Laura Morales, Ayer sea hoy de Lina Torres, Sur cando erosiones de Alexis Cabezas, Celeste y rosa de Claudia García, Para buscar mis memorias de Esmirna Párraga, Cuarta Crónica del Saladillo de Rutilio Ortega, Argumentos vencidos de Edixon Rosales, Poemas historias y relatos de Ángel Madriz y Acumulando abriles de Ebrahin Faría. Les pido, por lo tanto, espacio en sus estantes. Serán poemas. Serán relatos. Serán historias. Serán ficciones. En fin…Poetas serán, narradores…Serán escritores. Nunca, desde luego, habrá mejores credenciales.

Ángel Madriz, marzo de 2008
(Texto leído durante la presentación de la antología
Cal y Agua, en el MACZUL en marzo de 2008)

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