martes, 4 de enero de 2011

Tríptico rotativo
Lógica contradictoria
Ángel Madriz

La libertad consiste en reconocer los límites
Krishnamurti


1

Una razón para disentir. Para salvar el pellejo. En 1968, ante la invasión de Checoslovaquia por parte de La Unión Soviética y mientras los tanques dinamitaban la hermosa Primavera de Praga, Jean Paul Sartre sufre la inminencia de la desilusión: el apoyo de Fidel Castro a dicho acto imperialista, mientras que las protestas estudiantiles que se oponían a dejar en los cuarteles del ejército rojo sus renovadas esperanzas de libertad son desconocidos por el líder latinoamericano que, después de diez años en el poder, no había podido cumplir con las insistentes promesas de bienestar dentro de su revolucionaria isla, en donde sólo el “patria o muerte, venceremos”, retumbaba en todos los rincones, en todas las playas, en todos los hogares como un himno de lucha que poco a poco se fue transformando en sentencia intimidatoria, declaración despótica y en sentencia al disenso, a la otredad . Atrás del autor de La náusea quedaría apagado, con todos sus semejantes, su poderoso “Huracán sobre el azúcar”, el cual brevemente devino en viento calcinado de desprecio por la diversidad. Lezama Lima y Heberto Padilla pronto son presas de la paranoia fascista que suele acompañar a toda devoción nacionalista y justiciera que se solaza en el almacigo del poder. Hoy, después de 50 años, la hipocresía queda al descubierto y el elemental juego de la cobardía da al traste con la fiereza que demostraron para conseguir la gloria de los altos mandos y desnuda el pantanal de muertes que, una a una y sin visos de requiebro, como solían hacerlo los broncos asesinos del holocausto, sirven para ilustrar, desde su emblemático “paredón”, una historia de fracasos reiterados. Suele ser así con cualquier proyecto político que se imponga con los instrumentos cacofónicos de una melodía adulante, oportunista, ensoberbecida y ególatra. Fue así en Cuba, en donde los ecos del Mayo francés descubren el individualismo exacerbado de unos ídolos que se hundieron en el lodo espeso que es la traición. Mientras apoyaba la desolación del corazón checo, Fidel y los “barbudos” salvaban sus pellejos e hipotecaban el de la patria a un colonialismo miserable. No necesitamos recordar la muerte de Orlando Zapata, ni la dignidad protestataria de Guillermo Fariñas, para tener la certeza de que estamos frente al ocaso de una otrora y vaga dignidad. Venezuela piensa hoy en su destino. Después de doce años tratando de convencernos de la necesidad de un modelo económico y social que se derrumbó con la perestroika, el muro de Berlín, las zafras cubanas y el capitalismo chino, el gobierno apela a la imposición y desnuda su talante autoritario, al perder la autoridad que le había dado un inteligente manejo mediático, el cual maquillaba toda una institución militarista que ya ha decidido delinearse en franco apoyo al polo totalitario del pasado y decadente socialismo real. Imponer, en pleno devenir del necesario e incierto fututo –la incertidumbre es una extraordinaria opción-, el socialismo a lo soviético, en el que los grandes representantes del buró central resultaron ser grandes mafias que lograron concentrar incalculables riqueza, mientras intelectuales, políticos, amas de casa, padres de familias, maestros de escuela, obreros y gente diversa eran condenados a las carreteras transiberianas en construcción, en donde dejaban sus huesos para conjurar los miedos del dictador, resulta en Venezuela, en estos momentos, la puesta en escena de un guión trágico que devela la descomposición de un liderazgo que ya no tiene escrúpulos, porque la máscara de utilería fue derretida por la objetividad de un país hundido en la corrupción, el estatismo, el atraso educativo, los abusos confiscatorios, las prácticas de un miedo sistematizado por la violencia cotidiana, la imposición de la uniformidad, el cuestionamiento a la creación irreverente y el nepotismo de la infamia. La realidad para la ostentación del poder es entonces el protagonista y hacia él se orientan todas las tramas, todas las secuencias. No se puede seguir ensayando personajes. Se debe acelerar la acción y decidir la escena. “Socialismo, patria o muerte, venceremos”, grita el director y se apagan las luces. Alguna vez creí que la libertad nos llevaría al estado de realización más pura que el hombre puede experimentar. Creí que el porvenir como síntesis de la diversidad existencial se definía con la lealtad, constancia, transparencia y respeto, hoy me avergüenzo de haber acunado la esperanza de que mi país pudiera asilarlo en su historia de manos de una “quinta república” prometedora –eso creí- que no supo superar el esguince de la mediocridad, las mieles del consumo, lo sensitivo de la rutina y las prebendas del poder. Se conformó entonces toda su dirigencia con hacerle loas a su galán de turno para que envilecido decidiera imponer una historia que ya en el pasado era la expresión del fracaso, la muerte, la pobreza y la derrota. Lo que vendrá será la catalización de la esperanza y la disposición para asumir el presente que nos toque porque somos parte de una realidad que dispone lo incierto como vía para la acción que requerimos. Los otros dedicados están a salvar el pellejo (leyes, inhabilitaciones, pluralidad sectaria, pensamiento único, descalificaciones son sus convulsas estrategias). Nosotros, salvemos el de nuestros seres queridos.



2

Entre líderes te veas. Cómo vencer el asombro. Reproducir la realidad de manera objetiva y, por lo tanto, en su verdadera constitución, supone un acto de elemental lógica acciónal. Apreciarla haciendo que cada uno de sus elementos sean actantes legítimos en los espacios de una ética personal, o simplemente convertirla en el reflejo concertado de nuestros instintos, sería la develación del miedo a la intrascendencia, es decir, a lo fugaz, o mejor dicho, temor al vacío y por consiguiente a la irrelevancia de nuestra existencia. Es así como actúa la angustia de vivir, como permanecen las alucinaciones del poder. En el estado crucial en el que vivimos, en donde la univocidad del pensamiento, el desconocimiento e irrespeto del otro, la mezquindad ante los espacios nacionales, la intervención de la privacidad, la violentación de los derechos personales, la institucionalización del miedo y la desaparición del disenso como herramienta cotidiana y como opción para la búsqueda de la verdad –hacerlo es arriesgarse, como solemos hacerlo porque la poesía no es el desmedro de la valentía, a ser incorporados a varias listas de ejecución pausada de las libertad-, no podemos seguir haciendo de la realidad un traje a la medida de cada interés tribal. Desde que el modelo socialista s XXI fue decretado como rumbo para nuestro país se instauraron en él esas viejas fórmulas de fracaso político, económico, social y cultural que por espacio de más cincuenta años arruinaron los sueños de desarrollo de más de mil millones de seres humanos y que entre las décadas de los ochenta – noventa, con la instauración del capitalismo –como modelo económico- en China, la caída del muro de Berlín y la disolución de la URSS, dejaron en entredicho aquel viejo modelo que tan sólo alimentó cruentas confrontaciones entre ciudadanos que sólo tenían el derecho a elegir ser libres para ser felices. Así entonces, expresiones como libertad, dictadura del proletariado, lucha de clases, igualdad social y lucha antiimperialista quedaron desenmascaradas en una reproducción de esa realidad que ya no podía ser “interpretada”, porque la revolución industrial en el descomunal aparato estatal chino, por ejemplo, terminó por acallar a sangre y fuego en la plaza Tian'anmen porque la libertad sólo podía concebirse para incrementar las arcas del libre mercado, mientras el pensamiento debía ser hegemónicamente “socialista – partido rojo”; o porque los grandes magnates petroleros rusos hicieron inmensas riquezas para construir igualdades inequívocas al mejor estilo de Wall Street, mientras la industria militar que dejara como legado Stalin desgajara toda su rusticidad imperial en Checoslovaquia y Afganistán, para solucionar la diferencia de clases ideológicas a la que tenemos derecho, o simplemente, la libertad sea más efectiva en la medida en que la sensibilidad de los seres se acomode a las disposiciones de unos pocos que decidan qué debemos querer, cuándo debemos amar y cómo debemos vivir. Este es el drama. La realidad es una y definida, aunque los métodos de su aprehensión sean sorpresivos, porque el acto de vivir lo es con mayor fuerza. Cuando creímos que las posibilidades de vivir una mejor Venezuela estaban del lado de un proceso misteriosamente clandestino hasta su aparición, nos identificamos con él. El camino hasta el poder suele estar lleno de utensilios y caleidoscopio que la mayoría de las veces nos derrotan la intuición, por lo que solemos ser de anemias y abúlicas decisiones. Sin embargo, después de casi doce años aparentando un cortejo a una patria que requería ser conquistada y que ya es más que una marcha de fúnebre acompañamiento, no hay más oportunidad que reconocer el amortaja miento. Si inicialmente teníamos un presidente sobrio, frugal, contestatario, ñángara pues pero austero y familiar, hoy, cuando sus promesas son el estribillo de una retórica comprimida y desgastada, él mismo nos resultan nuestro Comandante Presidente, con todo y traje verde oliva, empachado del rojo convencional de los comunistas del mundo. Y ya no hay más que entender, por lo que resulta odioso y repugnante ese discurso ambiguo de una plural libertad sometida al pensamiento, partido y expresión única. Todo lo demás es demagogia y trampa ideológica. Así entonces, salvar el pellejo resulta comer con los Chavistas boys que deciden por donde debe ir los detalles del país, obviando los corazones ideológicos si es que existen. Aplacar las feromonas del inconformismo. Amolar los enseres que se usarían en el banquete y olvidarse de los orígenes y los compromisos al pie de los principios. Ha sido así y por lo tanto me da vergüenza reconocer que algunas veces tengamos que coincidir con los arpegios estridentes y raspacanillas de unos dirigentes que exigen sacrificios en medio de la gran comilona que les ha resultado el país. ¿Hasta cuando Chávez? vociferan, mientras responden desde los Balckberrys el llamado a la franquicia de la componenda…y muchas veces son hechas por los llaneros de la nueva oligarquía. Ser de la oposición es siempre un buen negocio que nos traslada a los predios del imperio, en donde las maletas, los trajes de baño, las gafas y los itinerarios, se confunden en multicolores formas de amar al imperio, con chorros de tarjetas bolivarianas que se tramitan en las desdibujadas oficinas de nuestro país. Cuesta poco sacar la visa si nos hacemos el tonto o simplemente reverenciamos con la boina de los camuflajes cuartorrepublicanos. En fin, ser de la oposición y saltar la talanquera es reversión acordada, en secretos, porsiacaso.


3

Ley de presidente, universidad de todos. Canto de contradicciones. Recuerdo que durante mucho tiempo, cuando era yo un estudiante y mucho tiempo después profesor universitario, manteníamos, mis amigos y yo, mis compañeros y yo, mis colegas poetas y yo, los camaradas del partido y yo, mis compatriotas y yo, al lado de todo lo que considerábamos nuestra universidad, una conducta de convencida esencia socialista, cuyos principales convicciones –esas que nos mantenían activos frente a cualquier acto de supremacía o hegemónica condición, digo en el ejercicio de cualquier poder o cualquier declaración-, las cuales eran definidas por la defensa del hombre, se confundían con la libertad, la equidad, la justicia social, la igualdad de oportunidad de todos los seres sobre el planeta para recibir educación – salud – vivienda – trabajo. Pensábamos siempre que nuestra posición haría de nuestro país un lugar donde sus habitantes vivirían sin preocupaciones por ejercer plenamente su condición en un ambiente de absoluta dignidad, con opciones diversas de pensamiento – acción y con los instrumentos suficientes para entrar al porvenir con el alma y el cuerpo plenos de valor. Nuestra universidad se había convertido, en el ejercicio libertario que por décadas había ejercido contra las más despóticas dictaduras y los más férreos gobiernos puntofijistas, en un espacio de sacra libertad; era nuestro cuartel, nuestra oficina, nuestro santuario, era el espacio de los sueños, por lo que jamás podríamos aceptar que se convirtiera en sitio de reclusión. Por ello, poco a poco, la historia que nos precedió como generación se llenó de mártires fue investida por la heroicidad. La autonomía universitaria era la moral, la esencia, la cultura, toda una ética en donde la realidad nos reclamaba fuerza y entereza para defenderla como el legado más legítimo de la existencia universitaria. La gloriosa reforma universitaria de Córdoba se había convertido en la rúbrica de nuestros anhelos y el Mayo francés nos insufló un aire protestatario y contestatario que condujo a nuestros antecesores a impulsar una serie de reformas de nuestras casas de estudio. Y salimos a defenderla con los bártulos que sabíamos manejar: la imaginación, la música, la poesía, el trabajo creador, la pasión por el estudio. Contra todo esto tuvieron que enfrentarse los nuevos operadores políticos de nuestro país, elegidos con los nuevos dispositivos –democracia burguesa la llamábamos- y a pesar de que combatían palmo a palmo nuestros argumentos, a pesar de que la represión fue una escalada cotidiana, a pesar de que nunca dejaron de allanar las casas, los barrios y las urbanizaciones para encontrarnos en franca comunión con nuestros sueños, nunca dejamos de defender el corazón y la médula de nuestra alma mater, su autonomía. Recuerdo los manifiestos. La UCV abriría sus pasillos, diseñaría la ruta que transitarían las disposiciones para las transformaciones universitarias. Estudiantes y profesores, unidos en un fin común: la universidad organizando el pensamiento e impulsando la consecución de los derechos a fraguar el porvenir. Y en franca actitud opositora, un Estado que no aceptaba la autonomía como estado definitivo de autodeterminación académica en su expresión filosófica, creadora, científica y esencialmente ciudadana. Y es que teníamos, el devenir de nuestra sociedad nos lo legaba, que definir cuál debía ser la universidad que requeríamos para ser vanguardia de todos los saberes y ejemplo del ejercicio del poder compartido desde cada reducto social y desde cada escalón académico. Gobierno y cogobierno, asociaciones y federaciones, sindicatos y colegios profesionales, profesores, estudiantes, empleados, obreros y egresados en el mismo carril de la defensa de la libertad. Y para todos, la universidad haciendo uso de la legalidad. Vulnerada periódica y parcialmente por los ejecutivos de los gobiernos de siempre. Y sin embargo tuvimos escenarios desde las aulas, centros de estudiantes, pasillos, aulas magnas, para respirar nuestras furias y poder reanudar acciones que, con los años se convertirían en el espíritu estudiantil combativo e indoblegable que nos ha permitido enarbolar una universidad de la que todos nos hemos sentido parte esencial. Universidad de médicos, economistas, abogados, sociólogos, poetas, escritores, líderes políticos, gobernantes, trabajadores diversos. Y todos, desde la diversidad ideológica, desde la pluralidad partidista, desde el respeto a la otredad. Se entiende por lo tanto que los acobijados de ayer, quienes lanzaban en arengas sus jirones de estudiante en defensa de la “universidad autónoma y democrática”, defiendan hoy una educación universitaria homogénea, estándar, sectaria y convertida en apéndice de un gobierno coyuntural que no está dispuesto a claudicar en sus fracasadas tendencias y decide por lo tanto vendernos la realidad ilusoria de un socialismo que de real se deshizo en las aguas de los mares occidentales, orientales y tropicales. No está de más decir que con todas las agresiones a la que fue sometida por los gobernantes de la llamada Cuarta República, nuestras universidades supieron defender con el fuego de la razón y de la acción, el derecho a mantenerse como espacio para la diversidad que fraguaba el porvenir de nuestro país y en ella cupieron todas las tendencias, todos los colores, todas las posibilidades. Creo sin embargo esencial que las intensiones de reformar el estamento legal que se rijan y ordene las casas de estudio venezolanas, sean asumidas desde un ejercicio franco, sostenido, transparente e inteligente de debates y diálogo de saberes, como se nos trata de hablar. Solo creyendo en una universidad cuyo soporte sea lo múltiple, lo diverso, lo diferente, lo contrapuesto y en franco derecho al disenso podemos construir un espacio en donde el conocimiento sea elaborado, descubierto y expresado como hallazgo de creación. Y no en un devaluada y ordinaria forma de salvar el pellejo deteriorado por las temperaturas del poder.

1 comentario:

  1. Lo felicito profe Ángel, muy ameno su Blogs y controversial, -me agrada-. Deberían ser todos en esa tónica, no sólo opinión, sino lo que está bien se manifiesta por más que sea de otro bando.

    Seguiremos leyendo, aunque usted no lo crea...
    Cariños BeaMontalbanC

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